La muñeca rusa de la moda emergente: ¿Y si Rusia no fuera solo Putin?
Hombres con tacones, modelos vestidos para el apocalipsis y moda sostenible. Así es la Rusia que no aparece en los medios.
Si la moda es fiel reflejo de la sociedad, ¿qué está ocurriendo en Rusia? Viajamos a Moscú para conocer a diseñadores emergentes en uno de los países aparentemente más herméticos de nuestro entorno. Estereotipos, cultura, economía y política se suben a la pasarela.
La cara de Putin, noticias de hackers y espionaje, encarcelamientos de activistas, homofobia y misiles. En trazos gruesos, estas son las noticias que normalmente recoge la prensa generalista española sobre Rusia, pero ¿qué sabemos en realidad sobre cómo viven los jóvenes del país más grande del mundo?, ¿cómo se visten, qué piensan y qué expresan? Si la moda es fiel reflejo de la sociedad en la que se inserta, ¿pueden los diseñadores ayudarnos a desempañar la imagen de su propio país? Mientras los estereotipos siguen poblando el imaginario colectivo solemos olvidar preguntarnos cuál es la esencia cultural de esa sociedad eclipsada por la representación de su líder. Ocurre en todo el mundo, pero en el caso de Rusia es aún más evidente y quizá este es el principal motivo por el que merece la pena aproximarse a su idiosincrasia desde otras miradas.
Cuando el presidente de un país se asemeja a un oligarca y era miembro de la KGB, la confusión parece acentuarse, pero conviene señalar una obviedad: Vladimir Putin no es Rusia y Rusia no es Putin. Tanto en el cine como en los videojuegos, los personajes rusos siguen siendo espías y villanos mafiosos, mientras que en los periódicos la palabra Rusia suele estar ligada en la actualidad, con mayor o menor fuerza, a la “amenaza”. Es la llamada rusofobia sin matices, un término utilizado por el propio presidente como escudo en el nuevo orden mundial. Pero también es el innegable fenómeno anti-ruso que permea en occidente y lleva a los jóvenes emigrantes a sentirse señalados en el exterior. Es también el daño colateral que causa en la población de a pie dicho estereotipo y solemos obviar. A juzgar por este clima de negatividad, parecemos haber olvidado la riqueza que la sociedad rusa aportó a la cultura mundial en un tiempo no muy lejano.
Los profesionales que nos acompañaban al evento de la moda en Rusia repetían la misma frase: “siempre es la semana de la moda en alguna parte del mundo”, pero la de Moscú tiene personalidad propia. En este caso, Mercedes Fashion Week Russia, puede servir como plataforma para transformar la imagen que tenemos del país en el extranjero y de paso, interesarnos por lo que ignoran los titulares a los que estamos acostumbrados, como por ejemplo, por la creatividad que expresan las nuevas generaciones. Los jóvenes diseñadores rusos no tomaron ninguna de las decisiones geopolíticas de los últimos años, pero durante la Semana de la Moda de Moscú tienen que enfrentarse a preguntas molestas (algunas, admitimos, de nuestra parte) sobre la sombra que arroja el Kremlin. Y aquí aparece el primer autodiagnóstico de nuestros propios prejuicios: ¿hubiéramos sacado a colación la política en entre las pasarelas de París, Milán o Madrid?
El evento tiene lugar en el Manège de Moscú, un edificio neoclásico que se encuentra en el corazón de la ciudad, a pocos minutos del Kremlin, el Teatro Bolshoi y la famosa Plaza Roja. Cuando en una conversación informal comentamos el debate acerca de la memoria histórica en España, una de las jóvenes asistentes que participa en la organización del evento menciona en voz baja que allí, en la Plaza Roja, está embalsamado Lenin y a pocos metros, en una de las murallas del Kremlin, reposa el cadáver de Stalin. ¿Cuál es su opinión? Al igual que el resto de personas jóvenes que entrevistamos durante el viaje prefiere no pronunciarse acerca de la herencia histórica rusa. Sencillamente, han pasado página y consideran que hay otros temas más interesantes que tratar para proyectar la mirada hacia el futuro.
Derribando estereotipos homófobos a través de la moda
Al igual que ocurrió durante el Mundial de Fútbol del año pasado, los periodistas internacionales que acudimos a la fiesta de la moda en la capital nos encontramos un país “más normal de lo que pinta la prensa”. Hemos visto imágenes sobre las actuales campañas de acoso y persecución que sufre la comunidad LGTBI en Rusia en noticias y documentales, pero en la Fashion Week dos vistosas Drag Queens acuden a los desfiles. Sabemos que el país planea instaurar una ley para censurar contenidos en internet, pero el evento es un hervidero de opiniones libres lanzadas a través de Instagram. Pensamos que su potencia militar sería palpable en las calles, pero los únicos uniformes que vemos están en mercadillos de segunda mano o los llevan puestos andróginos modelos en diseños recién customizados. La imagen negativa de Rusia empieza a llenarse de matices gracias a la moda.
Como en el resto de ediciones a lo largo y ancho del planeta, en el evento de la moda por antonomasia hay tacones y deportivas, botox y tachuelas, pero la media de edad tanto entre los diseñadores como entre los asistentes es mucho más joven que la que se encuentran en el resto de las grandes capitales y a falta de grandes nombres, las pasarelas muestran diseños cuya estética roza la anarquía. No hemos venido a comprobar la calidad de los tejidos ni evaluar la elegancia. Hemos venido a extraer discursos que parecen gritos mudos emitidos a través del altavoz que son las prendas de última temporada. Han creado un escenario (no sabemos hasta qué punto artificial) cuidadosamente diseñado para derribar prejuicios.
Los más escépticos nos preguntamos si no será acaso una burbuja intencionalmente decorada para limpiar imágenes preconcebidas. Y si nos lo preguntamos, es porque funciona. Tal y como reconoce el director del evento, Alexander Shumsky: “Hay tantos estereotipos sobre Rusia que incentivamos a los diseñadores a ser tan diversos como puedan. La gente dice que tenemos leyes anti homosexuales, que la gente aquí no sonríe, que es una especie de dictadura… Todo eso es bullshit, créeme”. Resulta difícil aceptar la invitación a negar lo que sabemos cierto con la ley que prohíbe la “propaganda” LGTBI en vigor, pero el escenario que nos rodea es sumamente efectivo a la hora de animarnos a derribar clichés.
Los diseñadores invitados son el mejor ejemplo: Uno de los extranjeros seleccionados para debutar en la pasarela de Moscú es el sueco afincando en Londres Linus Leonardsson, quien apuesta el género fluido. En la pasarela, tanto mujeres y hombres calzan tacones, calcetines de rejilla y faldas fluorescentes; huye de encasillar sus diseños en el género binario. Según sus propias palabras, su colección celebra la exploración de la diversidad en la sexualidad y no podría haber elegido un lugar mejor para expandir su reivindicación a través de la moda: “Las leyes anti-gays de Rusia son un ejemplo de que todavía hay un largo camino por recorrer para la igualdad mundial. Este desfile es un acercamiento a todos los amigos queer en Rusia y el mundo”.
El hecho de que fuera el Russian Fashion Council quien le invitara a la muestra a través del programa Global Talents permite reflexionar sobre la permisividad del Gobierno respecto al evento. Es posible que uno de los objetivos sea crear un oasis de aparente apertura ideológica hacia el colectivo LGTBI, pero también podría leerse como una posible vía para empezar a impulsar el cambio a través de referentes provenientes del extranjero.
El propio director de la muestra recalca este esfuerzo: “Conozco a personas que tienen miedo de venir a Rusia si son gays o si son de raza negra, pero Moscú es más seguro que Manchester, por ejemplo. Es muy importante que los periodistas vengan a la semana de la moda para mostrar que es diferente”, declara Shumsky. No oculta el motivo por el que estamos aquí, pero tampoco tenemos la oportunidad de hacer el necesario experimento para comprobar hasta qué punto son ciertas sus palabras: ¿Qué pasaría si un hombre vestido con los diseños de Leonardsson manifiesta abiertamente su orientación sexual en cualquier bar ruso fuera de la cosmopolita Moscú?
¿Qué es Stiob? Contracultura, hegemonía y moda
Los nacidos durante el mandato de Yeltsin o la llamada “generación Putin” han estado expuestos a la comunidad creativa global y han aprendido a usar su lenguaje para contar sus propias historias a través de la moda, sin pasar por alto la influencia del paisaje social que vivieron en su infancia. Aunque desde el exterior intuimos que el fantasma de la represión aún se cierne sobre sus cabezas, es a través de la libertad en la moda donde encontramos un efectivo canal de comunicación que transporta contradicciones. Son pocos los que hablan inglés, y aun menos quienes se atreverían a hablar negativamente de política, pero el evento es una oportunidad para juntarse e imaginar, para vestirse y expresar herencias e identidad. No hace falta hablar ruso para entender que aquí, a los jóvenes, también les preocupa el medio ambiente o la economía porque lo muestran en sus colecciones y basta con mirar para verificar cómo la contracultura se mezcla con el consumo, al igual que en el resto del mundo.
“No creo que los jóvenes rusos tengan diferencias ideológicas respecto a los jóvenes extranjeros; compartimos las mismas ideas. Ha pasado el tiempo y debido a las nuevas formas de comunicación y procesos de globalización, vemos las cosas de la misma manera. No pienso que exista la sensación de cierto aislamiento si hablamos de moda o arte, pero la situación económica es muy pobre, por eso es difícil para muchos artistas expresarse libremente en comparación con artistas de Europa, por ejemplo”. Quien lo dice es Stas Falkov, fundador de Kruzhok, cuyos diseños bien podrían formar parte de una película de ciencia ficción sobre un futuro apocalipsis. Su andadura comenzó en 2015 a través de una publicación que documentaba la evolución de la cultura underground rusa, pero la creación de Falkov pasó de ser un reportaje fotográfico a una empresa de moda en 2017 y, desde entonces, ofrece una ventana al paisaje cultural de la Rusia contemporánea a través de diseños de estética contracultural.
Desde centros psiquiátricos a prisiones, Kruzhok aborda los márgenes para subirlos a la pasarela. El uso de la contracultura, en el caso de Rusia, se llena de matices. Utilizando el término acuñado por algunos académicos podría señalarse como Stiob. En el interesante artículo La ironía de moda y Stiob: el uso de la herencia soviética en el diseño de moda ruso y las subculturas soviéticas, escrito por Ekaterina Kalinina, el concepto stiob se define como “la creación definitiva del homo sovieticus y post-sovieticus, que permite domesticar los mitos culturales. Utiliza un lenguaje impactante, exageraciones y curiosidades para evitar una confrontación con dichos temas”. ¿No será acaso esto lo que vemos en la pasarela? A la hora de expresar el contenido de sus diseños, Stas explica así su inspiración: “En esta colección se encuentran principalmente dos factores sociales que, en nuestra opinión, deberían mejorarse: el enorme trabajo de personas encarceladas que trabajan fabricando ropa militar y el curso militar de los gobiernos”.
Lo que no menciona, aunque queda implícito, es que en Rusia es habitual que las personas encarceladas produzcan uniformes para el ejército, la policía y otros trabajadores del gobierno y se calcula que los ingresos provenientes de las plantas de manufactura de prisioneros superan los 800.000 dólares al año. Tampoco resulta fácil adivinar si la utilización de la estética militar es una crítica en firme acerca de la participación de las fuerzas armadas en su país en recientes conflictos armados o quizá, siguiendo la herencia del término stiob, sirva para normalizar mediante la ironía las campañas militares rusas. Es posible que a fin de cuentas, simplemente esté bebiendo de su herencia cultural y el actual clima político para crear diseños que no dejan indiferente.
Moda soviética, ¿un arma cargada de futuro?
Tal y como comentaba el director del evento, Alexander Shumsky, “los jóvenes rusos ya no quieren ser el nuevo Prada” y “tienen un pasado cultural muy fuerte” del que no reniegan, por lo que en lugar de imitar la moda occidental, las subculturas han creado sus propios estilos de vestimenta mezclando elementos que hablan de las condiciones culturales y sociales en las que vivieron durante su infancia y que ahora decodifican. Algunos expertos en moda consideran que no es casualidad que las firmas –no solo rusas, sino también occidentales- lleven varias temporadas adoptando la influencia de la ropa de trabajo, el feísmo o prendas que proyecten la sensación de haberse tejido a mano, fiel reflejo de la URSS. A fin de cuentas, “en esa parte del mundo, el plástico era prácticamente inexistente. Y, precisamente ahora, es lo que pretendemos”.
Los jóvenes diseñadores rusos toman como referentes a Gosha Rubchinskiy (quien supo rentabilizar sus diseños inspirándose en la caída del Telón de Acero de forma irónica y convirtió los estereotipos rusos en producto de consumo) o Lotta Volkova (la estilista que convirtió en tendencia el feísmo). Ambos pusieron de moda la estética del Este y supieron aprovecharse de su reinterpretación del consumismo occidental, planteando la alternativa en la nostalgia de su propia juventud. Ahora que el modelo de consumo está cambiando y la sostenibilidad marcará la agenda de la moda, ¿quizá sean los diseñadores rusos quienes sean más capaces de ofrecer el cóctel perfecto?
Para el creador de Kruzhok: “Nuestra estética contracultural puede explicarse como nuestra opinión sobre algunos aspectos de la moda moderna: vemos muchas cosas que son artificiales y poco sinceras. Nuestros diseños provienen de la vida real y el objetivo de nuestras imágenes es expresarla. Kruzhok siempre se centra en la comunicación entre las personas y el medio ambiente”. Nos recuerda que en Rusia siempre han tenido “escritores, artistas y músicos destacados, incluso en períodos más complicados de nuestra historia” y que gracias a la moda, podemos reflexionar, compartir y encontrar nuevos sentidos a la aparente superficialidad para encontrar necesarios puntos de encuentro.
La forma en la que percibimos y narramos la historia está cambiando rápidamente y las idea de pertenecer a un determinado lugar o cultura empieza a resultar obsoleta.
La nueva generación de rusos que trabajan en la moda comparten una creciente apreciación de su propio bagaje pero, al mismo tiempo, luchan por formar parte de una comunidad creativa global para la que no deberían existir fronteras. Se trata de jugar un papel igualitario en la industria y, al mismo tiempo, reivindicar la autenticidad de cada legado cultural. Para lograr el éxito que nos beneficiará a todos, debemos evitar miradas que definan las identidades desde concepciones del pasado y conviene recordar que tras el telón de los estereotipos se descubren miles de individualidades conectadas entre sí. Si algo tiene de bueno la globalización y este mundo hiperconectado es precisamente que ahora, las posibilidades para conocernos, sorprendernos e inspirarnos se multiplican. En nuestra mano está configurar el puzle para que el paisaje tenga sentido.