Cada vez conocemos menos los productos de temporada porque les ponen un invernadero de plástico por encima y salen todo el año. O los corderitos, que estaban perfectos por la Pascua florida pero ya los tenemos siempre. ¿Y qué decir de los corujas, marujas o pamplinas, esas primas minúsculas del berro que algunos aficionados recolectábamos, con botas de agua, en los riachuelos de la sierra de Guadarrama? Una de las novedades del año pasado fue que ya estaban, metidas en plástico, en todos los supermercados…
Pero no todo está perdido: el fresón bajo plástico y la fresita silvestre del bosque no son lo mismo, y si podemos hacernos con el producto fresco y natural siempre tendremos un plus de sabor y pureza. Claro que este año la pandemia nos ha caído encima y nos tiene encerrados, lo cual nos dificulta más aún la búsqueda. Pero cada barrio suele tener una frutería con mejores proveedores que otras, y quedan las compras por internet. Así que no desesperemos.
De hecho, pocas cosas nos alegrarán el confinamiento más que –si podemos hacernos con ellos- algunos de esos minúsculos y tiernísimos guisantes lágrima del País Vasco o de sus primos del Maresme. No conocemos –salvo las primeras habas- unas hortalizas tan finas y delicadas, que provocan pasiones insospechadas. Hace unos años, ante la noticia de que el restaurante Nicolasa de San Sebastián iba a cerrar definitivamente, una docena de amigos fletaron un minibús para llegarse allí con un único fin: comer aquellos guisantes lágrima sutilísimos y despedir a un grande de los que se nos han ido retirando sin sucesores.
Los primeros espárragos verdes también están muy bien, aunque este año no podamos salir a los trigales manchegos a recoger los silvestres que naturalmente crecen allí, en los surcos trazados al arar.
Y tenemos los pescados, claro. Las modestas pero exquisitas caballas suben más cerca de la superficie y vemos más en las pescaderías. Y las sobreexplotadas anchoas –o bocartes, o boquerones- del Cantábrico también empiezan a ser más abundantes. Son caras, pero démonos al menos una fiestecita, una bocartada como se dice en Santander, solamente salteando ligeramente los pescaditos con un poco de aceite de oliva, y nos vendrán a la cabeza recuerdos de otras primaveras más placenteras, y todo ello nos ayudará a sobrevivir al tedio, la ansiedad y el desconcierto de este 2020.