¿Por qué confiamos nuestra salud mental a una app?
La salud mental ha entrado en la conversación, pero la terapia sigue siendo un lujo. Buenos tiempos para las ‘apps’ que prometen psicología virtual y «para todos»
La enfermedad mental es el achaque por excelencia del momento que vivimos. Uno, además, que se ha agudizado este último año, por razones obvias. Casi la mitad de los españoles (46%) afirma que su malestar psicológico ha aumentado este último año, según la Confederación Salud Mental España. Los pensamientos suicidas han subido entre un 8% y un 10%. Paradójicamente, solo un 6,4% de la población acudió en 2020 a un profesional de la salud mental, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Las cifras sólo constatan un problema que se aprecia cada vez más a pie de calle. La ansiedad y la depresión se cuelan en las conversaciones de una forma más natural que antaño. Si incluso se habla de ello en el Congreso (aunque suponga salir escaldado). Lo sufrimos más, sabemos más sobre ello, hablamos más sobre ello. Pero hay algo que sigue exactamente igual que siempre: ir al psicólogo es un lujo al alcance de pocos. Reconocer el problema es el principio, pero el camino, para muchos, acaba en una vía muerta.
De la necesidad siempre ha habido quien se aprovecha y en esta ocasión no iba a ser diferente. El último grito llega desde Sillicon Valley y promete la receta de la felicidad. Ya no son charlas TED de gurús en chanclas; ahora el psicólogo (o el bot) está en tu pantalla y te dice que solo tú eres dueño de tu destino. Las aplicaciones para smartphones que ofrecen servicios de salud mental han ganado fama y adeptos durante la pandemia. «La brecha entre la cantidad de gente que necesita atención y la cantidad de personal cualificado para darla crece cada vez más. Y en este vacío nacen muchas alternativas; la teleterapia ha sido siempre una de ellas», explica Hannah Zeavin, profesora en la Universidad de California y autora de The distance cure, un ensayo en el que recorre la historia de la terapia desde sus inicios. Hablamos de Talkspace, la pionera del modelo ‘Tinder’ de psicólogos. Hablamos también de chats como Woebot, donde puedes contarle tus problemas a un bot, que te irá soltando una retahíla de frases hechas al más puro estilo ‘tía, no te rayes’. Hablamos, también, de BetterHelp, de TherapyChat, Mentavio, Gurumind…
Talkspace –la más popular de todas ellas– funciona, más o menos, así: un test de bienvenida para saber quién eres, cómo eres, qué tal te va la vida y el algoritmo a funcionar. Después, una lista de psicólogos con los que podrías tener afinidad y un chat directo 24/7 con el que escojas. Su eslogan encierra una promesa: «therapy for all» (terapia para todos). «Tenemos que plantearnos lo que «therapy for all» significa en realidad. Es buen marketing, pero detrás hay muchas preguntas que hacerse», afirma Zeavin. Ella, que lo ha probado y lo ha estudiado, desmonta sus premisas más sólidas. Dice ser «para todos», pero cuesta 400 dólares al mes, es decir, lo mismo que un psicólogo poniendo por caso una sesión a la semana y una ciudad de precios estratosféricos como Nueva York. Seguimos sin solución para el problema número uno. Además, nos cuenta Zeavin, «los usuarios se quejan de que los terapeutas que se les asignan nunca están disponibles».
Llegados a este punto, me remito a la pregunta que encabeza este texto: ¿por qué confiamos nuestra salud mental a una aplicación? ¿Qué dice de nosotros como sociedad? «Que estamos desesperados, que necesitamos ayuda. Que la vida, tal y como ha sido configurada durante siglos, es dura. La gente necesita buscar un sentido y si te dicen ‘por 2,99 puedes sentirte mejor’, caes», alega Zeavin.
Los avances tecnológicos traen nuevos envoltorios, pero la idea que subyace bajo estas apps de terapia viene de atrás, de los años 60 y la popularización de la terapia cognitivo-conductual (CBT), que le quitó el trono al psicoanálisis. «Los terapeutas ya no querían ese paciente dependiente. Se impuso una visión más activa de la terapia, basada en ‘reprogramar’ el cerebro para que fuese capaz de sustituir un pensamiento positivo por uno negativo. Es una forma de verlo muy americana. Esa tradición del ‘puedo yo solo’, ‘hecho a sí mismo’, etc. El motivo por el que El poder del pensamiento positivo fue un éxito de ventas durante décadas», explica Zeavin. «Del auge de esta terapia también salieron cuadernos de ejercicios, libros de autoayuda, etc. Las terapias con algoritmos son solo el culmen de una larga trayectoria de métodos de autoayuda basados en las terapias CBT, que se han ido adaptando a las nuevas tecnologías disponibles», prosigue.
Como decíamos, de la necesidad siempre ha habido quien se aprovecha. Y el negocio de las aplicaciones de psicología no acaba en el consumidor desesperado. De hecho, según explica Zeavin, gran parte del pastel está en las empresas, que se apoyan en estas aplicaciones para vender una cultura laboral ‘positiva’. Los problemas de salud mental suponen un menor rendimiento y se traducen en pérdidas económicas. Cuando los profesionales son felices tienen hasta un 33% más de energía y eficacia, reducen en un 300% el riesgo de accidentes laborales e incrementan un 88% la productividad de la empresa, según un estudio de Manpower. Así, las empresas «compran estas apps para sus empleados y el objetivo no es que estén bien, sino lo suficientemente bien para poder seguir trabajando, produciendo», sostiene Zeavin.
Además, la receta mágica que prometen estas aplicaciones no es para todo el mundo. «Cuando realmente lo pruebas, ves que un montón de gente no puede siquiera inscribirse. No puedes estar en los extremos. No puedes tener ideas suicidas. Tienes que tener más de 18 años, no puedes estar en un situación de violencia machista. Así que toda esta gente que necesita ayuda no la encontrará en estas apps, pero tampoco pueden encontrar o pagar una terapia convencional. Surgen grupos de apoyo, líneas directas de asistencia a suicidas… pero están en un limbo», cuenta Zeavin.
Estas apps son, en definitiva, un parche; un bastón con el que empezar a caminar. No esconden mayor peligro, siempre y cuando se vean como eso y no como ‘el futuro de la psicología’, como claman sus creadores. El problema seguirá ahí, unido a otros problemas estructurales mayores que se pueden resumir en eso que hablábamos al principio: la terapia es un lujo. «Necesitamos alguien que regule esto (las apps), su precio, que cumplan las promesas, que tengan que justificar sus claims ante alguien. Necesitamos una inversión masiva en un servicio de salud mental, hacerlo mucho más barato, si no gratis, para los ciudadanos», concluye Zeavin. Todavía queda mucho camino por andar.