THE OBJECTIVE
Medio Ambiente

El apocalipsis de las abejas

Su zumbido mantiene vivo el planeta. Son las responsables de la polinización, de sembrar la vida de flor en flor. Sin embargo, parásitos y pesticidas están mermando la población mundial de abejas. El planeta no puede permitirse el lujo de vivir sin ellas. Por eso, la Unión Europea y diferentes organizaciones ecologistas luchan por garantizar su supervivencia.

Las abejas, las grandes polinizadoras que mantienen vivo el planeta (David W. Cerney/REUTERS)

«Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres». Lo predijo Albert Einsten. Aquellas palabras han ido tomando relevancia con los años, y hoy sostienen una de las grandes alertas ecológicas del momento. El potente zumbido de estos insectos acompasa la buena marcha de los ecosistemas terrestres. De flor en flor, cada una de las 20.000 especies contribuyen a perpetuar la vida a través del polen, ese oro negro que arrancan del interior de las flores. Ahora, corren peligro de desaparecer. Sin ellas, el mundo se quedaría sin su mayor séquito de polinizadores naturales. Su extinción abriría un episodio apocalíptico en la humanidad.

La Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) estima que de las 100 especies de cultivos que proporcionan el 90% de los alimentos a nivel mundial, 71 son polinizadas por las abejas. Un servicio gratuito que ayuda en el día a día a los agricultores, alimenta la producción de miel -sustento de los apicultores- y beneficia a todos los habitantes del planeta.

No obstante, en esta laboriosa tarea de polinizar el campo, las abejas cuentan con la inestimable ayuda de otros compañeros menos populares. «Hay insectos solitarios, y anodinos para la mayoría, que son tan importantes como las abejas, aunque no sean insectos mimados por los colmeneros«, explica a Investigations la bióloga y periodista Mónica Fernández-Aceytuno, «hay una ciencia también un poco desconocida para casi todos que se llama antecología y que estudia precisamente esta relación del insecto con la flor a través de las anteras. Quiero decir que estamos ante un mundo, el del pecoreo, y ante un problema, la polinización, mucho más amplio que el de las abejas domésticas».

 Los apicultores no han dejado de insistir en esta alerta. Llevan más de una década denunciando el descenso de la población de abejas y la pérdida de las colonias, sobre todo en Europa Occidental y, especialmente, en Francia, Bélgica, Suiza, Alemania, Reino Unido, Países Bajos, Italia y España. Sin embargo, no fue en 2006 cuando sus palabras comenzaron a escucharse, incluso más allá de la comunidad científica. Entonces, los científicos estadounidenses acuñaron el término “trastorno del colapso de colonias (CCD). El colapso de colonias se basa en la desaparición lenta pero constante de las abejas obreras, las peonas de la colmena. Su pérdida deja desamparada a la abeja reina. Jaque mate a la colmena.

Sus enemigos, con nombres propios

La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) advierte que no existe un único enemigo a vencer por las abejas. Su situación es consecuencia de la convergencia de diferentes factores. La agricultura intensiva y de monocultivo sostenida a través de pesticidas así como la existencia de especies invasoras explican por qué han saltado las alarmas sobre su peligro de extinción.

De acuerdo con Mariano Higes, investigador principal del Centro Apícola de Marchamalo (Guadalajara), son dos los asesinos letales de las abejas. En concreto, el ácaro “Varroa destructor”, y el microhongo “Nosema ceranae”.

El “Varroa destructor” es el responsable de la “minusvalía” que padecen las abejas. Su acción deriva en el virus de las alas deformadas (DWW). Las abejas adultas que contraen esta enfermedad no pueden usar sus alas, ven mermada su capacidad de vuelo. Quedan, por tanto, incapacitadas para la búsqueda de alimento. Al hacerse endémico, la colmena sufre las conecuencias de falta de alimento. Desaparece.

Por su parte, el microhongo “Nosema ceranae”, es el parásito exótico culpable de la nosemosis. Se trata de una enfermedad que afecta el aparato digestivo de las abejas produciendo una inflamación en el intestino. Se ingiere con el alimento y destruye las células epiteliales encargadas de la digestión y su asimilación haciendo que no se aproveche el alimento ingerido. Así, sus fuerzas van flaqueando. Cada vez se torna más complicado levantar el vuelo para regresar a la colmena con la comida. La colonia comienza a quedarse sin activos. Desaparece, de nuevo.

Acabar con los pesticidas

Más allá de los parásitos se encuentra la acción del hombre, vital para la conservación de la especie. El desarrollo de una economía sostenible ha sido uno de los frentes abiertos de las principales organización ecologistas alrededor del mundo. Consideran que es la opción más viable para asegurar la supervivencia de las abejas. «La nueva agricultura de monocultivos ha desterrado los linderos que sostenían como en un tapiz todo el entramado, porque ahora que los campos son infinitos, es cuando empezamos a ver cosas raras como la declinación de las colmenas», recuerda la bióloga y periodista, Mónica Aceytuno a Investigations. El gran problema de esta nueva forma de cultivar el campo es el uso y, quizás más correctamente, el abuso de pesticidas en la agricultura extensiva y de monocultivo tiene consecuencias fatales para las abejas.

Por ello, la Unión Europea ha comenzado a prohibir el uso de determinados productos químicos. Sin necesidad de remontarse mucho tiempo atrás, en abril de 2013, la Comisión Europea tomaba nota del estudio presentado por la Agencia Europea para la Salud Alimentaria (EFSA) y señalaba a los neonicotinoides como responsables de la muerte masiva de las abejas. Clotianidina,  tiametoxam y imidacloprid dejaban entonces de comercializarse. Su uso estaba generalizado en las plantaciones de girasol, colza, algodón y maíz. Poco después le llegaría el turno a otro enemigo químico de las abejas: el friponil. Este insecticida se emplea, fundamentalmente, para el tratamiento de las semillas de maíz. Supone, según la misma agencia, un “riesgo agudo elevado para las abejas”.

El principal peligro que representa el uso de estos productos químicos es la desorientación de estos insectos. Así lo demuestra un estudio realizado por el Instituto Nacional de Investigación Agrónoma en Aviñón. Probaron los efectos de estos pesticidas en 50 colmenas. A las abejas de 25 de ellas no se les suministró el compuesto químico. Tras dejarlas en libertad seis semanas, las colmenas de los abejorros que habían ingerido el pesticida pesaban entre un 8% y un 12% menos. ¿Por qué? Habían regresado con menos alimento. Su caza había sido menos fructífera con todo lo que ello implica para el conjunto de la colmena.

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