No, un año de perro no equivale a 7 años humanos. Existe otra fórmula
Estamos obsesionados con la edad de los perros. Tanto, que nos empeñamos incluso en calcularla en “años humanos”, lo que sea que signifique eso, y lo hacemos multiplicando por 7. Una fórmula sencilla, que está muy arraigada en la cultura popular, pero que carece de toda base científica. Un año de perro no equivale a siete años humanos. Hay otra fórmula para hacer la equivalencia.
“La edad es algo que no importa, a menos que usted sea un queso”, dijo Buñuel. Y tenía razón, pero se le olvidó mencionar a los perros. La edad es algo que no importa, a menos que usted sea un queso o un perro, porque la realidad es que estamos obsesionados con la edad de los canes. Tanto, que nos empeñamos incluso en calcularla en “años humanos”, lo que sea que signifique eso, y lo hacemos multiplicando por 7. Una fórmula sencilla, que está muy arraigada en la cultura popular, pero que carece de toda base científica. Un año de perro no equivale a siete años humanos. Hay otra fórmula para hacer la equivalencia.
Es imposible saber con exactitud cómo comenzó el mito de la proporción 7:1, pero lo más probable es que esté basado en la estadística que establece la esperanza de vida humana en 70 años y la canina, en 10. El problema con esta fórmula es que parte de la base de que todos los perros envejecen al mismo ritmo y está científicamente comprobado que no es así. La raza y el tamaño juegan un papel importante tanto en el envejecimiento como en la longevidad. Los perros pequeños, por ejemplo, tienden a madurar más rápido y a vivir más tiempo que los perros grandes.
Para poder hacer la comparación entre años perros y años humanos de forma más precisa, un grupo de científicos de la Universidad Estatal de Kansas, Estados Unidos, liderado por el Dr. William Fortney, elaboró una tabla de equivalencias según el tamaño y la raza del animal. Se establecieron cuatro categorías: perros pequeños (hasta 10 kg) como el chihuahua, perros medianos (hasta 20 kg) como el bulldog, perros grandes (hasta 40 kg) como el pastor alemán y perros gigantes (más de 40 kg) como el san bernardo. Por supuesto, en esto también hay excepciones, como en el caso del beagle, que tiene un ritmo de envejecimiento diferente al del resto de razas de su tamaño. Pero incluso en estos casos la tabla sigue siendo más adecuada que la popular multiplicación por siete.
Para los investigadores, el primer año de vida equivale a 15 años humanos en perros pequeños y medianos y a 14, en grandes y gigantes. Momento en el que alcanzan la madurez sexual completa. A partir de ahí, cada año cumplido tiene una proporción diferente de años humanos en cada grupo. Por ejemplo, un caniche de 11 años tiene 60 años humanos. Un mastín, en cambio, en el mismo lapso de tiempo, tiene casi 90. La diferencia es abrumadora y hay evidencia científica que demuestra que lo que ocurre con los perros no es un caso aislado.
Por lo general, las especies más grandes de mamíferos viven más tiempo que las más pequeñas. Pero, curiosamente, dentro de una misma especie, el efecto se invierte: los individuos más grandes tienen una vida más corta. Las principales investigaciones apuntan al ritmo de envejecimiento como causa. Cornelia Kraus, bióloga evolutiva especializada en senescencia, sugiere que la clave puede estar en la hormona del crecimiento IGF-1. Los perros pequeños tienen concentraciones naturales mucho más bajas que los perros grandes y hay estudios que demuestran que mientras menor es el nivel de la hormona, más lenta es la tasa de envejecimiento y menores son los riesgos de sufrir enfermedades relacionadas con la edad.
No importa los años que viva un perro, para su familia siempre serán pocos. Todos los que hemos perdido a un compañero lo sabemos. Verlos envejecer es un privilegio, un golpe de suerte. Sin embargo, hay familias que han tenido un poquito más de suerte que el promedio y han visto a sus perros cumplir muchos, muchos años. Como la familia de Maggie, una perrita kelpie que murió en Australia en 2016 con nada más y nada menos que 30 años. O la familia de Bluey, el pastor australiano que vivió 29 y ostentó durante décadas el récord Guinness como el perro más longevo. Otro perro que llegó a los 29 años fue Max, un mestizo de teckel y beagle que murió en 2013. También tuvo suerte la familia de Pusuke, un cruce de shiba inu que vivió en japón casi 27 años, acompañando a su humana desde los 16 hasta los 42 años.