Mark Hagland: “Los hijos racializados con padres adoptivos blancos no somos víctimas”
Tengo 57 años y pertenezco a la primera ola de adopciones de niños de Corea del Sur de los años sesenta en Estados Unidos. Crecí junto a mi hermano gemelo en una cariñosa familia norteamericana, pero siempre me sentí un alienígena entre blancos. Ahora me dedico a ayudar a padres adoptivos y a sus hijos racializados a vivir en el amor y la diversidad. He sido invitado por la Asociación Antirracista de Madres con Hijxs Negros de Barcelona para compartir mi historia con ellos.
Tengo 57 años y pertenezco a la primera ola de adopciones de niños de Corea del Sur de los años sesenta en Estados Unidos. Crecí junto a mi hermano gemelo en una cariñosa familia norteamericana, pero siempre me sentí un alienígena entre blancos. Ahora me dedico a ayudar a padres adoptivos y a sus hijos racializados a vivir en el amor y la diversidad. He sido invitado por la Asociación Antirracista de Madres con Hijxs Negros de Barcelona para compartir mi historia con ellos.
Pasó la niñez en el Iowa de los años sesenta. Nunca he estado allí, pero imagino que no debía ser el lugar más cosmopolita del mundo…
Mis padres eran de ascendencia alemana y noruega y crecí rodeado de blancos totales. Nadie creía que fuéramos una familia y la gente nos señalaba con el dedo y preguntaba: “¿De quién son esos niños?”. Y mi madre contestaba: “Nuestros”.
Eso me hizo vivir siempre acomplejado por mi imagen física y a mis 57 años ha mejorado. Es fatal crecer odiándote y sentirte alienado, he pasado décadas trabajando la imagen que tengo de mí mismo y por eso me gusta compartir las experiencias que he vivido para apoyar a mis hermanos transraciales y a sus padres. No quiero que sus hijos pasen por lo que yo pasé.
Crecer con un gran sentimiento de aislamiento y rechazo me dio más cosas. Y eso me llevó a querer conocer otras culturas y formas de ser y me hice periodista. Tuve que mudarme a Chicago y aunque al principio pasé miedo, porque te genera mucha inseguridad no conocer a tu raza de origen, disfruté de la diversidad.
En sus charlas habla mucho de la carga narrativa. ¿A qué se refiere?
Las personas racializadas se ven en la obligación de tener que explicar su historia personal a los otros, porque constantemente les preguntan de dónde son. Es agotador y forma los parámetros de nuestra vida y la imagen que tenemos de nosotros mismos. Y también están las burlas…
Por eso es importante que los niños crezcan en un ambiente lo más abierto y diverso posible, con espejos raciales y una gran diversidad de personas, y que aprendan lo máximo posible sobre el racismo sistémico y el privilegio del blanco.
¿El privilegio del blanco?
Sí, es difícil que los blancos comprendan este punto, hay que experimentarlo. Los adoptados transraciales no somos víctimas y vivimos vidas ricas, con miles de capas. Somos cebollas gigantes. Los podres deben entender que, como blancos, viven en una situación de privilegio respecto a sus hijos y cuando descubren el racismo se vienen abajo. Intentan protegerles, pero les transmiten miedos y fantasmas y lo que deberían hacer es no obsesionarse y compartir con sus hijos la historia y los orígenes del lugar donde nacieron.
Yo tengo una hija multirracial de 16 años y desde los cuatro he tratado con ella la complejidad de la identidad. Ahora se siente orgullosa de sus identidades múltiples y espacios en el mundo. No es suficiente tener una única conversación con ellos y los padres saben muy poco de la cultura y la situación política de los países de origen de sus hijos.
Pero los niños viven en otra cultura. No entiendo por qué debería ser un problema…
Para evitar que si un día deciden regresar en busca de sus orígenes tengan experiencias duras.
¿Usted lo hizo?
No todos los adoptados buscan a su familia biológica. Yo decidí que lo haría junto a mi hermano o no lo haría, y no lo hice. Corea del Sur en los años sesenta era mísera y probablemente mis padres eran jóvenes y pobres, y es difícil buscar. Tengo amigos que lo han hecho.
Pero sí he estado en Corea en tres ocasiones y fue una experiencia interesante, pero muy complicada. Me encantó visitar mi país de nacimiento, pero a la vez me sentí aislado de nuevo. Cada vez que encontraba a una persona, me preguntaba si era japonés. Cuando un asiático acude a otro país asiático no habla el idioma y siempre le preguntan de dónde es. Y es alienante regresar a tu país de origen y ser tratado como un extranjero.
Había aprendido un par de frases en coreano, pero la cultura era demasiado distinta. Ser coreano es estar en una página muy pequeña del mundo y la gente se enorgullece de que piensen todos lo mismo. Hay cientos de adoptados europeos y norteamericanos de origen coreano que vuelven al país y sienten que no encajan, jamás serán vistos como ciudadanos de Corea.
¿Se siente norteamericano?
Sí, pero soy un norteamericano diferente. No soy blanco, viajo y hablo idiomas. Aunque tuve unos padres cariñosos siempre estuvo presente la sensación de no pertenecer a la comunidad, que era muy cerrada, de inmigrantes alemanes. Me sentía como un alienígena y nada integrado. Y aún en situaciones puramente blancas siento ansiedad. El pasado verano estuve en Iowa y yo era el único no blanco y me acordé de ese sentimiento que tuve durante toda mi infancia y adolescencia.
Por eso me siento cómodo en lugares donde hay todo tipo de gente. Mi identidad es casi ser ciudadano del mundo.
España está viviendo el desafío que vivieron ustedes hace treinta y cuarenta años. ¿Qué consejo le daría a los chicxs adoptados de familias transraciales?
Que cuando les pregunten de dónde son contesten lo que quieran. Tienen el poder de hacerlo.