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La nueva normalidad era esto: vuelos a ninguna parte para matar el gusanillo

Ofrecer viajes en avión para dar una vuelta por el país –sin bajarse en ningún momento– es la nueva excentricidad de un sector en caída libre

La nueva normalidad era esto: vuelos a ninguna parte para matar el gusanillo

Twitter EVA Airlines

Aeropuerto de Sydney, Australia. Los pasajeros hacen cola en la terminal de salidas –no llevan equipaje, son todo expectación–, pasan el control y se dirigen a la puerta de embarque para aguardar pacientemente a que comience la experiencia. El Boeing 787-9 Dreamliner, que cubre normalmente las rutas internacionales, está preparado para despegar en el mismo lugar donde aterrizará siete horas más tarde. A bordo, «todos aquellos que echen de menos la sensación de viajar y quieran saludar a sus familiares en otros estados», tal y como lo anuncia la aerolínea Qantas Airlines, la más importante del país. Saludar. Desde la ventanilla de un avión. A 1.219 metros de altura. En fin, a lo que íbamos: los pasajeros ya han entrado en el avión –por fin esa sensación, después de todo este tiempo– y se acomodan en sus asientos, preparados para aguzar la vista cuando sobrevuelen la Gran Barrera de Coral, Byron Bay, Bondi Beach o la bahía de Sydney. Los billetes para el vuelo Great Southern Line, que despegará el próximo 10 de octubre, oscilan entre los 480 y los 2.300 euros. Se agotaron en 10 minutos. Una comida en el avión diseñada por el chef Neil Garry y una actuación de alguna celebrity son algunos de los extras que ofrece Qantas, además de un pijama de la aerolínea. Por si acaso, recomiendan descargarse una serie o llevarse ese libro que acumula polvo en la mesilla. Qué mejor momento para ponerse al día que en un vuelo a ninguna parte.

El caso es que son tiempos difíciles para los exploradores y para las aerolíneas, un avión sólo gana dinero desde el aire. En tierra, de hecho, es un agujero negro de pérdidas. Para una pausa de uno a tres meses, la aeronave requiere un «almacenamiento activo» con labores de mantenimiento –encender y apagar los motores con regularidad, moverla para que no se desgasten los neumáticos–. En Australia las fronteras interestatales continúan cerradas. El CEO de Qantas Airlines, Alan Joyce, comentó en agosto que la pandemia había llevado a la compañía a su peor escenario financiero desde que se fundó, hace 100 años. En lo que va de año, ha perdido casi 2.500 millones de euros. Según el analista de aviación Brendan Sobie, los vuelos a ninguna parte no darán ganancias a las aerolíneas, pero sí pueden servir para sanear sus cuentas. Excentricidades como esta son parches de supervivencia alimentados por ese deseo, esa urgencia, de experimentar. No tenemos claro que importe demasiado qué.

Todo empezó en Taiwán. La aerolínea Tigerain se llevó las manos en la cabeza con las cuentas del primer semestre y probó suerte: operó un vuelo que pasaba por Japón y media vuelta, otra vez a Taiwán. Los billetes costaban 201 euros y se vendieron en cuatro minutos. Poco después, la idea llegó a Japón. ANA Airlines decidió que su vuelo recrearía un viaje a Hawaii. Lo llamaron Flying Honu y lo llenaron de collares de flores. También sirvieron cócteles con sombrilla. La aerolínea EVA organizó, para celebrar el Día del Padre en Taiwán, un vuelo nacional de 90 minutos tematizado con el universo de Hello Kitty [en la imagen de portada]. Singapur está ahora considerando la posibilidad. De momento, una encuesta lanzada a 308 personas reveló que el 75% estaban dispuestas a pagar por un vuelo a ninguna parte, la mayoría de ellas hasta 250 euros por un billete en turista.

No es la única rareza a la que se han agarrado las aerolíneas. Algunas como Garuda Airlines, en Indonesia, venden online la comida de los aviones, colocadas en las típicas bandejas. Los pasajeros las compran porque «echan de menos la sensación de comer en los aviones».

El coste de la excentricidad

Hace tan sólo unos meses Greta Thumberg cruzaba el Atlántico en catamarán para acudir a la Cumbre del Clima que se celebró en Madrid sin dejar huella de carbono a su paso. En Suecia se consolidaba el flygskam, o la ‘vergüenza de volar en avión’. Ahora es posible darse una vuelta en avión, un transporte cuyas emisiones son, en promedio, de unos 285 gramos de CO2 por persona y kilómetro volado. Las de un tren, por poner un ejemplo, son 14 gramos. Está claro que el mundo ya no es, en ningún sentido, el de hace unos meses.

«Es una excentricidad propia de países con menor conciencia ambiental, una ocurrencia para salvar el negocio», afirma Pablo Díaz, experto en turismo y transporte de la UOC (Universidat Oberta de Catalunya). «El discurso que tenemos los especialistas sobre el turismo sostenible es bonito y cala en ciertas geografías, pero en la mayoría no termina de calar. Taiwán, China, Singapur… se alejan de estas tendencias», explica. En el ránking mundial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), Japón está en el número 15, Australia en el 38, Taiwán en el 39 y Singapur en el 66.

Hay quien es optimista y piensa que el sector aprovechará este parón para renovarse, dejar atrás viejas prácticas que dañan el medio ambiente y la integridad de los destinos. Díaz es escéptico: «me temo que, antes de que se den prácticas de conciencia ecológica, volveremos al turismo de masas, incluso aquí en Europa», afirma. Se aparcará el ideario ecológico por pura supervivencia y, según Díaz, se volverá a políticas que se estaban abandonando, como la de subvencionar vuelos baratos en ciertos aeropuertos.

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