Sergio C. Fanjul, la ciudad infinita y la reivindicación del paseo
Conversamos con Sergio C. Fanjul acerca de las tesis centrales que caben en el «cajón desastre» que es su último libro ‘La ciudad infinita’
¿Cuándo fue la última vez que decidisteis pasear sin rumbo? ¿Tomar la ruta menos concurrida? ¿Caminar por una calle paralela a la que siempre tomáis? ¿Desviaros, demoraros, perderos? La respuesta, excepto contadas y admirables excepciones, probablemente es la misma: ¿Quién tiene tiempo para eso? La réplica que da lugar a este artículo es: Sergio C. Fanjul. Sergio se tomó el tiempo para hacer todo eso… y luego, además, escribió un libro.
Hace un verano el asturiano Sergio C. Fanjul, astrofísico de formación y poeta de vocación, decidió convertirse en Paseador Oficial de la Villa de Madrid. ¿Hubo otros antes que él? Sin duda. ¿Oficiales? Probablemente no. De esas 21 «expediciones asfálticas» nacieron las 21 excursiones literarias que dan lugar a La ciudad infinita. Crónicas de exploración urbana, que Fanjul publica con Reservoir Books.
Hace unos meses (¡cómo pasa el tiempo!) nos encontramos con Sergio para hacer un pequeño paseo por Lavapiés y conversar acerca de las tesis centrales que caben en ese «cajón desastre» que es su último libro en el que mezcla crónicas, autobiografía, historia, urbanismo, anécdotas, e incluso poesía.»Todo cabe en un texto que se hace paseando», asegura.
Fanjul, colaborador habitual de El País, El Asombrario, Vice y Playground, autor de cuatro poemarios y del libro de relatos Genio de extrarradio (2012), propuso Lavapiés como lugar de encuentro por ser el barrio en el que vive actualmente y porque a su juicio allí se puede ver claramente la transformación que está viviendo Madrid en particular, pero también todas las grandes urbes, que están pasando de ser planteadas como lugares diseñados para la convivencia a oportunidades de negocio, con todo lo que ello implica: precariedad, gentrificación, turistificación, pérdida de la identidad, desahucios. Temas sobre los que deambula La ciudad infinita, ofreciendo una visión crítica que no cae en los tópicos.
«Es curioso cómo cuando uno tiene que enseñar la ciudad a una visita ve la ciudad con ojos nuevos, como si la viera a través de la persona a la que se la está enseñando.»
«Me llama la atención» -comenta Fanjul- «que cada vez haya más formas de transporte en la ciudad, patinetes eléctricos, bicicletas, segways, y parece que a nadie se le haya ocurrido lo revolucionario que puede ser desplazarse caminando». Caminar, como reivindica Fanjul, no solo es una forma muy interesante de conocer las ciudades a las que vamos de viaje, sino que puede ser una práctica realmente sorprendente y refrescante, cuando la hacemos en las ciudades que habitamos, pero fuera de nuestro circuito habitual.
Caminar nos acerca de manera diferente a la memoria, a los episodios históricos que justifican desde los nombres de las calles, hasta los desarrollos urbanísticos, al tiempo que reivindica la convivencia y el ser social.
«Yo reivindico el paseo por zonas de la ciudad por las que no sueles vivir. Observar, tomarte tu tiempo, perderte por los sitios extraños, y apreciar esas impresiones. Además, caminar es una cosa muy terapeútica para la mente, es relajante, es casi una forma de meditación, y también para el cuerpo porque es un ejercicio saludable», concluye Fanjul.
Guy Debord, situacionista y famoso paseante francés —recuerda Fanjul en el libro— profetizaba con acierto en La sociedad del espectáculo que la vida se estaba convirtiendo en «una declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer». Fanjul, ante ese potencial escenario futuro de la ciudad como mera escenografía para Instagram advierte que «llegará un momento en el que ya la gente no querrá viajar porque todos los sitios son iguales y se romperá la gallina de los huevos de oro».
Mientras tanto, en este presente que el que aún resistimos a la turistificación absoluta, un paseo urbano alla Fanjul, tangible, efímero e imperfecto, intervenido por los sonidos, la gente, las plantas que intentan reconquistar las aceras, las luces artificiales, las olas de calor… se presenta como un antídoto, como acto de libertad capaz de añadirle a la experiencia de la ciudad una dimensión emocional extra que nos conecte de manera más profunda con nuestro entorno, con lo que significa realmente vivir (y amar y padecer) una ciudad, sentirse parte de un barrio, ser parte de una comunidad.
No podemos saber si de bar hispter genérico en bar hipster genérico finalmente acabaremos redefiniendo lo que es una ciudad y para qué sirve. Si eventualmente —como teme Fanjul—dejaremos de ser vecinos y ciudadanos para convertirnos en usuarios y turistas autómatas, pero sí sabemos que en cualquier momento del día podemos decidir bajar un poco la velocidad y dedicarle a la ciudad (y a nosotros mismos) una caminata descaradamente lenta.