España, la punta suroccidental de Europa, a un paso de Marruecos y de Argelia, y en pleno cambio climático –que se deberá a unas causas u otras, pero haberlo haylo-, no parece a primera vista el lugar idóneo en el que buscar vinos frescos y ligeros, de ésos que se están adueñando de los mercados mundiales. Pero miren de un poco más cerca y, ¡sorpresa!, la nómina de vinos frescos y ligeros, sin por ello perder sustancia y personalidad, no deja de aumentar en España, y las zonas en las que se producen se extienden hasta lo que en un mapa parece peligrosamente cálido.
Para que se esté produciendo este fenómeno deben juntarse varios factores: el interés de productores y consumidores, un conocimiento mucho más preciso que antaño de las condiciones de suelo y clima de cada zona –con ese factor a veces ignorado en el extranjero: la elevada altitud media de gran parte del país, que facilita una suavización de las temperaturas- y a menudo el redescubrimiento de castas de uva menospreciadas o casi extintas. Además, las prácticas vitícolas han progresado para preservar mejor la uva y evitar sobremaduraciones.
Vinos frescos, en España, significaba sobre todo el noroeste gallego y sus blancos marcados por los vientos atlánticos. Y sigue siendo así, pero además los tintos se han sumado a la fiesta y un sousón o un merenzao gallegos nos van a recordar más a los vinos del Loira que a los del dúo de ríos vitícolas españoles. Ebro/Duero, Rioja/Ribera. Claro que ahora sabemos mucho más de esas uvas y resulta que lo que llamamos merenzao (o bastardo, en otras zonas) llegó hace siglos del remoto Jura francés.
“Vinos frescos” es, pues, en la España de 2019, una categoría representada en una gran variedad de zonas, incluidos los archipiélagos, con esos vinos tinerfeños de Suertes del Marqués o Envínate o los mallorquines de 4 Kilos. En el sureste, más cerca de Argelia que de Madrid, un blanco de albilla de Ponce o un tinto de monastrell de Casa Castillo entran de lleno en la definición. Como los nuevos vinos no fortificados de los marcos de Jerez y Montilla (Ramiro Ibáñez, Willy Pérez, Alvear), los del Ampurdán y el resto del norte de Cataluña –incluidos los tintos de uva trepat en la Conca de Barberà-, los tintos y blancos de la sierra de Gredos al Oeste de Madrid, con Comando G, Canopy o Marañones, y no digamos los revitalizados txakolis vascos (Astobiza) o los recuperados vinos de Cangas, en Asturias (Monasterio de Corias).
Pues sí, créanselo. ¿Vinos frescos? De todos los colores y de todas las partes de España. Como nunca antes.
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