Ana Requena: «No hay una única forma feminista de desear, tener sexo o relacionarse»
‘Feminismo vibrante’, de la periodista Ana Requena, es un antídoto al pudor y a la culpa; una invitación a ser objetos del placer y el deseo, en lugar de meros sujetos
La cuarta ola feminista ha sido –está siendo– la de los silencios rotos. La violencia sexual es esta vez el centro del terremoto, y no podría ser de otra manera. Todo empezó en octubre de 2017, cuando el New York Times publicó una historia que tildaba al productor de Hollywood Harvey Wenstein de acoso y violencia sexual; levantó la alfombra y el polvo salió –sigue saliendo–. El #MeToo, el caso de ‘La Manada’, la difusión del 8M, Las Tesis y su performance, Un violador en tu camino… motores de esta oleada de lucha feminista que, según Ana Requena (Madrid, 1984), periodista y escritora, cojea de una pata: la del placer.
«Si no hay placer, no es nuestra revolución». De esta premisa parte Feminismo Vibrante (Roca Editorial). Un antídoto al pudor y a la culpa; una invitación a ser objetos del placer y el deseo, en lugar de meros sujetos; un regalo a una misma; una elección en la que la intimidad es, más que nunca –tanto como siempre–, política.
Desde los años 60, desde la segunda ola feminista, ¿hemos retrocedido en esa parte que se ocupa de reivindicar el deseo y el placer?
No creo que haya sido un retroceso, pero creo que a veces –y esto pasa con otros asuntos muy centrales para el feminismo– hay debates que parecían solucionados pero resurgen dos décadas después. Quizás ha sido tan fuerte el empuje de la pata reivindicativa alrededor de la violencia sexual, del cuerpo como campo de batalla, del aborto… que se ha vuelto más difícil mantener un discurso sobre el placer.
¿Esto pasa solo en España o es algo común en todo el mundo?
El feminismo latinoamericano ha sabido entender mejor esa parte necesaria del discurso, le suman a la reivindicación feminista el perseguir el feminismo del goce, como lo llaman. Tenemos que fijarnos mucho en ellas, porque mira que son contextos donde los feminicidios son tremendos, la violencia es extrema, los problemas de impunidad con la justicia son muy graves, pero saben ponerle el componente festivo y conectarlo con la celebración del cuerpo, del encuentro con una misma y con las demás y con la sensualidad propia. Reivindicar no quiere decir no poder disfrutar con la reivindicación. Bailar, inventar canciones… Aquí escuchamos muchos discursos en la línea de El 8M no es una fiesta, nos están matando, y a mí no me convencen. Deberíamos tener cuidado con que parezca que la reivindicación y la lucha feminista implique estar de negro todo el rato llorando. Yo creo que hay espacio para todo. Intentemos que no parezca que la batucada, la risa y la purpurina se contraponen al discurso serio y riguroso y de rabia.
La otra pata, la de reivindicar el placer y la sexualidad, ¿cómo puede comenzar a llevarse del plano íntimo al colectivo de la misma forma que ha pasado con la lucha contra la violencia?
Compartimos experiencias y así nos damos cuenta de que, en mayor o menos medida, todas hemos vivido historias que tienen que ver con algún tipo de abuso sexual; se nos cae un velo y se crea una conversación que acaba siendo pública, que acaba llegando a la agenda política, que acaba estando en el centro de la agenda feminista.
Con esto es un poco lo mismo: quitémonos el pudor. Compartamos también nuestras historias de sexo y de placer. Hablemos de eso otro que se nos niega: el ser sujetos de placer, de deseo; sujetos cuyas decisiones y opiniones y noes y síes tienen que tenerse en cuenta. Necesitamos crear un debate sin tabúes ni líneas rojas, sin miedo al juicio de las otras. No puede ser que no podamos hablar de nuestras fantasías sexuales, del porno, de lo que nos excita.
Y antes de llegar al plano colectivo, en la intimidad, que es donde empieza todo, lo que más identifico como una barrera con uno mismo es la sensación de culpa y el pudor. ¿Cuáles son los mejores antídotos para esas dos cargas?
La conversación pública retroalimenta la parte individual porque te sientes más respaldada, tienes más referentes de mujeres que están hablando de eso y que rompen ese pudor y esa vergüenza. El feminismo en sí debería ser un buen antídoto, una herramienta para poner el foco en lo estructural y dejar de pensar que somos nosotras que no sabemos hacerlo mejor, que la cagamos, que solo nos pasa a nosotras, que no debimos decir eso, que no debimos subir a casa… también quitar el juicio sobre las demás; porque al final el juicio sobre nosotras es tan fuerte que tendemos a aplicarlo también sobre las demás. Vigilemos esta autoexigencia que es muy patriarcal y que está llena de estereotipos y de prejuicios. Compartirlo con las demás, con redes con las que puedas hablar. A mí me ayuda leer a las otras cuando me viene la culpa.
¿Qué películas y libros recomiendas para desarrollar y construir esa «voz interna, propia, libre de mandatos» que nos guiará a través de nuestro deseo y placer?
Tenemos que descubrir qué queremos y no sé si ese proceso acaba alguna vez. Está claro que ser mujer y vivir en una sociedad patriarcal implica una búsqueda constante del deseo propio y también de separarlo de lo que está diciendo el sistema y de cómo se han metido dentro de ti esos mandatos y estereotipos. Es bueno leer y escuchar referencias diversas, vivencias diferentes para encontrar el camino en cuanto a lo que quieres en las relaciones, en el sexo, para ti misma… Es enriquecedor porque no hay una sola fórmula. No hay una única forma feminista de desear, tener sexo o relacionarse. Hay valores que queremos adoptar, esquemas que queremos cambiar y estereotipos que queremos romper, pero la forma de hacerlo es personal, no hay una receta única.
Los espejos en los que yo me miro han ido cambiando. Al final de la adolescencia, con 18 o así, recuerdo leer Las edades de Lulú de Almudena Grandes, que supuso un despertar a un sexo explícito, recuerdo que me hizo algo clack en la cabeza y me animó como sujeto, me creó inquietud. También me han gustado siempre poetas desde Sylvia Plath a Anne Sexton que tocan el tema, unido a este conflicto que tenemos las mujeres del sexo con el desear pero al mismo tiempo sentir que no puedes hacer pero luego reivindicar el autoplacer.
¿Por dónde empezar para salvar décadas de retraso en la educación afectivo-sexual?
Cuando hablamos de educación afectivo-sexual siempre tendemos a pensar en la educación formal, en el cole, y esa pata es importante pero no hay que olvidar que las familias deben también inculcar una base porque el sexo y los afectos son parte de la vida, del ser humano, igual que se inculcan otros valores o ideas. Hay mucho tabú y miedo a hablar de ciertos temas entre padres e hijos. Niños y niñas empiezan a sentir cosas desde muy peques y hemos interiorizado demasiado la idea de que a un niño no se le habla, por ejemplo, de que su pene se pone erecto. Un niño de cuatro años flipa con eso. Es necesario hablar de que hay lugares donde te puedes tocar y te da gusto, eso ayuda a educar también en la prevención del abuso sexual. Así damos herramientas para conocer el cuerpo, saber que es algo tuyo y que tú tienes derecho a tocar y a buscar ese placer pero nadie más lo tiene. Una vez más, esas dos patas del feminismo están relacionadas.
Lo más importante es hablarlo desde que los niños son muy pequeños, no esperar a que venga una sexóloga cuando ya es tarde para hablar de muchas cosas o ya hay muchas inquietudes por el camino. Además, el enfoque que se le da ahora es muy biologicista: esto es el cuerpo. Un colega profe me contaba que les enseñan como es el útero, la vagina, y demás; y le pregunté y el clitóris, ¿contáis que existe? Y me dijo que no. A niñas y niños de 10 años les enseñamos el aparato genital pero no les decimos que existe el clítoris. Queremos que entiendan cómo nos reproducimos pero obviamos esa parte. ¿Por qué ocultamos ciertas cosas?
Supongo que lo arraigado que sigue el catolicismo en la educación tiene que ver.
Aunque no sea un colegio católico, está claro que en España la tradición católica tiene mucho peso, acentúa una culpa y se alía muy bien con la culpa patriarcal.
¿Un primer paso para reconciliar sexo y afectividad?
Parece que la libertad sexual en generaciones más jóvenes consistió de repente en tener sexo, en demostrar que podías tener sexo sin sentir nada, sin preocuparte de nada, sin ver a la otra persona al día siguiente… ¿Por qué ese empeño en cultivar siempre ese tipo de sexo? Claro que está bien tener sexo casual con alguien al que no volverás a ver, pero parece que es sólo una carrera y un ansia por acumular, parece que cuanto más follas mejor, tu estatus sube… ¿Por qué esta presión por tener sexo siempre todo el rato con muchísimas personas y de una determinada manera? Puede ir variando a lo largo de tu vida según lo que te apetezca. Creo que hay muchas feministas trabajando sobre el tema de los afectos, el amor, el sexo y sobre cómo patriarcado y capitalismo se han aliado ahí: Coral Herrera, Brigitte Vasallo, Eva Illouz… y a mí entrar en ese discurso me parece muy interesante.