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El efecto placebo del reciclaje

El efecto placebo que tiene reciclar y creernos así mejores ciudadanos hace que muchas veces desatendamos el hábito verdaderamente importante y poderoso, el del consumo responsable.

El efecto placebo del reciclaje

Últimamente parece que la sociedad está empezando a tomar conciencia de la cantidad de basura que generamos a diario. Sin ir más lejos, el pasado 15 de marzo los estudiantes de las principales ciudades españolas se movilizaron para protestar por la situación de emergencia medioambiental. Este mismo miércoles la Eurocámara aprobó la directiva que prohibirá a partir de 2021 la venta de productos como cubiertos de plástico, pajitas y bastoncillos. Adiós también a los envases de poliestireno.

Este despertar colectivo es necesario, sobre todo si nos hace reflexionar sobre cuestiones que dábamos por sentadas pero analizadas, no eran más que falsas creencias. Y es que no sólo con envases contamina el hombre. También ciertos hábitos dañan la salud del planeta y no estaría de más revisarlos.

A nivel particular, por ejemplo, creemos que apenas desperdiciamos alimentos, pero los datos demuestran lo contrario: el mayor despilfarro se da en nuestras casas y cuando hablamos de restaurantes el 30% de la comida que se desperdicia fue la que pasó por nuestro plato.

En cuanto a los residuos que provienen de objetos de nuestro consumo o envases, más de lo mismo. En este sentido estamos de acuerdo en que esto es casi una imposición de la industria y que nosotros somos diminutos ante el gigante, así que poco podemos hacer. Pero no es del todo cierto. Pequeños gestos como separar los residuos ayudan al medioambiente y, sobre todo, a sentirnos mejor con nosotros mismos. Sin embargo, a veces nos embriaga ese efecto placebo y no cambiamos el hábito verdaderamente importante, el de consumo, que es, a fin de cuentas, el más poderoso y preventivo.

Pero lo más frustrante es cuando una buena acción arrastra un efecto peor. Aquí van algunos ejemplos: 

Pero lo más frustrante es cuando una buena acción arrastra un efecto peor. Aquí van algunos ejemplos:

Sobreenvase por seguridad y por conservación

La industria alimentaria nos ha convencido de que muchos envases garantizan la seguridad o evitan el despilfarro de alimentos. Es cierto, pero no siempre. En un contexto donde en los hogares cada vez viven menos personas, los alimentos envasados en porciones monodosis ayudan a la conservación de los mismos. Sin embargo, en la mayoría de los casos estos envases de dosis unitaria no son necesarios. El alimento se puede conservar perfectamente con una pinza en la bolsa, o con un sistema de autocierre en el propio envase, también podemos conservar algunos productos congelándolos o distribuyéndolos en pequeños botes de cristal. Tampoco tiene mucho sentido envasar alimentos que ya traen un envase mucho más seguro y ecológico: su propia piel, como ocurre con frutas o verduras.

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Foto: Sophia Marston | Unsplash.

Envases para evitar desechar alimentos

El Parlamento de Cataluña está tramitando una propuesta de ley que, entre otras cosas, obligará a los restaurantes a informarnos y ofrecernos la posibilidad de llevarnos la comida que nos sobre. Esto es una buenísima noticia puesto que, según un estudio realizado por Uniliever Food Solutions, un negocio que ofrece menús tira alrededor de 3000 euros anuales en comida. Siendo, como dijimos antes, el 30% comida que se quedó intacta en el plato del comensal. Además de reducir el despilfarro, es una medida que puede favorecer a los restaurantes. Sabiendo que en caso de que sobre puede llevarse los alimentos a casa, muchos clientes no tendrán tanto reparo en atreverse a probar diferentes platos. Ahora viene la otra cara de la moneda, piensa en el envase: si por salvar una croqueta, un táper de plástico de un solo uso va a acabar devorado por algún animal marino, ¿merece la pena? Esperemos que los restaurantes (o la legislación) tengan este detalle en cuenta a la hora de elegir el material de sus envoltorios. Esperemos que hasta 2021, año en el que se hará efectiva la prohibición de ciertos envases de usar y tirar, los restaurantes (o la legislación) tengan este detalle en cuenta a la hora de elegir el material de sus envoltorios.

Pseudoreciclaje

1. En la cadena de producción

Hemos visto que el subproducto alimentario de determinadas características se aprovecha transformándose en comida para animales. Es un dato alentador sabiendo que en España la industria desecha alrededor de 3 millones de toneladas de alimentos al año. ¿Pero qué tal se gestionan los residuos de esos subproductos? Lamentablemente no podemos decir que bien.

Aunque hay parte de los envases de estos subproductos que sí se gestiona a través de empresas especializadas, la mayoría de la mercancía se tritura directamente con el envase, que acaba convertido en virutas imposibles de reciclar. Tras muchos filtrados, la harina queda teóricamente limpia del residuo de los envases. Aunque, permítannos dudar que en esa harina no queda un porcentaje de microplásticos que acabarán en el estómago de los animales de la industria alimentaria. O en el de nuestras mascotas.

2. En casa

Concienciar al ciudadano de la importancia de separar bien los residuos para que puedan reciclarse cuesta décadas y dinero en campañas de divulgación. Sin embargo, no siempre reciclamos bien. Las razones van desde la pereza a quitar etiquetas pegadas en los envases plásticos o de vidrio; falta de espacio para tener varios cubos o desconocimiento, pues lanzamos con la mejor intención residuos en contenedores equivocados.

Según datos facilitados por el INE en 2016, en España se recogieron 21,9 millones de toneladas de residuos, de los que 18,1 millones (el 82%) son basura mezclada, es decir residuos de los que no se recupera prácticamente nada. Sólo el 17,4% son residuos separados, de los que el 16% son plásticos, un material que aunque esté bien gestionado, es prácticamente imposible hacerlo desaparecer totalmente.

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Foto: Radowan Nakif Rehan | Unsplash.

3. En las gestoras de residuos

De esa basura separada, no toda se gestionará adecuadamente. En el informe Maldito plástico presentado este mes por Greenpeace, se expone que la información sobre el reciclaje y la gestión de residuos no es del todo transparente y las cifras distan mucho según quien las dé.

Si la información viene del Ministerio de Transición Ecológica, la mayor parte de los envases plásticos no se reciclaron y fueron a vertedero (787.059 toneladas) o se incineraron (172.293 toneladas), esto supone un 63%. Si a esto se suman los envases exportados (282.560 toneladas), la historia se agrava, puesto que, según la ONG, «de estos residuos no existe plena garantía de que se reciclen, como ha comprobado Greenpeace. Por ejemplo, en vertederos de Malasia, el porcentaje sube a más del 80%».

Jesús Pérez, técnico experto en residuos, facilitó algunos datos expuestos por el Ministerio para la Transición Energética. En España se generan 1,5 millones de toneladas de envases plásticos para 92 plantas de reciclaje y de los contenedores amarillos no se recupera ni el 50%. Una vez en Vietnam o Malasia (antes era China) algunos de estos plásticos se recuperan y otros se queman. Como vemos, separar la basura para enviarla por barco a miles de kilómetros y que al final acabe incinerándose, no es lo más ecológico del mundo.

Los datos del informe de Greenpeace no se encajaron muy bien en Ecoembes, la organización que se encarga de la gestión de los residuos de los contenedores azul y amarillo. Desde la gestora aseguran que es rotundamente falso que ni un solo kilo de las plantas de selección de envases que tratan los residuos del contenedor amarillo en España hayan sido exportados a vertederos de otros países, por lo que pidieron a Greenpeace responsabilidad y que demuestre sus afirmaciones.

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Foto: Gary Chan | Unsplash.

Sólo unos pequeños pasos para el cambio

Con estos pocos datos, y mientras la Administración toma las riendas de esta situación con legislación y auditorías para que se recuperen prácticas más sostenibles y se garantice el cumplimiento de la gestión de residuos, lo que está en nuestras manos es plantearse un cambio de hábitos de consumo.

Hay personas que se han propuesto una vida sin plásticos, aunque ellos mismos declaran que vivir 100% sin ellos es imposible en la actualidad. Siempre hay electrodomésticos o ropa que llevan plástico en su composición. O, indirectamente, en los medios de transporte que utilizamos y otros objetos que forman parte de nuestra vida cotidiana, como interruptores, etc.

Analizar nuestros residuos nos ayuda a conocer nuestros hábitos y tomar conciencia de qué podemos reducir o eliminar. Por ejemplo, pensemos si realmente un envase es necesario, o no hay otra alternativa mejor (recipientes más grandes en vez de muchos pequeños —por ejemplo, si nos es imposible beber agua del grifo en vez de embotellada, priorizar envases grandes—; estudiar la posibilidad de productos sustitutivos —jabón en pastilla en vez de en botella—; elegir productos a granel en lugar de los empaquetados, etc.).

Sugerir cambios de hábitos en nuestros establecimientos habituales. Los clientes, a nivel individual, damos información muy valiosa sobre nuestros hábitos de consumo. Una información que tanto los vendedores como la industria tienen más en cuenta de lo que pensamos a la hora de adaptar su producción. Si comenzamos a hacerles llegar en los puntos de venta que preferimos los productos presentados de una manera más sostenible (papel —siempre que sea posible— en vez de plástico), poco a poco se evidenciarán los cambios. 

Y, en cuanto al desperdicio de productos de consumo, pensemos si realmente ese producto exótico traído de miles de kilómetros no tiene un sustitutivo de proximidad. Pensemos en la temporada de los alimentos, conozcamos sus diferentes usos antes de tirarlo y seamos conscientes de que la fecha de consumo preferente no es la fecha de caducidad.

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