Visitamos los últimos bastiones ante la Covid: los pueblos en los que el virus no ha entrado
Los privilegiados vecinos de estos pueblos agradecen a la fortuna el amparo, aunque su modo de vida y sus buenas costumbres también han tenido buena parte que ver en el asunto
¿Se imaginan, por un momento, vivir en un lugar al que el Coronavirus no hubiera llegado? ¿Un reducto libre de Covid, ajeno a la expansión voraz de la segunda ola? Probablemente les cueste idearlo, inmersos como estamos en esta realidad de confinamientos y restricciones que tratan de contener la crecida de la pandemia, pero sepan que hay varios pueblos en España en los que el temido virus no ha hecho acto de aparición -o lo ha hecho sin repercusión alguna-. Sus privilegiados vecinos agradecen a la fortuna el amparo, aunque su modo de vida y sus buenas costumbres también han tenido buena parte que ver en el asunto. Hoy cogemos el coche para hablar con ellos y recorrer algunos de los últimos bastiones alejados de los zarpazos del virus.
Horcajo de la Sierra, con cuidado hasta de ir a su único bar
A 87 kilómetros de Madrid y una altitud de unos mil metros (notamos la caída del termómetro nada más bajar del coche), encontramos Horcajo de la Sierra, un bello pueblito salpicado a ambos lados de su carretera principal. En la marquesina donde para el autobús que lo conecta con la capital y con Buitrago de Lozoya, un cartel advierte de la importancia de protegerse contra el Coronavirus, a pesar de que entre los habitantes del municipio -unos 145 según el censo- no hay ningún caso de Covid registrado. “La única notificación que hemos tenido de un caso tuvo lugar a principios de mayo, pero creemos que ni siquiera se trata de una persona que viva en el pueblo, sino que debía de estar empadronado aquí pero viviendo en otro lugar. Nosotros somos una población pequeña y no hemos sabido de nadie que estuviera contagiado”, explica el alcalde de Horcajo, Adrián Manzanares Uceda, con quien nos reunimos en el ayuntamiento.
Manzanares se muestra orgulloso del comportamiento ejemplar del pueblo durante todo este período y dice que el hecho de haber mantenido a raya al virus se explica por dos factores: el primero, desde luego, la baja densidad de población, que les ha permitido en todo momento guardar con pulcritud la distancia de seguridad. Pero también ha tenido mucho que ver la concienciación de todos, de la que ofrece un ejemplo: “En Horcajo solo hay un bar y, de normal, siempre ha habido muchísima gente allí, reunida en grupos muy grandes, pero este verano ha sido sorprendente ver cómo los vecinos limitaban la asistencia por su propia conciencia y no solo por las limitaciones impuestas”. Y no les negamos el mérito, sabiendo como sabemos cuánto devoción le tenemos a los bares y el cobijo que dan, más aun cuando vienen mal dadas.
Ya en la calle toca abrigarse con más ímpetu, una llovizna fina y fría ha comenzado a caer y los vecinos aprietan el paso para que no les cale. Una mujer de 82 años nos señala la casa en la que se crió y refiere a esa rasca que empieza a despuntar en Horcajo en este comienzo de octubre: “El invierno aquí se hace largo, porque nieva y hace frío, pero hemos estado con unas nevadas así (y señala al decirlo la altura de su cintura) y no ha pasado nada, así que el Coronavirus tampoco va a poder con la gente del pueblo”. Toda una declaración de guerra contra el enemigo silente.
Al doblar una esquina encontramos charlando a Tamara y Amalia, vecinas. Amalia está con sus niños pequeños, a los que no quiere llevar aún a la escuela por temor a un posible contagio: “Aunque no haya casos ahora, somos conscientes de que el virus llega a todas partes. Mi hijo mayor tiene cinco años y me da miedo”. Amalia asiente y dice estar preocupada, también por ella misma. “Que ya soy una adulta”, añade con humor, pero consciente de que el Coronavirus ataca también a gentes de mediana edad, como es su caso. Ella no es del pueblo, lo conocía, le gustaba y ha decidido vivir en él junto a su hija y a su nieta a raíz de la pandemia: “Ayer me dijo un señor que estos no son pueblos para vivir si uno no es de aquí, y yo le pregunté dónde vivía él. Al decirme que en Getafe, le respondí que allí sí que no se puede vivir…”.
“Lo único que tenemos diferente es un poco más de libertad y una cierta seguridad a la hora de juntarte, porque sabes con quién se relaciona ella, yo sé con quien me relaciono yo, es un entorno cerrado. Y estamos un poco más relajados a la hora de salir a la calle y que el niño toque esa puerta (señala la puerta en la que se aposta Amalia) que si anduviéramos por Gran Vía, pero le tenemos el mismo respeto al virus”, cuenta Tamara. Y sobre ese respeto les preguntamos a ambas, para saber cómo actúan en su día a día y qué medidas de precaución toman. Nos provoca curiosidad saber si ellos aún abrazan a los demás, el gesto de amor que la Covid nos ha prohibido. Tamara nos dice que no, con calma y seriedad en la voz: “Es más, mis padres vienen los fines de semana y estamos con mascarilla dentro de casa. No nos hemos relajado en ningún momento, en ninguno, y yo creo que por eso estamos así”.
En su caso, además, sí lamentaron la pérdida de un ser muy querido: su abuela falleció de Coronavirus al comienzo de la pandemia. “Tenía 87 años y lo cogió. Fue un miércoles al hospital y el viernes estaba muerta, así que mi padre lo vive desde el respeto y le tiene mucho miedo. Pero es lo que dice él: ahora hay que vivir un poco más limitado y ya habrá tiempo de juntarse”. Y aunque ponen todo el empeño por que ese tiempo llegue habiendo mantenido los cero casos, siempre hay quien amenaza su situación: “Aquí ha venido gente a casas rurales y han montado fiestas de veinte personas… Estamos nosotros teniendo todo el cuidado y ellos miran solo por divertirse”, lamentan. Deseándoles que mantengan la salud y la paciencia, nos subimos al coche y conducimos hacia el siguiente destino.
En Gascones suspiran por que todo siga igual
Santiago va a darle de comer a sus vacas jóvenes, de apenas dos años. Lo encontramos casi ya a las afueras de Gascones, un pueblo gemelo en población a Horcajo -otros 145 habitantes-, y situado a doce kilómetros al sur del mismo. Tampoco aquí hay casos activos de Coronavirus y su casilla en la página web de la Comunidad de Madrid no arroja cifra de afectados, aunque desde el ayuntamiento nos dicen que tuvieron dos casos ya superados. Le preguntamos a Santiago cómo vive esta tregua que el virus otorga en su pueblo, y nos contesta que ojalá sigan como hasta ahora. Se agacha para preparar el forraje de su ganado y luego, al levantarse, es él quien pregunta, con los ojos ávidos de respuesta: “Esto del virus va para largo, ¿verdad?”. Él sigue haciendo, y por propia voluntad, una vida prácticamente confinada. Solo sale para alimentar a sus animales, actividad que lleva a cabo, eso sí, religiosamente. “Supongo que si no tenemos casos es porque la gente aquí se ha portado bien, ha estado en casa cuando había que estar. Y luego apenas nos movemos, porque si vas a otro sitio lo puedes traer al pueblo”, dice, y su disciplina parece una voz en el desierto, comparada con las actitudes irresponsables que cada día observamos en cientos de pueblos y ciudades.
Un poco más adelante encontramos a Luli, que carga con un cubo y va con prisa porque también tiene animales y le ha nacido una ternera. Ella también pregunta, al saber que venimos de Madrid, cómo está la cosa “por allí”. Y al hacerlo suspira fuerte. “¿Te lo pregunto sabes por qué? Porque me tienen que operar de una hernia y me han dicho que tiene que ser en el Carlos III, pero me da mucho miedo ir allí porque dicen que hay varios infecciosos… Entonces voy a pedir una prórroga”, dice mientras se agarra la parte baja del estómago. “La tengo aquí (se sujeta la hernia), pero la llevo protegida”, añade. Y se marcha a paso rápido. Tiene el corazón y la salud divididos entre el remedio y la enfermedad.
Casi en el límite de la Comunidad, Somosierra tampoco registra casos
Nuestro recorrido en busca de los últimos bastiones de la Covid nos lleva a un tercer pueblo libre de casos: Somosierra, a quince kilómetros al norte de Gascones, casi en el límite de la Comunidad de Madrid. El frío aquí es aun más intenso, y para encontrar gente tenemos que ir al restaurante hotel El Puerto, regentado por Yolanda, que a la pregunta de cómo lo han logrado nos contesta, sonrisa en boca tras la mascarilla, “que han hecho las cosas bien hechas, sin botellones, quedadas masivas ni salidas a otros sitios”. Y evitando en lo posible ir a Madrid, adonde dice no se atrevería a ir a no ser que se tratara de una urgencia.
Mientras hablamos con ella, Yolanda sirve un café, despide a unos clientes, desinfecta la barra. Y nos cuenta que ahora a los parroquianos de toda la vida los saluda con el mismo cariño, pero con la distancia obligada. Tampoco en Somosierra se confían, dice, a pesar de que la estadística los premia con nulos casos del virus: “Ha habido pueblos de la sierra que también han estado mal, y los hemos evitado. Santo Tomé, por ejemplo, tuvo bastantes infectados y puedes pensar, ¡bah, si no pasa nada! Pero sí, sí, pasa. Sabiéndolo, se evita ir”, dice con rotundidad.
Nos despedimos de ella y recorremos los casi cien kilómetros que separan su negocio de la capital, deseando que la foto en movimiento que supone este reportaje se mantenga inalterable el mayor tiempo posible: ojalá estos pueblos sigan siendo fortalezas contra la tenaz Covid.