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Medio Ambiente

El fantasma de Fukushima atemoriza a Japón

Cuatro años después del accidente nuclear que causó 18.000 víctimas, entre muertos y desaparecidos, el Gobierno se propone reactivar los 48 reactores comerciales con los que cuenta Japón. Una decisión a la que se oponen 60% de los ciudadanos, pero que resulta difícil de evitar en un país que importa 90% de su energía

El fantasma de Fukushima atemoriza a Japón

El anuncio ha despertado indignación y alarma en Japón. El gobierno del primer ministro Shinzo Abe quiere reactivar los 48 reactores nucleares de uso comercial del país. La noticia ha reavivado los mayores temores entre la población. Razones les sobran. No solo viven en el único país que ha sufrido el impacto de dos bombas atómicas, sino que también ha vivido el desastre nuclear de Fukushima, su propio Chernóbil.

Los japoneses han expresado su malestar por la puesta en marcha de las centrales, apagadas por orden del gobierno tras el devastador terremoto del 11 de marzo de 2011. Miles de personas convocadas por la Coalición Antinuclear y diversas organizaciones han protestado ante el Parlamento para pedir un “Sayonara nuclear”. Los manifestantes han clamado por evitar otro evento de magnitud 7 de la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, la más alta para un desastre atómico.

La decisión de Abe de reactivar las plantas atómicas, para disminuir la dependencia energética y de hidrocarburos del exterior, contraría la voluntad del 60,2% de los ciudadanos, según una encuesta de la agencia Kyodo, que se oponen a que se enciendan las centrales eléctricas.

En Japón cada día aumentan los movimientos antinucleares. Incluso el premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé ha defendido la necesidad de poner fin a la era de la de dependencia nuclear en todo el mundo.

Junto al escritor Satoshi Kamata, Oé es miembro activo de la asociación Sayounara Genpatsu (Adiós Plantas Nucleares), y constantemente elevan la voz de los evacuados de Fukushima.

Los evacuados fueron abandonadas por las autoridades. Muchas han muerto sin poder volver a sus casa y, aún así, el principal objetivo de la Administración es reactivar las plantas nucleares”, lamentó Oé.

El novelista consideró que en su país no hay políticos con voluntad para cambiar las cosas, para abrir una nueva era, como se propuso Alemania, nación que fijó para el año 2022 el fin de todas sus plantas atómicas.

Shirogi Masaaki, una de las asistentes a la protesta ante el Parlamento, manifestó su desconfianza. “No nos fiamos de las mediciones de radiación del Gobierno”, dijo a la agencia EFE.

Y probablemente Masaaki tenga razón. Hoy más de 127.000 personas siguen lejos de sus hogares y solo unos pocos han podido volver a sus casas debido a los problemas causados por las emisiones radiactivas y por las fugas de agua contaminada de las centrales afectadas en el terremoto de hace cuatro años.

 

La suma de todos los males

Las autoridades japonesas no estaban preparadas para un movimiento telúrico de 9.0 como el del 11 de marzo de 2011 y mucho menos para el tsunami con olas de 40 metros que vino después y causó más de 15.000 muertos y más de 3.000 desaparecidos, según cifras de la policía. La planta no tenía un muro de contención adecuado para una región constantemente golpeada por los maremotos, por lo que el agua pudo entrar sin mayor problema a la instalación y mezclarse con combustibles del núcleo, como uranio y plutonio, muy peligrosos para la salud del ser humano.

La empresa Tokyo Electric Company, junto al gobierno, activó planes de contingencia y llevó a 750 trabajadores, bomberos, electricistas, militares, además de 50 operarios de la planta, para realizar las labores de contención y reactivación de la refrigeración del núcleo. Unas 20 personas resultaron afectadas por la contaminación radiactiva. El supervisor del control de daños, Masao Yoshida, uno de los 50 operarios murió de cáncer de esófago en julio de 2013.

El impacto que ha tenido en niños y ancianos, los grupos más vulnerables a la contaminación, ya se puede contabilizar. Los médicos han registrado 89 casos de cáncer de tiroides al examinar a 300.000 niños de la zona de Fukushima, aunque la tasa de incidencia habitual de esta enfermedad entre los jóvenes es uno o dos por cada millón. Según el diario japonés The Asahi Shimbum, 104 pequeños y jóvenes han muerto de cáncer de tiroides.

Fukushima también ha impactado significativamente en la flora y la fauna de la región  y se desconoce los efectos a largo plazo, aunque ya se han registrado alteraciones genéticas y se teme por las consecuencias que pueda tener el vertido de aguas contaminadas en el mar.

Ese fatídico 11 de marzo, Tepco reportó una falla en sus servicios en su Central de Fukushima y los reactores de la planta se apagaron automáticamente, como debe suceder en estas situaciones. Las autoridades señalaron que la situación estaba bajo control, sin fugas ni contaminación radiactiva u otros riesgos que comprometieran la estabilidad del reactor ni, mucho menos, la tierra y el mar cercano a la planta. Pero una cadena de fallas en el suministro eléctrico causó problemas en la refrigeración del núcleo de los reactores y provocaron una serie de explosiones.

La liberación de gas radiactivo que provocaba presión en las paredes de la central y las inyecciones de agua de mar evitaron un sobrecalentamiento de los núcleos, pero la filtración al océano por grietas en las paredes de la maltrecha planta ocasionaron efectos devastadores, que aún hoy persisten. Originalmente el accidente fue clasificado como magnitud 4, pero ya el 15 de marzo expertos internacionales recomendaban aumentar la categoría del desastre a nivel 6, tras constatar que en la planta la radiación superaba los 8.000 microsievert por hora. Una persona puede tolerar estar expuesta a 1.000 microsievert en un año.

La empresa, por su parte, intentó mitigar la situación; sin embargo, la primera evacuación fue de 45.000 personas en un radio de 10 kilómetros alrededor de la planta; la segunda alcanzó los 20 kilómetros hasta llegar, el 25 de marzo, a los 30 kilómetros y a un total de 170.000 personas evacuadas. La alarmante cifra confirmó lo obvio: Fukushima era equiparable en magnitud a lo sucedido en Chernóbil.

Un mes después del accidente y luego de conseguir en el mar niveles de radiactividad 1.850 veces por encima de los límites legales y dentro de las instalaciones niveles 100.000 superiores, la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial japonesa elevó el incidente al máximo de la escala. Fukushima Daichi no volverá a operar.

 

Necesidad nuclear

Los limitados recursos energéticos de Japón contrastan con su gran demanda, lo que ha hecho que desde finales de la década de 1980 el 90% del suministro provenga de fuentes extranjeras, en especial del petróleo de Medio Oriente. La energía nuclear es importante no sólo para contar con un suministro estable que no deba ser importado, sino porque permite un nivel de autosuficiencia a la industria de la nación sin pasar a ser dependiente de factores externos. Antes de la catástrofe de Fukushima se pedía que se aumentase el porcentaje de energía nuclear hasta 50% para poder satisfacer las necesidades eléctricas del país, pues apenas 10% proviene de energías renovables.

En septiembre de 2012, el entonces primer ministro Yoshihiko Noda, del Partido Democrático de Japón, aseguró que su meta era que la nación abandonase la energía nuclear para 2030, pero en diciembre del mismo año Shinzo Abe ganó las elecciones e hizo público su anuncio de reactivar con mayor seguridad y más regulaciones las centrales atómicas.

El actual mandatario, dirigente del Partido Demócrata Liberal, sabe que un déficit energético produciría enormes pérdidas a la economía asiática, más de las que causó el área de exclusión tras el accidente de la central de Fukushima, que llevó a abandonar pueblos, ciudades, animales, terrenos y negocios 40 kilómetros a la redonda. Se calcula que las pérdidas por suspender la actividad económica en la zona se ubican entre 250 mil millones y 500 mil millones de dólares.

“Lo más importante es fraguar una política energética responsable que prevenga cualquier problema para la gente y la actividad económica”, declaró Abe a la agencia Kyodo. Por ello, los siete reactores del Kashiwazaki-Kariwa, bajo control de Tepco, junto a otras plantas en toda la isla, entrarán en funcionamiento. La energía es necesaria para Tokio y las regiones circundantes, con sus 25 millones de clientes. El gobierno japonés ha cambiado las exigencias y demanda controles más estrictos para garantizar mayor seguridad.

Expertos internacionales como Charles Casto, antiguo dirigente de la Comisión Regulatoria de Energía Nuclear de Estados Unidos que asesoró al gobierno japonés tras el accidente de Fukushima, aseguró que hoy Japón está mejor preparada que hace cuatro años, que tiene mejores protocolos de seguridad  y que, si bien la decisión no debería ser tomada en contra de lo que desea la gente, la actuación tanto de la empresa como de las autoridades japonesas evitó una catástrofe mayor.

El gobierno ha exigido –ante el clamor de la población– más inversión en nuevos sistemas de seguridad, reforzamiento y capacitación al personal ante posibles fallos. No queda claro, sin embargo, que eso sea suficiente para evitar que el temor continúe latente y que Fukushima y su fantasma sigan presentes.

 Manuel Tovar

 

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