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Dieta mediterránea… medio americana 

A partir de la llegada de una serie de nuevos alimentos de las Américas la dieta no volvió a ser la misma en torno al Mediterráneo, sino que se enriqueció para siempre con los componentes americanos unidos a los autóctonos

Dieta mediterránea… medio americana 

Nazar Hrabovyi | Unsplash

Las modas, incluso las modas científicas, siempre han rondado de cerca nuestras formas de comer y beber, y a veces olvidamos sus vaivenes. No más allá de los años 60 del siglo pasado los médicos –generalmente anglosajones—nos decían aún que el aceite de oliva, como cualquier grasa, era nocivo para la salud. Luego fueron ahondando en las malvadas grasas saturadas y en las benéficas monoinsaturadas y poliinsaturadas, y nuestro aceite ya fue aceptable. Y, de inmediato, tuvimos las loas a la dieta mediterránea.

Lo curioso, visto unos decenios más tarde, es que nos explicaron que la dieta mediterránea más perfecta era la de una lejana isla griega, con sus aceitunas, su trigo y su vino. Y ahí se centraba toda la atención.

Tuvo que ser un periodista y escritor gastronómico español el que propugnase un cambio de denominación y una nueva dirección para las investigaciones, ya en los años 70: “Dieta americano-mediterránea”. Y es que a partir de la llegada de una serie de nuevos alimentos de las Américas tras la colonización española, la dieta no volvió a ser la misma en torno al Mediterráneo, sino que se enriqueció para siempre con esos componentes americanos que se unieron a los autóctonos: tomates, pimientos, patatas en particular, con el toque de otros (boniatos, maíz) que también vinieron a armonizarse muy bien con los nativos de la cuenca de nuestro mar, de Cercano Oriente y –no lo olvidemos- de algunos que nos llegaron desde mucho más lejos en Asia, como naranjas y limones.

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Foto: Roberta Sorge. | Unsplash.

 

Esta unión ha sido la base de buena parte de la gran gastronomía europea, y sobre todo de la gran gastronomía saludable porque su grasa principal no era ni la mantequilla ni la grasa de cerdo. En ese sentido es justo señalar que inicialmente Italia tomó la delantera a España porque, aunque desde siempre nuestro país produjo mucho aceite de oliva, durante siglos existió una prevención de tipo histórico y religioso a favor del tocino y de los productos del cerdo: eran las grasas que no habían consumido ni musulmanes ni judíos, expulsados en el siglo XV, y que por eso mismo ganaron prestigio entre los cristianos. Un buen cristiano consumía tocino…

Se puede asegurar que hasta bien entrado el siglo XX no llegamos a equipararnos a Italia en nuestra devoción por el aceite de oliva y no completamos nuestra propia versión de la dieta americano-mediterránea, entre otras cosas mejorando definitivamente los métodos naturales de producción del aceite, descartando las extracciones químicas y enalteciendo el aceite de oliva virgen extra, que en España ya iguala las más excelsas cotas logradas en Italia y en unos (pocos) lugares más.

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