Cristina Lozano: «Cristine Bedfor es una señora inglesa y le encanta llenar la casa de amigos»
Charlamos con Cristina Lozano, copropietaria de Cristine Bedfor, el hotel boutique en Mahón (Menorca) que derrocha buen gusto terrenal
No es lujo la estridencia, la superioridad, la frialdad o la distancia. Tampoco unas alitas de pollo recubiertas de oro. Nada que grite «¡soy de lujo!» es lujo. Es, de hecho, todo lo contrario. Cristine Bedfor, el hotel boutique –o casa de huéspedes, como prefieren llamarlo– que abrió hace apenas un mes en Mahón (Menorca) es el presente del lujo. Es decir: la tranquilidad, la curiosidad por las gentes y costumbres del lugar visitado, la personalidad y el desenfado. Cada una de sus 21 habitaciones –no hay una igual a otra– rebosa buen gusto terrenal.
Cristina Lozano y Daniel Entrecalles, los propietarios, se metieron en esta aventura con el interiorista Lorenzo Castillo y el paisajista Álvaro de la Rosa. Charlamos con Lozano sobre la esencia de esta casa, el lujo, la personalidad única de Menorca y otras tantas cosas que pertenecen a la cara bonita de la vida. Aunque aquí la protagonista de la historia es Cristine Bedfor.
¿Quién es Cristine Bedfor?
Es una señora inglesa a la que le encanta recibir en su casa, que se ha inspirado para hacer este concepto de hotel en los bed and breakfast del campo inglés. Le encanta estar con amigos, le chifla comprar antigüedades, le gusta cocinar, poner una mesa, pasarlo bien… Elige los sitios que más le gustan para comprar una casa y llenarla de amigos.
¿Cuál es el espíritu de esta casa que ha comprado en Mahón?
Nosotros queríamos que los huéspedes se sintiesen, en un principio, como en casa; y, después, mucho mejor. Que fuese como esa casa a la que te invita un amigo un par de días y no te quieres ir. Cristine Bedfor ha plasmado todo lo que le gusta –las antigüedades, las flores, la arquitectura, el arte…–. Pero, además, tenía que ser súperacogedor. Que la gente sintiera que, sin pasarnos de la raya, podía bajar a desayunar casi en pijama y zapatillas. Llevamos un mes abiertos y eso ya está sucediendo. La gente se pone en un sofá a trabajar, se sienta otro al lado a tomar una Coca-Cola y entablan una conversación; no cierran las habitaciones con llave; la relación con el personal y entre huéspedes, sin ser muy intensa, es de una clase de amistad.
Qué bonito crear espacios que nos hagan volver a conectar.
Hemos estado mucho tiempo aislados y ahora la gente está deseando compartir; una conversación, un vino, lo que sea.
¿Qué busca el turista actual?
Experiencias muy locales, sin grandes complicaciones. No creo que la gente ya busque ese lujo que entendíamos antes. El lujo de ahora es salir a la calle, hablar con el de la tienda, ver cómo se hace una ensaimada, que te explique un local la historia de su familia, conocer a la gente del sitio al que vas. Eso que llaman ahora slow life. Tranquilidad y ganas de volver como 20 años hacia atrás.
¿Y por qué Menorca? ¿Cuál es esa magia a la que queréis ser fieles?
Fue Menorca, en concreto Mahón y sus edificios, la que nos atrapó. Tanto yo como mi socio somos habituales en la isla y nos encantaba, es un pequeño oasis que se ha sabido defender de lo que ha pasado en los últimos años en Baleares, de ese turismo masivo. Ha conservado su naturaleza, su arquitectura y su historia. Siempre ha ido con mucha calma; justo lo que nosotros queríamos.
En el fondo, todo el mundo va a Menorca en verano y es por las calas, el mar… pero Menorca es mucho más. Tiene una historia increíble. Fenicios, cartagineses, Bizancio, ingleses durante muchos años, franceses… El puerto de Mahón es increíble. Si haces los 6 km de puerto natural –es el puerto natural más grande de Europa–, según vas avanzando, ves la historia de Europa contada isla a isla: la del Lazareto, la del Rey, la Isla Plana, la Isla Cuarentena, la Mola… Encajaba perfectamente con lo que queríamos compartir con nuestro cliente amigo. Eso, la naturaleza y el ímpetu que ha puesto Menorca en cuidar su biodiversidad. Teníamos contacto con la Menorca Preservation Fund, que aglutina varias fundaciones de preservación del medioambiente… No sé, veíamos que teníamos mucho que hacer, que ofrecer y que compartir.
¿Es uno de esos sitios donde todavía quedan lugares por descubrir, de esos que sólo saben los locales?
Yo he ido durante toda mi vida casi siempre en verano y ahora llevo ahí casi un año. Aún sigo descubriendo sitios que sólo te dicen los locales y que muchas veces ni te los dicen, porque no quieren que se masifiquen. Menorca tiene mucho por descubrir. No es muy grande, pero tiene mil recovecos. Las casas de Ciutadella, de Mahón, tienen una riqueza decorativa increíble.
Es esperanzador que aún queden sitios que no están manoseados.
Es el mayor encanto de Menorca. Y es porque defiende y defenderá cuidar ese entorno y esa manera de vivir. No se deja apabullar por el éxito.
¿Cómo fomentáis que los huéspedes conecten con los locales?
Ofrecemos planes muy personales. Ir a casa de un pallés a ver cómo hace la sobrasada, un paseo con guías locales de Mahón, llevar a los huéspedes a casas de artesanos si quieren comprar alguna pieza, acompañar a una chica que hace coronas de flores silvestres que recoge por el bosque… Es como si tu amigo te invitara a su casa a vivir su rutina. Intentamos que nuestros proveedores sean todos locales, que el staff sea local, y eso también fomenta que el contacto sea muy próximo.
¿Qué papel juega la gastronomía en esta misión?
Uno muy importante, porque las patas de Cristine Bedfor son la gastronomía, la sostenibilidad y la cultura. La gastronomía va ligada a la sostenibilidad y, trabajando con la Menorca Preservation Fund, hemos creado un proyecto que se llama ‘Dream global, eat local’, que ayuda al productor a generar lo tiene mayor demanda y a que el consumidor lo compre –colegios, restaurantes, tienda y viandantes–.
El km 0 y el producto local son muy importante para nosotros y buscamos a alguien en quien apoyarnos para conseguir eso; sabíamos que del aspecto gastronómico se tenía que encargar alguien que supiera y que fuese, una vez más, local. Nos encontramos hace años con Marco y Oriol de Ses Forquilles y estamos felices con ellos; hacen nuestra parte de cocina, que se llama ‘Cristine’s kitchen by Ses Forquilles’, todo producto local. Tanto en el minibar, donde puedes encontrar queso de Mahón y sobrasada, como en nuestra cocina. Y, además, ellos abrirán Ses Forquilles, yo calculo que dentro de siete meses, en un edificio anexo al hotel y será parte del proyecto.
Respecto al arte, que lo comentabas antes, el interiorismo estuvo en manos de Lorenzo Castillo, pero tú ayudaste también a escoger los objetos. ¿Cómo fue?
Este hotel, desde el principio, está hecho por un grupo de amigos. Un poco friends and family. Y pensamos que, para hacer todo el proyecto, queríamos rodearnos de buenos amigos. Uno es Lorenzo Castillo y otro Álvaro de la Rosa, el paisajista. Lorenzo es amigo mío desde hace muchos años y nos entendemos perfectamente. Queríamos huir un poco de la balearización: esos hoteles que son blancos, con paja… eso no es Menorca. La historia de esta isla habla por sí misma. Lorenzo se inspiró sobre todo en la herencia inglesa, árabe y francesa.
Que yo participara, para mí y para él, era muy importante, porque la esencia de Cristine tenía que estar, la esencia de la anfitriona. Me encantan las antigüedades y lo que hago es comprar muebles diferentes en anticuarios de Madrid, Francia e Inglaterra para que cada habitación fuese distinta. Yo compro y, después, Lorenzo hace la magia. Una vez más, el tema de la sostenibilidad, que también entra en la decoración. Rehusar las cosas y dar una segunda vida tanto a los muebles como a las vajillas es importante: no consumamos más de lo que necesitamos. Además, todas las alfombras y las toallas están hechas de un tejido reciclado de botellas de plástico. Y, bueno, yo creo que el resultado final es muy acogedor, tiene sentido y explica muy bien lo que yo quería contar.
Me pareció muy bonito algo que dijiste sobre que la casa está «hecha de recuerdos» ¿Hay parte de tus recuerdos de infancia en Cristine Bedfor?
Yo soy de Bilbao, que también tiene una carga británica importante. Luego he vivido en Madrid toda mi vida. Pero es cierto que, el otro día, llegué a la casa de mi madre en Bilbao, entré y dije: «Le he copiado mucho. Es muy Cristine Bedfor». Sí, es inevitable. Inglaterra ha estado muy presente en mi vida y Francia también, durante los veranos. Es imposible separarte de tu vida, tus recuerdos y tu educación estética.
Además, hay recuerdos personales míos. Hay Petit Pois de mi abuela, hay cosas que me han regalado amigos y me hacía ilusión que estuvieran ahí… Sí, es que es mi casa. Bueno, la de Cristine.
¿Recuerdas el primer hotel al que fuiste?
Perfectamente. Viajaba muchísimo con mis padres y el primer hotel fue en Suiza, precioso. Me acuerdo perfectamente. He seguido yendo muchos años, y mi padre también. Más de 45 años yendo al mismo hotel. Es importante ser usuario y saber lo que quieres. Yo he ido a hoteles elegantísimos, de los que hablábamos antes de ese lujo, pero este en concreto era de una familia y, aunque era un hotel muy grande, se notaba que era de una familia. Me acuerdo de los abuelos, de los padres y de los hijos, que son los que lo llevan ahora. También era un hotel de largas estancias, también interactuabas y te hacías amiga de la gente. Saber lo que te gusta es importante a la hora de hacer tu producto. Soy un pequeño hotel y mi máxima ambición es que estés cómodo, a gusto, y que te atiendan con amabilidad y bien.
Que no sea este lujo altivo y excluyente.
Justo. Para nada. Que sea absolutamente incluyente. Si no, este concepto no funciona, no conseguiría esa conexión con lo local.
Me recuerda al típico escenario donde se desarrollaría una novela.
Absolutamente. Creo que, entre las historias que están sucediendo en el hotel, que al final es como en una de esas series inglesas, como en Downton Abbey, yo creo que deberíamos escribir un libro. El otro día, mi marido me decía: apunta, que no se te olviden estas historias. La gente interactúa mucho y eso me hace darme cuenta de que el mundo es muy grande, pero a la vez es muy pequeño, y todos hablamos un poco el mismo idioma.
¿Os perjudicó demasiado el abrir en pandemia?
Ha sido dramático y tristísimo, pero para nosotros ha tenido una parte buena: ese parar un poco y pensar: «Oye, ¿qué queremos hacer de verdad?». Dar un paso atrás a nivel de concepto. Pensar que igual no teníamos que ser tan perfectos, sino dar un servicio más tranquilo.
Íbamos a abrir en junio del año pasado, pero no teníamos ni idea de lo que iba a pasar en verano. Tiramos para delante pensando que íbamos a ser capaces de abrir en Semana Santa y, al final, tampoco. Ahora, la verdad, yo creo que es un buen momento para un hotel de mis características: es pequeño, la gente está deseando salir de su casa, Menorca es un sitio muy tranquilo. Hemos tenido que retrasar cosas y eso no es bueno para nadie, pero ahora hemos entrado con muchas ganas y mucha fuerza y aquí estamos, un poco valiente-loco.
¿Y cuáles son los próximos pasos de Cristine Bedfor?
Pues seguro, segurísimo, tenemos Málaga, en el casco antiguo también. Vamos a empezar obras ya, en septiembre. Y tenemos los ojos puestos en España y Portugal: estamos viendo opciones en Valencia, en Sevilla, en Bilbao, en Oporto, Lisboa, Madrid… Muchos proyectos y muchas ganas, pero la historia de Cristine Bedfor la escribiremos tranquilamente.
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