Economía de rosquilla: ¿somos conscientes del reto?
Durante las primeras semanas de la pandemia, con la paralización de la producción industrial, pudimos vislumbrar cómo sería un mundo menos contaminado. Sin embargo, la vuelta a la normalidad ha demostrado que la situación sigue siendo grave.
Existe ya un amplio consenso sobre la necesidad de respetar el medioambiente, garantizar un nivel de vida digno para todas las personas y proteger el bienestar de las generaciones futuras. Pese a ello, los avances en materia de sostenibilidad son excesivamente lentos. Además, en muchas ocasiones resulta prácticamente imposible pasar de las palabras a los hechos. ¿Somos conscientes de la urgencia de hacer nuestro modo de vida más sostenible?
La urgencia de un cambio de modelo
Durante las primeras semanas de la pandemia pudimos vislumbrar cómo sería un mundo menos contaminado. La drástica reducción de la actividad económica obligó a muchas industrias a parar la producción. Al mismo tiempo, el confinamiento frenó el consumo.
Como consecuencia de estos dos factores la contaminación se redujo en algunas zonas del planeta. Incluso en algunos lugares la naturaleza ocupó espacios rápidamente. Sin embargo, la vuelta a la normalidad ha demostrado que la situación sigue siendo grave.
En junio de 2021 se filtró un borrador del informe de evaluación del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en el que se afirmaba:
La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante, evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad no.
¿En qué consiste la economía de rosquilla?
La plena circularidad de la economía no es factible. Incluso si se pudiera alcanzar, probablemente no permitiría resolver todos los problemas relacionados con el respeto al medio ambiente y las necesidades humanas.
En este contexto, la economía de rosquilla puede ayudarnos a conseguir que nuestro modo de vida sea más sostenible.
Este modelo representa la realidad combinando las dimensiones social, medioambiental y económica. Su estructura de circunferencias concéntricas acota adecuadamente los límites máximos y mínimos.
Por encima de la circunferencia exterior están representados los límites ecológicos del planeta, divididos en nueve categorías que identifican los problemas que afectan al medioambiente. Cuestiones como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el deterioro de la capa de ozono pertenecen a este nivel.
Por encima de esta circunferencia nos encontramos en un contexto de sobrecarga ecológica. Este escenario, que ya supone un daño real y cuantificable, refleja, al mismo tiempo, las carencias a las que se enfrentarán las generaciones futuras. Esta prospectiva sugiere que debemos mejorar nuestro modelo económico para hacerlo más sostenible y respetuoso con el entorno.
La circunferencia interior representa los mínimos sociales deseables, en referencia al nivel básico de bienestar que toda persona debería poder disfrutar. Aquí se incluyen áreas como salud, educación, alimentación o igualdad de género, entre otras cuestiones.
Lo que queda dentro de esta circunferencia nos enfrenta a un contexto de escasez y de pobreza. Es decir, un escenario en el que las personas no pueden satisfacer adecuadamente sus necesidades. Vivir en este contexto reduce la salud, la felicidad y el bienestar.
Esta situación afecta a muchos millones de personas y es especialmente dramática en los países en vías de desarrollo, aunque muchos países desarrollados tampoco alcanzan unos mínimos adecuados en todas las áreas sociales.
El espacio situado entre ambas circunferencias (la rosquilla en sí) representa un entorno justo y seguro para la humanidad. Para hacer realidad este espacio debemos respetar los límites medioambientales y garantizar las bases sociales. El modelo sugiere la necesidad de adaptar la economía para que sea plenamente regenerativa y distributiva.
En definitiva, este planteamiento ayuda a reflexionar sobre el efecto de la actividad económica en la sociedad y el medio ambiente. A su vez, refleja cuáles son las reglas del juego que todos deberíamos cumplir.
¿Cuáles son sus ventajas e inconvenientes?
Una de las principales ventajas de la economía de rosquilla es que integra satisfactoriamente las dimensiones social, económica y medioambiental. Esto permite que todos los actores puedan verse reflejados en las dinámicas representadas en el modelo.
Las Administraciones públicas pueden utilizar el esquema para identificar prioridades y diseñar políticas públicas. Las empresas pueden reflexionar sobre los efectos de su actividad en el entorno y la sociedad. Por último, la ciudadanía puede utilizarlo para analizar el comportamiento del sector público y el sector privado en relación con la esfera social y la económica.
Su planteamiento también muestra cuáles deben ser las prioridades, dónde se deberían centrar los esfuerzos y hacia dónde se tendrían que canalizar las inversiones.
Sin embargo, el modelo también presenta algunas carencias. Por ejemplo, no indica cuál debe ser el papel concreto de los distintos actores. Tampoco deja claro qué nivel de responsabilidad tienen que asumir las empresas y las instituciones para alcanzar la sostenibilidad.
Otra desventaja es que no plantea qué acciones específicas son necesarias. En estos ejes se centra el debate sobre cómo trasladar el modelo a la práctica.
¿Qué hacer para adaptar la economía?
Estos inconvenientes permiten identificar cuáles son las principales líneas de actuación para poder avanzar en la dirección adecuada.
En primer lugar, es necesario desarrollar mecanismos de mejora de la gobernanza. Esto serviría para potenciar sinergias entre el sector público, el privado y la sociedad civil. Mejorar esta colaboración es fundamental para resolver los retos sociales, económicos y medioambientales a corto, medio y largo plazo.
En segundo lugar, la economía de rosquilla permite analizar los procesos productivos desde el punto de vista de la eficiencia. Esto sirve para identificar a los actores que utilicen los recursos de la mejor forma posible. Además, ayuda a poner de relieve los comportamientos ineficientes desde la triple perspectiva de la sostenibilidad.
En este sentido, la economía circular es un enfoque fundamental en la transformación de los procesos productivos y las cadenas de valor globales. Recuperar, reutilizar, reparar y reciclar deben ser elementos clave en la innovación económica. En suma, es necesario repensar y adaptar la producción y el consumo por el bien de las personas y el entorno.
Este aspecto además serviría para canalizar inversiones hacia los usos más eficientes, susceptibles de generar un mayor retorno social, económico y medioambiental.
Este marco también ofrece herramientas para que la ciudadanía pueda identificar el nivel de compromiso de las empresas con estos objetivos. A su vez, facilitaría el análisis de la gestión de las administraciones públicas.
En definitiva, el principal objetivo de la economía de rosquilla es fomentar el respeto de los límites medioambientales y sociales.
¿Cómo aplicarlo en la práctica?
Este modelo ya se está aplicando en diferentes lugares del mundo. Afortunadamente, cada vez hay más actores interesados en las posibilidades y las ventajas de adoptar este planteamiento.
Por ejemplo, actualmente se está investigando la contribución de los distintos países al daño sobre los límites ecológicos y los problemas con las bases sociales. Por otro lado, también se intenta identificar a los países que más protegen el medioambiente y tratan de mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos.
También existen diferentes proyectos locales para aterrizar el modelo en la gestión urbana. En este contexto, ciudades como Ámsterdam o Sidney están diseñando mecanismos de gestión basados en criterios de sostenibilidad.
De forma paralela, sectores económicos específicos se están adaptando para contribuir a respetar el medioambiente y apoyar la mejora de las bases sociales.
Por estos motivos, la economía de rosquilla resulta de enorme utilidad para contextualizar las actuaciones del sector público, el sector privado y la sociedad civil. También sirve para desarrollar mecanismos de gestión y rendición de cuentas dirigidos al respeto de los límites establecidos. Además, puede guiar las decisiones de la ciudadanía para contribuir a adaptar la economía en beneficio de todos.
Tampoco podemos olvidar la necesidad de repensar nuestro consumo. La pandemia nos ha mostrado (recordado) lo que realmente importa. Aprovechemos la ocasión para reflexionar sobre el valor real de las cosas, actuar en consecuencia y reducir nuestro impacto negativo sobre la naturaleza.
Por último, no podemos obviar que las circunferencias reflejan los límites reales del mundo en que vivimos. Debemos respetarlos y adaptarnos, nos guste o no. Debemos hacerlo porque nos jugamos el futuro, literalmente.
En definitiva, la economía de rosquilla constituye un cambio de paradigma útil para avanzar en sostenibilidad. En realidad lo que deberíamos preguntarnos es ¿cómo podemos contribuir para superar el reto? Esperemos que la cumbre COP26 sirva para generar avances reales y ofrecer algunas respuestas a esta pregunta fundamental.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leerlo íntegramente aquí