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Economía

Cómo los combustibles fósiles impulsan pandemias como la del coronavirus

Desde el siglo XIX las pandemias han dependido de los combustibles fósiles

Cómo los combustibles fósiles impulsan pandemias como la del coronavirus

Reuters

La pandemia del coronavirus[contexto id=»460724″] ha traído consigo muchos acontecimientos inéditos. Entre ellos, el histórico desplome del petróleo en Estados Unidos, que por primera vez alcanzaba valores negativos. Tendemos a subrayar la conexión entre el coronavirus y el petróleo tan solo cuando los mercados energéticos colapsan. Sin embargo, no siempre resaltamos un hecho innegable: desde el siglo XIX las pandemias han dependido de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Por un concepto que está en boca de todos: la globalización.

Esta globalización, propiciada por la conectividad que facilitan los combustibles fósiles, impulsa este tipo de pandemias y la del coronavirus no ha sido la primera. Los científicos alertan, además, de que no será la última. El sistema de transportes de mercancías que empieza con el terrestre y continúa con el marítimo y el aéreo, todos alimentados por combustibles fósiles, fue lo que transformó un contagio local en un mercado en Wuhan en una pandemia global en cuestión de un par de meses.

Cómo los combustibles fósiles impulsan pandemias como la del coronavirus
En pandemia, tendemos a preocuparnos por los combustibles fósiles solo por la economía. | Foto: Todd Korol | Reuters

Esto nos traslada, inevitablemente, a una analogía con otra crisis, la propiciada por la emergencia climática[contexto id=»381816″] y cuya raíz está, especialmente, en el uso de combustibles fósiles. Teniendo a medio mundo en cuarentena, con los viajes paralizados por las restricciones y con una bajada considerable, las emisiones han bajado. Por ejemplo, en China, el mayor emisor de CO2 del mundo –y que, casualmente, es la cuna del virus–, se estima que las emisiones en febrero se redujeron en torno a un 25%.

No hace falta irse muy lejos para comprobar este efecto, por otro lado lógico. Por ejemplo, en Madrid mismo y según datos de Greenpeace España, desde que el martes 10 de marzo comenzasen las primeras medidas de contención, como el teletrabajo o la suspensión de clases, los niveles de NO2 han bajado día tras día. En definitiva, el virus ahora desmoviliza el mismo sistema que facilitó su propagación, lo que deriva en una bajada de las emisiones a escala global.

Pero el coronavirus no es una llamada de socorro de la Tierra para detener el calentamiento global, sino otro síntoma más del sistema que produce dicho calentamiento. Greenpeace y otras ONG medioambientales alertan: todavía la cantidad de CO2 que acumulamos en la atmósfera es demasiado alta. Greenpeace explica que, pese a la reducción de las emisiones en algunos sectores como el transporte y el eléctrico, la concentración de CO2 en la atmósfera no baja sino que sigue aumentando. Por ello, concluyen que la reducción puntual de las emisiones de CO2 no paliará la emergencia climática.

Pero ¿qué tienen que ver los combustibles fósiles, como el petróleo, con todo esto? Como hemos mencionado, son los combustibles fósiles los principales causantes de las emisiones, pero también son el motor de este sistema de transporte global que facilita que pandemias como la del coronavirus se hayan extendido de manera tan rápida. Y no, esto no es ninguna novedad. Ya desde el siglo XIX viene ocurriendo.

Recuerdos del cólera

El cólera era una enfermedad endémica del sudeste asiático mucho antes del siglo XIX, cuando alcanzó el estado de pandemia global. Con el desarrollo de nuevos métodos de transporte, como el barco de vapor, su vector de contagio se acortó de forma significativa y llegó a otras zonas de Asia, primero, a África después y finalmente desembarcó en Europa –donde causó importantes estragos– y en América. Esta enfermedad infecto-contagiosa puede matar en solo 72 horas, por lo que antes de la revolución industrial era difícil que viajara a otros lugares. Los combustibles fósiles, como el carbón entonces o el petróleo ahora, tienen mucho que ver con esta facilidad y rapidez de viajar de las personas pero también de las enfermedades.

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La propagación del cólera, que mata a 20.000 personas cada año, sigue dándose entre los más débiles. | Foto: Emilio Morenatti | Reuters

Este ejemplo del pasado nos devuelve a nuestro presente. La similitud entre el cólera y el COVID-19 se hace evidente. De hecho, ACNUR define la del cólera como la mayor pandemia de la historia y llega todavía a nuestros días. En países como Yemen, donde las infraestructuras sanitarias han quedado totalmente destruidas por la guerra y el agua limpia se ha convertido en un bien que no está al alcance de todos, la propagación del cólera sigue dándose entre los más débiles. Según la OMS, cada año hay más de 20.000 muertes por cólera.

Los combustibles fósiles, amigos de un progreso de antaño, facilitaron los viajes entre lugares fríos y cálidos en una especie de burbuja, sea un barco un avión, y conectando los puertos y aeropuertos entre sí en una especie de archipiélago artificial que permite la fácil propagación de agentes patógenos. Lo que, a su vez, ha permitido una pandemia como la que enfrentamos hoy y que ya enfrentaron, en su día, nuestros antepasados con el cólera. Pandemias que, seguramente, deban hacer que nos replanteemos nuestro modo de vivir y de viajar, nuestra propia energía, en la nueva normalidad.

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