Las personas hacen barrio, y el barrio a las personas
La sociedad ha cambiado, y con ella nuestra forma de relacionarnos. Se ha levantado un muro entre cada persona y su comunidad, y ya empezamos a sufrir las consecuencias. La solución está en nuestras manos, solo tenemos que aprender a sacar lo que ya llevamos dentro.
Desde que se encendió el piloto automático, los buenos días cotizan al alza. De casa al trabajo, del trabajo a casa. Al supermercado, ida y vuelta. “La calle” no es tan calle si cada uno se mueve por ella en su burbuja. La forma de relacionarnos con nuestra comunidad ha cambiado, y hemos dejado muchas costumbres por el camino. Las redes sociales, el vaivén de turistas, el individualismo, la optimización del tiempo… hay muchos malos en esta película. Al final somos nosotros, las personas, los únicos con control sobre el guion.
Los lazos de comunidad se han debilitado. Tenemos amigos, sí. Relaciones íntimas. Pero hemos descuidado a las personas de las que nos rodeamos en situaciones cotidianas, de forma que nuestro círculo social se hace cada vez más pequeño, más cerrado. Ana Hidalgo, psicóloga, explica que nos hemos vuelto más retraídos y desconfiados de la gente porque estamos más acostumbrados a competir que a cooperar. “Se nos pide que seamos más individualistas. Ya no hay situaciones que te lleven, desde pequeño, a buscar soluciones conjuntas”.
Esto provoca una sensación de aislamiento, de soledad, que se acrecienta con la tendencia a vivir solos (más de 3,7 millones de personas en España, según el INE). Tales sentimientos afectan también a la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos, y a nuestra capacidad para reaccionar ante inconvenientes del día a día. “La tolerancia a la frustración es baja, cualquier pequeña cosa se nos hace un mundo porque no sabemos contar con el apoyo de los demás”. Y como siempre, la realidad social acaba reflejando los cambios individuales. La sociedad somos todos. Y si dejamos de sentirnos parte de una comunidad, cada uno tirará por su lado y se generarán más conflictos.
Ana propone, para cambiar el rumbo, retomar el contacto con los vecinos y apoyar al pequeño comercio, mucho más personal. “Que te conozcan y te llamen por tu nombre, que les preguntes qué tal el día. Son pequeñas acciones, pero muy importantes. Te sientes perteneciente a tu comunidad. Emocionalmente, es un consuelo”.
Omnipresente por excelencia, la tecnología también tiene cabida en este debate. Luis Bononato, presidente de Proyecto Hombre en España, trata a usuarios en un nuevo frente de combate: el de las adicciones tecnológicas. Según un estudio realizado por Rastreator en 2018, en España dedicamos una media de tres horas y 51 minutos diarios al teléfono móvil. Vamos, que de siete días que tiene la semana, consideramos a nuestro smartphone merecedor de lo equivalente a un día y tres horas de nuestro tiempo. Luis cuenta que las consecuencias son muy variadas para quienes la sufren, en su mayoría adolescentes. Una de ellas es que, cuanto más fuerte es el lazo con el mundo virtual, más se debilitan las conexiones de carne y hueso. Y esto no afecta solo a las relaciones íntimas de una persona, sino también a la vida en comunidad.
Por eso, Luis considera la creación de un sentimiento de barrio como uno de los antídotos contra esta adicción. “Se necesita concienciación e implicación por parte de las asociaciones de vecinos para que se organicen más actividades dentro del barrio. Nosotros apostamos por que nuestros ususarios se incorporen a colectivos organizados. Y a que prueben lo que es la calle misma. Estar en una plazoleta interactuando con otros menores”.
Así lo ven los vecinos
Saturnino Vera es vecino del barrio de La Latina desde hace casi 30 años, y testigo de su pérdida de identidad. “Ya no siento que pueda contar con la gente y ellos conmigo. Desde hace unos 10 años todo son bares. Como los alquileres son muy altos, cambian de mano muy rápido y no llegas ni a conocer a quien los lleva”. Desde la Asociación de Vecinos Cavas La Latina, que Saturnino preside, se quejan del impacto de las viviendas de uso turístico en el barrio. “Al final, si la gente va y viene cada semana, no conoces a los que viven a tu alrededor”. Piden que la situación se regule para preservar el sentimiento de comunidad. “Algo que también haría mucho por crear barrio serían las ayudas a pequeños comercios con medidas como la reducción del IBI”, añade Saturnino.
Luisa Burguillo lleva toda la vida en su barrio, Malasaña. Ahora es madre de dos niños pequeños, y cuenta que su percepción con respecto a la zona ha cambiado. Que no es un barrio para vivir con niños. Se queja de que hay pocos espacios públicos en los que puedan jugar libremente, ya que las terrazas ocupan todas las plazas. Esto, dice, añadido a que solo hay dos escuelas públicas y a que las calles son estrechas y no están cortadas. Vamos, que Malasaña no es, urbanísticamente hablando, una zona que fomente que se haga barrio entre las nuevas generaciones.
¿Tienes Sal?
Así está el panorama. El siguiente paso a ser consciente es actuar. A nuevos problemas, nuevas soluciones. Aunque tiendan a demonizarse más que a recibir halagos, las redes sociales también pueden ayudar a traspasar esta barrera que se ha ido levantando con los años. Un ejemplo de ello es ¿Tienes sal?, una plataforma creada para ayudar a los vecinos de un mismo barrio a conocerse, y así crear comunidad.
Sonia Alonso, cofundadora, explica que, cuando nuestros hábitos de consumo cambiaron con la llegada de Internet, la vida se individualizó totalmente. Por otra parte, ahora la gente se mueve más. Por trabajo, por placer, por tendencias sociales. Sea lo que sea, estos cambios han barrido el sentimiento de vecindad. Tal y como lo describe Sonia, esta plataforma es “una herramienta que ayuda a romper el hielo para recuperar la vida de barrio, y para combatir la soledad, un mal de hoy en día bastante grande. También puede ser parte de la solución a problemas como el consumo excesivo, no hace falta que todos tengamos de todo”.
Los vecinos que más uso dan a esta app tienen entre 30 y 40 años. Sonia achaca el perfil al hecho de que son, posiblemente, la última generación que vivió de pequeños lo que era conocer a quien te cruzabas en la calle. “Son las ganas de volver un poquito a lo de antes”.
Empezó en Barcelona, y se extendió a Madrid el pasado junio. Ya son 63.580 madrileños que buscan conocer a sus vecinos. Sonia recibe mensajes de gente que le agradece haber creado la app. En Coslada, por ejemplo, unas 13 mujeres de más de 60 años han hecho grupo, quedan cada poco y le mandan fotos. Se forman grupos para jugar al pádel, para salir a correr, o simplemente para tomar una caña. “Esto nos demuestra que la gente ya tiene ganas de salir de sus burbujas y volver a hacer un poco de piña con los que viven alrededor, algo que hemos desaprendido a hacer”. Al fin y al cabo, somos seres sociales. Está en nuestro ADN. “Se trata simplemente de no mirar tanto la pantalla, mirar alrededor y saludar más a la gente, como hacíamos antes”, afirma Sonia.
Una mirada diferente
Mirko Leandri vivía en Chieti, ciudad italiana próxima a la costa del Mar Adriático. Hace cuatro años escogió Madrid como escenario de su nueva vida. Es camarero en un bar, El Balcón de Malasaña, desde donde se asoma a la sociedad madrileña. “La televisión italiana habla mal de España, pero yo vine aquí y me encontré una ciudad fantástica”, cuenta. Cuando llegó, solo sabía decir “vamos a bailar” y “buenas noches”, y, equipado con ese vocabulario esencial, empezó a relacionarse con la gente de su entorno.
Lo que más le gusta de Madrid es que la gente es sociable a un nivel muy profundo. “Decís cuídate cuando os despedís de alguien. Eso, para mi, demuestra una actitud dispuesta a ayudar a los demás, a preocuparte por ellos”. Es testigo cada día de cómo la gente, si se entera de que alguien desconocido necesita ayuda, no se aleja antes de que se la pida. En contraste con Italia, donde a sus ojos, “se ha perdido el sentido de la humanidad”.
Lanzar balones contra nuestro tejado es algo muy español, y a veces hace falta que alguien de fuera nos de su perspectiva para caer en que, aquello por cuya ausencia protestamos, es en realidad algo que ya llevamos muy dentro. Solo tenemos que re-aprender a sacarlo.