No, los jóvenes no están regalando su intimidad en las redes sociales
¿Ceden los jóvenes parte de su imagen en las redes? Sin lugar a dudas. ¿Significa eso que han perdido el control de su intimidad? En absoluto
Es difícil encontrar a un adulto que no piense que los jóvenes lo hacen rematadamente mal en las redes sociales. Que cuentan demasiado y que no piensan en las consecuencias de regalar su imagen personal a diario en internet. Es una idea tan simple y con tanto calado en el imaginario colectivo que es difícil no compartirla, pero no tenemos ninguna evidencia de que sea cierta.
Si entendemos que hablamos de los jóvenes universitarios, las pistas que obtiene cualquiera que observe y pregunte un poco nos invitan a pensar todo lo contrario. Nunca hemos tenido una generación tan preocupada por su imagen online.
Si lo retransmito no es íntimo
Una contradicción clara, como señaló la antropóloga Paula Sibilia en su obra La intimidad como espectáculo (2008), es que lo íntimo deja de serlo cuando se expande en internet. Se convierte en una especie de oxímoron: intimidad online es como hablar de un silencio atronador o de cerveza sin alcohol.
Para deshacer este oxímoron, Sibilia recuperó de Jacques Lacan el concepto de “extimidad”: una intimidad creada de forma explícita para ser retransmitida.
Hay dos patrimonios que uno puede perder con facilidad cuando crea contenidos para internet. Uno son los datos personales. El otro, nuestra imagen personal. Respecto al segundo, una de las historias más paradigmáticas siempre me ha parecido la de la atleta estadounidense Allison Stokke.
Hace más de una década, y con la mayoría de edad recién cumplida, Stokke se convirtió a su pesar en un fenómeno de internet.
Miles de adolescentes eligieron sus fotos de competiciones y entrenamientos para descargarlas en sus ordenadores y Allison se convirtió en un icono sexual en lo que tarda en crearse un meme en internet. Ellos no hacían nada malo (eran fotos públicas). Ella, tampoco. Sin cometer ningún error ni temeridad, una adolescente vagamente popular en su ciudad natal se había convertido en un fenómeno mediático. Había perdido el control de su imagen sin hacer nada malo.
El caso de Stokke siempre me ha parecido un ejemplo de la extraordinaria complejidad del escenario mediático donde los jóvenes se mueven a diario. A cualquiera que piense que no es así le animaría a que hiciese la prueba de ser, al menos durante una semana, muy activo en redes sociales mediante la creación de multitud de contenidos diarios. Estoy convencido de que al final de esa semana tendría una lista importante con varios retos y dilemas, inevitables para resolver de forma eficiente este tipo de comunicación pública.
Está claro que los jóvenes no siempre aciertan, pero tampoco nosotros lo hacemos. Reitero, dada la complejidad del escenario, parece que la mayoría de ellos no lo hace del todo mal. Por tanto, no deberíamos normalizar las anécdotas ni confundir la parte con el todo en este sentido.
De los «hechos-noticia» al «contorno»
¿Ceden los jóvenes parte de su imagen en las redes? Sin lugar a dudas. ¿Significa eso que han perdido el control de su intimidad? En absoluto.
Lo que ofrecen en muchas ocasiones es una construcción mediática. Un tipo de contenido que en algunos casos no tendría lugar si no fuera porque se piensa en contarlo en y para la red. Algo así como los «hechos-noticia» que describía Umberto Eco, organizados precisamente para salir en los medios de comunicación.
Con motivo de uno de mis últimos libros entrevisté a universitarios sobre su uso de la tecnología. Algunos de ellos, ya con un número considerable de seguidores, apuntaban con precisión que eran muy conscientes de la imagen que creaban y que era exactamente eso, una creación pública con objetivos personales, profesionales o de entretenimiento.
Los llamados «nativos digitales» (un término con calado en el imaginario colectivo) no existen en el sentido que los medios le han dado a esta etiqueta. Ninguna generación nace con un lenguaje de programación bajo el brazo o sabiendo diferenciar noticias falsas en internet. Sí es cierto que cada generación es contemporánea a unas tecnologías, plataformas y usos. Y ninguna generación es ilógica respecto a su comportamiento con la tecnología, solo intentan resolver los problemas según les llegan.
Unos problemas que no son los mismos que hemos tenido nosotros. ¿Por qué ya no quieren estar en Facebook? Porque están sus padres. ¿Por qué les gusta la comunicación efímera de las historias de Instagram? Entre otra cosas, porque es más segura, íntima y volátil que otros contenidos. Y aún así, muchos tienen Instagram privado. Doble check de seguridad. Son respuestas reales de estudiantes de veinte años, los mismos que me recordaban que la única imagen que internet no guarda es la que no se sube nunca. Tener claro esto último es importante para recordar que nuestra imagen digital es una representación mediática, como la de la prensa y la televisión.
En términos de comunicación corporativa sería lo que Italo Pizzolante denomina el “contorno” de una institución, lo que se ve, que sirve de separación entre el entorno y el “dintorno” (lo que no se ve). El error está en asumir que ese contorno representa a todo el interior. Un error que a menudo cometen los que crean el contenido, pero también los que lo consumen.
La mediatización y monetización de las redes sociales nos llevó a un cambio fundamental para entender por qué surgió la «extimidad» de la que hablaba Sibilia. El cambio consistió en el paso de tener contactos a tener audiencias, que ha creado una corteza entre lo íntimo y lo público, con apariencia de lo primero pero compuesta de lo segundo. Tener claro que esa corteza existe es tan importante como recordar de vez en cuando qué parte de nuestra imagen estamos reconstruyendo en internet, con qué objetivos y con qué peaje. Nuestros jóvenes ya lo hacen.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.