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Shinrin-yoku: Bañarse de bosque para curarse de asfalto

Esta es una historia de chicas musgo, árboles que dan lecciones de vida y una periodista holandesa que descubrió en Japón que perderse en un bosque es el mejor remedio para encontrarse a uno mismo.

Shinrin-yoku: Bañarse de bosque para curarse de asfalto

Esta es una historia de chicas musgo, árboles que dan lecciones de vida y una periodista holandesa que descubrió en Japón que perderse en un bosque es el mejor remedio para encontrarse a uno mismo.

 

Durante una solitaria caminata por la isla de Tasmania, la periodista Annette Lavrijsen quedó hipnotizada por los altísimos fresnos que crecen un metro por año en sus primeras décadas de vida compitiendo entre ellos por la luz solar hasta que les es imposible transportar el agua desde su base a sus copas. “En esos árboles altos, tan impacientes por llegar al cielo, vi una metáfora de mi carrera. Al haber avanzado tanto en tampoco tiempo, mi tronco quedó estrecho y no podía hacer llegar el alimento de mis raíces hasta mis hojas, que estaban descoloridas. Me di cuenta de que el puesto que en alguna ocasión había considerado el trabajo de mis sueño ya no me satisfacía”, escribe la holandesa en ‘Shinrin-yoku. El arte japonés para vencer el estrés mediante la naturaleza’ (Lince, 2018). Algún tiempo después, en un café de Amsterdam, le hablaron de los baños forestales y decidió viajar a Japón para aprender sobre esta forma de comunión con la naturaleza.

Shinrin-yoku: El día que nos bañamos de bosque para curarnos de asfalto 1

 

El término japonés ‘shinrin-yoku’ significa ‘bañarse en la atmósfera del bosque’, que en Occidente se traduce por tomar un baño forestal. A principios de los años 80’, preocupados por la salud de los ciudadanos que vivían en grandes urbes como Tokio u Osaka, la Agencia Forestal de Japón acuñó el concepto para animar a los japoneses a que escapasen a los bosques basándose en las antiguas creencias sintoístas sobre sus propiedades curativas. En Oriente el ser humano no está por encima de la naturaleza, sino que forma parte de ella en igualdad con el resto de seres. Esta es la base del sintoísmo, una religión animista fuertemente arraigada en el pueblo japonés en la que cada planta, montaña, río, árbol, roca… está habitada por deidades de la naturaleza o ‘kamis’ a los que hoy todavía se consulta y se realiza ofrendas en santuarios como el de Fushimi Inari-Taisha, dedicado a Inari, la deidad del arroz y los negocios.

 

“Los animales y las plantas nos enseñan que podemos simplemente ser y no hacer todo el tiempo” –Annette Lavrijsen.

 

“Unos años después de poner en marcha la iniciativa quisieron probar científicamente los beneficios del ‘shinrin-yoku’. Los investigadores hicieron pasear por los bosques de Yakushima –los más antiguos de Japón-, a un grupo personas durante 40 minutos y después comprobaron que su estado de ánimo había cambiado y que tenían menor concentración de cortisol en la sangre, que es una hormona que se libera en situaciones de estrés. Además, concluyeron que realizar baños de bosque a menudo puede ayudar a reducir la tensión arterial, la depresión y la ansiedad, y fortalece el sistema inmunológico. Sobre todo cuando paseamos por bosques de coníferas, porque secretan unos aceites esenciales que purifican el aire y nos producen bienestar, de la misma forma que algunas bacterias del suelo estimulan la secreción de serotonina en nuestros cerebros. Pero no solo es una cuestión de química, el canto de los pájaros, el crujido de las hojas y los olores que hay en la naturaleza también producen calma”, nos cuenta Annette, en tanto nos internamos en el bosque de Collserola siguiéndola para experimentar por nosotros mismos los beneficios del ‘shirin-yoku’.

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Annette Lavrijsen durante nuesto baño de bosque. Foto: Diana Rangel.

Ciudadanos de invernadero

Somos hijos del asfalto, nos encanta arrastrar nuestras neurosis al trabajo leyendo un libro de ‘mindfulness’ en el iPad. Según datos de Naciones Unidas, más de la mitad de la población vive en ciudades y el porcentaje aumentará hasta un 66% en 2050. Y la mayoría de nosotros sufriremos los efectos del trastorno por déficit de naturaleza que los científicos indican que afecta silenciosamente al urbanita medio, siendo un semillero de agotamiento crónico, TDHA infantil, obesidad o depresiones.

Tumbada en la montaña de Collserola, bajo las ramas de un pino que dibujaban fractales en el cielo, trataba de concentrarme en la dulce voz de Annette y en el rumor del viento, mientras un centenar de pequeñas agujas secas se me clavaban en el culo. Si la naturaleza, como dice la escritora, tiene el poder de reflejar nuestro interior más profundo, aquellas agujas cabronas revelaban lo mucho que me había desconectado de ella y las pocas oportunidades que tenía de volver hacerlo en una ciudad donde las ardillas de los parques tienen cuatro ojos y hablan varios idiomas.

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Conectando con la naturaleza en Collserola (Barcelona). Foto: Diana Rangel.

 

No obstante, para la holandesa que abraza árboles, cualquier espacio natural, aun un parque público en la salvaje urbe donde escasean las zonas verdes, puede ayudarnos a reconectar con el entorno y con nuestro propio cuerpo. “Los animales y las plantas nos enseñan que podemos simplemente ser y no hacer todo el tiempo. En la naturaleza las ideas y soluciones afloran a la superficie y somos más creativos”, asegura.

Hay ejercicios sencillos como caminar descalzos e imaginar que tus pies se enraízan fuerte a la tierra.

 

«Cuando era niña, mis padres tenían una granja y nos levantábamos a las cinco de la mañana para ver despertar al bosque. A veces montaba a todos los niños en el viejo tractor e íbamos cuando todavía no había amanecido a avistar liebres y zorros. Desde que murió hace tres años, el día de su cumpleaños realizamos el mismo ritual de ‘la caza del conejo’. Eso también lo aprendemos de la naturaleza, a ser agradecidos y entender que todo es transitorio y fugaz; el ‘shinrin-yoku’ es, en realidad, una forma muy material de encontrar la espiritualidad”, resume la autora, que heredó de su padre el amor por las montañas y la vida sencilla.

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La grandeza de ‘ser’ y no ‘hacer’. | Foto: Diana Rangel / The Objective.

 

En Japón existe hoy una red de numerosos lugares donde practicar ‘shirin-yoku’, e incluso se los mide y evalúa antes de ser considerados ‘forest therapy base’ teniendo en cuenta factores como la temperatura, la humedad o los efectos sobre el estado de ánimo.

 

Las chicas musgo

Basándose en los cincos grandes elementos de la cultura japonesa clásica –Tierra, agua, fuego, viento y un quinto al que llaman Ku o vacío-, en ‘Shinrin-yoku’, Annette Lavrijsen propone sencillos ejercicios para realizar en los bosques, como tocar el tronco de un árbol e imaginar que tus pies se enraízan fuerte a la tierra, caminar descalza o fingiendo que se es un zorro, u observar las imágenes internas que te sobrevienen mirando las nervaduras de las hojas.

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Las chicas musgo de Japón. Vía Kyodo News.

 

Hace unos días, inspirada por una de las historias que cuenta este libro en donde los jabalíes y el bambú nos enseñan lecciones, volví al lugar donde nos bañamos con Annette para observar de cerca el musgo que crece bajo los árboles y en las rocas. En Japón, algunas mujeres jóvenes que se llaman a si mismas ‘moss girls’ se adentran en el bosque armadas con una lupa y unas pinzas en una particular historia de amor con el musgo, del que alaban sus propiedades calmantes y su resistencia.

“¿Qué haces?” –me preguntó mi amiga cuando me vio acariciando la verde pelusilla. “Fíjate -le dije-, es como un jersey de terciopelo”. Enarcó una ceja, me pasó una lata y añadió: “Vámonos de aquí, he visto una abeja”.

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