La España vacía sigue despoblada y cada vez con más aerogeneradores y placas solares
Hace 20 años, las energías renovables se instalaron en los pueblos de la España vaciada con la esperanza de que ayudaran a repoblarse. El tiempo ha pasado y el problema no se ha solucionado, pero el campo se ha llenado de molinos y placas solares
Todo aquel que haya recorrido la España vacía en los últimos años habrá visto que en muchas zonas la tierra de cultivo ha permutado en molinos y placas solares. Una apuesta por la energía verde que comenzó a finales de los 90 y principios de los 2000 y de la que ahora estamos viviendo una segunda ola.
En esos primeros años, los proyectos se vendían como una esperanza para los pueblos que veían que su población estaba descendiendo abruptamente, ya que iban a suponer trabajo y dinero. Sin embargo, pasado el tiempo, esas promesas no se han cumplido y muchos de los municipios no industrializados de la península han perdido además parte de su atractivo paisaje.
Y un ejemplo claro de esta promesa incumplida es Soria, donde la población ha disminuido de 90.717 habitantes en 2001 a 88.884 en 2020. Es decir, un descenso de 1.833 personas durante los años en los que se implantaron 982 aerogeneradores, según datos de la asociación ecologista ASDEN. «Estas cifras, y las de otros muchos pueblos de España, nos demuestran que no han favorecido la repoblación», cuenta a THE OBJECTIVE Mercedes Álvarez, socia de Aliente, colectivo estatal de organizaciones que luchan por una transición ecológica justa.
Un descenso que se repite en otros pueblos de Castilla y León, en los que cada vez hay menos habitantes. Así, en localidades como la de Pedrosa de Río Urbel, la población pasó de 282 vecinos en 2000 a 248 en 2020, aunque allí se implantaron un total de 66 aerogeneradores. O Astudillo, donde hay 85 aparatos y la población ha menguado de 1.287 en 2000 a 1.006 en 2020. Y así muchos más a lo largo de la Península.
«A más molinos, menos vecinos»
«Basar el asunto de recuperación en macroproyectos de este tipo no ha servido, porque son pocos los empleos que se crean. Y, aunque conlleven una rentabilidad económica para los municipios, el problema de que el territorio siga despoblado no depende de que tenga dinero, sino de que no hay una estructura para vivir. No hay escuelas, bares, recursos ni un largo etcétera», sostiene. Además, suponen también una pérdida de la naturaleza que se conservaba en estos pueblos. Un patrimonio que podría explotarse y que con la implementación de estas energías renovables pierde valor. «Estos macroproyectos van en contra de los paisajes no industrializados, ya que quedan muy tocados cuando se llenan de estos aparatos. Y, por lo tanto, no permiten que se puedan explotar otras opciones. Nosotros decimos: a más molinos, menos vecinos», comenta Álvarez.
Una España vaciada de personas, pero llena de patrimonio
Mercedes Álvarez subraya que con las energías renovables está sucediendo como con el boom del ladrillo, que parecía que todos ganábamos pero que «al final nos ha salido muy caro. O si no, mira la costa. Primero nos cargamos las zonas de playa y ahora vamos a por el interior. Con esto estamos un poco en lo mismo: hay mucho dinero, ya que están los fondos europeos detrás, pero el asunto es si queremos un modelo así».
Y añade: «A mí me parece que es una mirada desde el Google Maps, una mirada colonizadora que cree que aquí no hay nada. Sin embargo Soria no es una España vacía ni vaciada, sino que está llena de patrimonio. Es lo único que ha quedado después de que nos obligaron a abandonarlo. Y se ha conservado gracias a los vecinos. Nos quedan dehesas, patrimonio cultural, restos de villas romanas… Hay muchas cosas que económicamente pueden ser rentables si se apoyan las iniciativas locales de las personas que se quieran instalar».
«El efecto llamada no ha existido, ya que el trabajo que se crea viene muchas veces de fuera»
Unas palabras que también defiende Antonia María Buendía Almagro, quien lleva luchando varios años contra esta situación desde la Asociación Coral Alto Cidacos y desde el Observatorio Eólico Tierras Altas, en Soria. Llegó a vivir a esta comarca hace 20 años y no recuerda el campo sin molinos. «Estoy sentada delante de una ventana de mi casa y veo una línea de aerogeneradores interminable que nos afecta a todos los pueblos de Tierras Altas», apunta. «El efecto llamada no ha existido, ya que el trabajo que se crea viene muchas veces de fuera», apunta. «Encima ahora quieren poner más molinos y más grandes, pero el territorio no va a soportar este destrozo. ¿Cómo va a pensar la gente de la ciudad que vive en un lugar mejor si está rodeado de aerogeneradores?», se pregunta Buendía Almagro.
¿Qué hacemos con las energías renovables entonces?
Desde estas organizaciones no están en contra de las renovables, sino de cómo se está llevando a cabo la transición ecológica. Por ello, lo que proponen desde plataformas como Aliente es que la energía se produzca en zonas industrializadas y cerca de las ciudades que la van a consumir. «Si quieren implantar aquí estos proyectos no es porque quieran luchar contra la despoblación, sino porque el terreno es más barato», sostiene Mercedes Álvarez.
Y, dado que el paso de los años ha demostrado que no ayudan a frenar la despoblación, la solución quizá sea apostar por otros modelos en las zonas rurales. «Pero, si seguimos poniendo más molinos, cada vez va a ser más complicado repoblar estas zonas. Imagina para el que tenga un alojamiento rural, o un bar. O las vistas de una iglesia románica rodeadas de molinos. ¿Qué tipo de atractivo puede suponer esto fuera de las renovables? A lo que hay que añadir que ahora los molinos de 45 metros de altura los van a cambiar por unos de 200 metros», apunta.
Un problema que se va haciendo cada vez más grande, porque el número de propuestas se va multiplicando exponencialmente. «Como las ayudas son enormes, hay una avalancha de proyectos. Los abogados a los que hemos tenido acceso desde la organización dicen que los estudios de impacto que se tienen que hacer a lo largo de un año son flojísimos, porque tienen mucha prisa por presentarlos antes de que se aprueben otras normativas. Era tal la avalancha que funcionarios de Castilla y León decían que no daban abasto. Está claro que no podemos seguir así», finaliza Mercedes Álvarez.