«Antes, cuando yo iba a comprar ropa de chica, era como: ‘Esto no es para mí, yo esto no lo quiero'». Álex, un niño madrileño de 13 años que, como tantos otros, disfruta jugando «al fútbol o al pilla pilla», no soportaba los vestidos ni las coletas. «De pequeñito, su madre estaba empeñada en que se pusiera leotardos y él se los rompía», cuenta Javier García, su padre. «De hecho, iba al colegio vestido de chica y venía con el vestido destrozado, los pantis arrancados, se arrancaba las coletas… un desastre… Ir a comprar ropa de chica era un suplicio para él y el día que fuimos a comprar ropa de chico era el tío más feliz del mundo», explica. Además, Álex rechazaba las transformaciones de las niñas: «En la adolescencia se va cambiando y yo no quería los cambios que sufren las chicas porque yo no me sentía como una chica, me sentía como un chico. Y a partir de ahí se lo dije a mis padres».
Es una situación similar a la de Riley, una persona trans no binaria, es decir, que no se identifica como niño ni como niña, sino como niñe. O en sus propias palabras: «Una persona que es persona». Al carecer de tantas identificaciones, el proceso de Riley, que tiene 12 años y vive en Madrid, fue diferente al de Álex. «Decía que tenía muy claro no ser un niño pero que no tenía muy claro si era una niña», recuerda su madre, Rosa Ortega. «Yo al principio ya sabía que no era como era o como me habían dicho que era», explica Riley, «y me di cuenta cuando conocí a una persona que era como yo». Rosa sospechaba que podría ser transexual desde muy temprana edad y, cuando Riley le comunicó su identidad, pensó: «¿Y esto ahora qué es? ¿Cómo hay que hacer? ¿Cómo hay que hablar?«. La solución que proponen las personas no binarias es terminar las palabras con sufijos de género con la letra e: nosotres, divertide, protectore… «Es muy complicado usar otro lenguaje y entenderlo cuando faltan etiquetas», lamenta Rosa. Precisamente la ruptura del binarismo hombre-mujer y el uso de un lenguaje más inclusivo son dos de las reivindicaciones actuales del colectivo.
Las trabas de la transición
La transición, es decir, empezar a vivir y a relacionarse con el mundo desde el sexo con el que se identifican, es un camino con trabas. «Es una complicación de vida«, protesta Rosa, no en referencia a la transexualidad sino a la transfobia, «la sociedad te hace que tengas que estar dando explicaciones y que sea todo tan enrevesado cuando en realidad no hay nada enrevesado, somos personas y cada uno es de una manera». Tanto ella como Javier coinciden en que la mayor es la burocracia. El padre de Álex expone un caso paradigmático. «El cambio de nombre nos lo denegaron. Llevamos todos los papeles que nos pidieron, llevamos veintitantas sentencias favorables de niños a los que les habían cambiado el nombre y nos mandaron a por el niño, que estaba en el colegio, porque decían que tenían que hablar con él. Y luego no le preguntaron ni cómo se llamaba». La vicepresidenta de la asociación de familias de menores transexuales Chrysallis, Saida García, ahonda en este aspecto. «Tenemos una ley, que es la 3/2007, que permite a las personas transexuales modificar su documentación, pero es solo para mayores de 18 años. O sea que se les discrimina por ley«.
Pero esa misma ley se está debatiendo ahora en el Congreso, después de que el jueves pasado la Cámara admitiera a trámite una propuesta para modificarla. De aprobarse, los menores transexuales podrán cambiar su nombre y su sexo en la documentación sin consentimiento paterno y sin diagnóstico médico a partir de los 16 años. «Entraría a cubrir una de nuestras principales reivindicaciones pero no deja de ser un parche, soluciona una parte pero necesita enmiendas», valora Saida. El hemiciclo también estudia la aprobación de la Ley de Igualdad LGTBI que, entre otros puntos, despatologiza la transexualidad y permite el acceso, tanto la cirugía a partir de los 16 años como a la hormonación desde la pubertad -en ambos casos, sin el consentimiento paterno-. Ambos textos han puesto a los menores transexuales en el debate público pero, a pesar de las novedades que introducen, la vicepresidenta de Chrysallis pide más avances. «Nosotras, como colectivo específicamente trans, defendemos que exista una ley específica trans«, dice. «De hecho, hay otros colectivos que están incluso reclamando que se retiren los artículos de la Ley de Igualdad LGTBI que tienen que ver con las personas trans, porque hay un compromiso de sacar adelante una ley específica trans, porque las necesidades de las personas trans son mucho más amplias».
Y las trabas burocráticas y jurídicas no son las únicas. Afortunadamente, ni en el caso de Álex ni en el de Riley hubo problemas a la hora de dar la noticia en clase. Aunque ahora van al instituto, ambos iniciaron su transición en sus respectivos colegios de primaria. Álex lo hizo acompañado por el personal del Programa LGTB de la Comunidad de Madrid, que dio una charla sobre transexualidad a los compañeros. «Después salieron al recreo y, cuando volvieron, él se levantó y se lo comunicó a sus compañeros», recuerda. «Me quité un peso de encima y, además, ver que mis compañeros me apoyaron me hizo sentir mucho mejor», celebra Álex.
En el caso de Riley, el proceso fue distinto. «Nunca necesitó decirnos nada», explica su tutora de entonces, Adelaida Rubín, que añade que Riley «era una persona más en la clase, integrada como todas». Pero el momento que la «llenó de satisfacción» fue el inicio de sexto. «Vinieron unas amigas suyas y me dijeron: ‘Ya se ha cambiado de nombre, se llama Riley’. Llegó al patio, me vio, me dio un abrazo y eso ya lo decía todo». Además de que «las familias respondieron fenomenal», algo que Adelaida considera «fundamental» fue el hecho de que «en el grupo se sintió bien y sus amigas le cobijaban mucho y le querían mucho».
Los profesionales coinciden en la despatologización
La facilidad de la transición ayuda a que mantengan su autoestima al crecer, algo que preocupa a las familias. «Muchas madres quieren saber si sus hijos son transexuales enseguida para poder ayudarles y que no sufran. Pero lo primero es saber si están sufriendo, porque no necesariamente va a ser el caso», aclara la psicóloga clínica Nuria Asenjo desde su despacho en la Unidad de Identidad de Género del Hospital Ramón y Cajal, en Madrid, en la que se atiende a unas 1500 personas al año, de las que cerca de 110 son menores de edad. Ni ella ni la psicóloga y sexóloga del Instituto Barcelona de Sexología Gemma Figueras, entienden la transexualidad como una patología, sino como una condición en la que, según apuntan ambas, intervienen factores biológicos, psicológicos y sociales.
Asenjo ilustra la situación con dos ejemplos: el embarazo y la menopausia. Al igual que la transexualidad, no son enfermedades sino simplemente realidades que requieren de acompañamiento sanitario. Asenjo incide también en que no debe dejarse la transición para la edad adulta cuando la identidad se tiene clara en etapas más tempranas. Y recuerda que acceder a la hormonación cuanto antes permite disimular rasgos fisiológicos de un sexo que no se corresponde con la identidad. Además, «cuanto más tarde se inicia, más años se experimenta la no identificación del género sentido con el sexo biológicamente asignado», observa Figueras.
Fue la situación que vivió Sonia Fernández, que tuvo «una infancia sin infancia» porque no comenzó su proceso hasta los 34 años. Es decir, pasó más de tres décadas viviendo la vida de otro. Ella considera que realizar la transición en la infancia «es importante por la integración social, que luego va acompañada de la integración laboral, familiar y demás». Sonia, que ahora tiene 44 años y vive en Madrid, lleva en paro desde 2013. «Si conservas unas facciones muy masculinas y unos rasgos muy marcados, difícilmente te van a dar un trabajo a no ser que sea en puestos de baja calificación o en los turnos de noche o en aquellos donde menos relación tengas con el público».
¿Qué necesitan los menores transexuales? «Lo principal es que el menor se sienta apoyado y con la libertad suficiente como para poder compartir su experiencia y sentimientos con su entorno de confianza, sin miedo a ser juzgado negativamente», valora la sexóloga. Es la misma recomendación que hacen Riley y Álex, que animan a las demás personas en su situación a hablar con sus padres. «Una vez que hablas, sale una sonrisa muy bonita y puedes ser tú», cuenta la madre de Riley, que contiene una lágrima mientras dice: «Y papá y mamá te van a querer».