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Año nuevo, vida nueva, ¿alimentación nueva?

Una de las cuestiones que van a salir de esta pandemia es una conciencia real de cómo volver a incluir la nutrición en nuestra comida

Año nuevo, vida nueva, ¿alimentación nueva?

Alexandr Podvalny | Unsplash

Nuestra respetada colega Ruth Reichl, que fue cronista gastronómica de The New York Times y directora de la añorada revista norteamericana ‘Gourmet’, ha publicado en la guía Zagat algunas reflexiones sobre lo que hemos comido hasta ahora en el mundo occidental y, en particular, en su país, y lo que debería ser el nuevo escenario después de la pandemia.

Escribe Reichl: “Lo que está quedando muy claro es lo terriblemente roto que está nuestro sistema de alimentación. Hemos dado preferencia a la eficacia sobre la recuperación de la calidad desde finales de la II Guerra Mundial. Esto ha creado tremendos problemas. La realidad es que podéis considerar la Covid como una pandemia alimentaria. Los norteamericanos comen alimentos que, básicamente, ya no contienen mucha nutrición. Una de las cuestiones que van a salir de esta pandemia es una conciencia real de cómo volver a incluir la nutrición en nuestra comida. ¿Cómo empezar a cultivar hortalizas que de verdad nos dan algo? ¿Cómo mejoramos la comida industrializada que ahora estamos consumiendo?”.  

Una respuesta fácil a Reichl es que debería mirar a países del entorno occidental que sufren menos de ese deterioro que el suyo, y en particular España, que ha sido declarado el país europeo cuyo suministro de alimentos mejor se ha mantenido durante la pandemia. Menos fácil, pero igual de certero, es que el daño que han hecho las nuevas dietas a base de fast food y alimentos ultraprocesados, sin duda nacidas en su país pero de enorme éxito en todas partes, es muy cierto y que, por ejemplo, en España el problema de la obesidad infantil y juvenil se ha agravado mucho.

Aquí tenemos la feliz situación de que hortalizas, frutas, carnes y pescados frescos siguen estando disponible como no lo están en Estados Unidos. Pero tenemos el desafío, por una parte, de cambiar los hábitos dietéticos hamburgueseros que tanto daño hacen a la salud colectiva, y, por otra parte, de que sigue pendiente la resolución de un problema común a todo Occidente: quienes cultivan o crían esos alimentos siguen percibiendo una miseria por ello, el dinero de la cadena de distribución alimentaria siguen abusivamente en manos de los intermediarios, y el campo –en España o en Francia, da igual- se sigue vaciando, porque casi ningún agricultor o ganadero que hoy se jubila tiene sucesor, ya que sus hijos y nietos han huido del campo.

El boom de las ventas a domicilio durante la pandemia nos ha dado una idea de que formas alternativas de distribución son posibles, y que pueden beneficiar más al productor. Quizá la solución esté en ese reequilibrio que siga permitiéndonos a los españoles disfrutar de unos productos difícilmente igualables… y permita a los británicos, los alemanes o los estadounidenses reencontrarse con ese tipo de productos frescos, que desde hace más de medio siglo han dejado de conocer.

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