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¿Por qué a las grandes ejecutivas les cuesta definirse como feministas?

Ana Botín, la presidenta del Banco Santander, es feminista. O eso dice. Ya lo adelantó en una entrevista con Pepa Bueno en la Cadena SER el pasado mes de mayo, y ahora acaba de reafirmarlo en un artículo publicado por ella misma en su página de LinkedIn, en la que explica cómo se dio cuenta de que era feminista, qué significa el feminismo y por qué cree que todos deberíamos ser feministas.

¿Por qué a las grandes ejecutivas les cuesta definirse como feministas?

Ana Botín, la presidenta del Banco Santander, es feminista. O eso dice. Ya lo adelantó en una entrevista con Pepa Bueno en la Cadena SER el pasado mes de mayo, y ahora acaba de reafirmarlo en un artículo publicado por ella misma en su página de LinkedIn en castellano y en inglés, en el que explica cómo se dio cuenta de que era feminista, qué significa el feminismo y por qué cree que todos deberíamos ser feministas.

En el extenso artículo de la mandamás del Santander –no una entidad cualquiera, sino el mayor banco hispano del mundo–, Botín detalla que su convencimiento final para definirse como feminista radica en que ha comprendido que «decir las cosas públicamente tiene el poder de cambiarlas”, y que fueron el movimiento del #MeToo y su repercusión en redes sociales, que según la presidenta del Santander “han modificado completamente el debate sobre la mujer”, los que le animaron a proclamarse públicamente como feminista. Además, niega que se trate de ninguna conversión, sino que sus principios se han reafirmado con el tiempo.

Lo cierto es que este paso hacia adelante de Botín, más allá de consideraciones teóricas o ideológicas, es todo un hito. Rompe moldes. Los moldes que establecen que las mujeres con poder real, el económico, no pueden autodenominarse feministas. Para empezar, es difícil encontrar a mujeres en puestos de responsabilidad de las grandes compañías, y para terminar la mayoría de ellas ni siquiera se atreven a decirse feministas, cuando lo que han hecho en sus vidas ha sido precisamente destacar en un mundo de hombres.

De entre el resto de mujeres que comparten con Ana Botín la lista de las 100 más poderosas del mundo de la revista Forbes –en la que la banquera es la única española y ocupa el noveno puesto–, cuesta encontrar ejemplos reales de mujeres que hablen de sí mismas como feministas, o que participen en foros que se digan feministas. La filántropa Melinda Gates, la CEO de YouTube Susan Wojcicki y la de Xerox Ursula Burns son tres de esos escasos ejemplos –obviando a rostros mediáticos, como Oprah Winfrey–.

Ese tabú, ese miedo o ese rechazo de pleno al término “feminismo” siguen calando hondo en las altas esferas, a pesar de que la aceptación por parte de la sociedad sea cada vez más generalizada.

 

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Ursula Burns, la primera mujer afroamericana en dirigir una compañía de la lista Fortune 500, es de las pocas de las más poderosas en definirse como feminista. | Foto: J. Scott Applewhite | AP

 

Ursula Burns, una de las pocas excepciones feministas en la lista de mujeres con poder de Forbes, matiza a la hora de definirse como tal. La que fuera la primera afroamericana en dirigir una compañía de la lista Fortune 500, cuando es preguntada sobre su posición ante el movimiento feminista, da muchas vueltas. “Creo que hay muchas malas imágenes asociadas al feminismo”, asegura. “Lo que yo creo sobre el feminismo es que las mujeres son diferentes de los hombres y eso es algo bueno. Es algo bueno para el mundo, es algo bueno para el mundo, es algo bueno para los hombres y es algo realmente bueno para las mujeres. Las diferencias entre los hombres y las mujeres deberían ser celebradas”, afirma. “Soy una feminista en el sentido más puro”, concreta Burns, “no creo que deba haber igualdad en las cosas que hacemos –no creo que las mujeres deban jugar a baloncesto masculino, por ejemplo–. Creo que las mujeres deben tener su valor distintivo en el mundo, que ellas definan, que nadie más lo defina. Sí, soy una gran feminista”, concluye.

Por un lado, sorprende la gran facilidad de la empresaria a la hora de cambiar de primera a segunda persona cuando habla de las mujeres. A veces hay un “nosotras”, otras hay un “ellas”. Por otro, que dé tantas vueltas sobre el mismo tema para terminar diciendo que sí, que es una big feminist, deja dudas sobre su compromiso real. Sobre todo es la muestra de lo que cuesta, como le cuesta también a Botín, decir alto y claro “soy feminista” cuando estás en lo alto de la industria.

 

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Sheryl Sandberg cree que la lucha de las mujeres debe hacerse desde la individualidad. | Foto: Alex Brandon | AP

 

Si a las que se declaran feministas lo hacen con rodeos, dificultades, trabas y juicios por parte del establishment financiero y mediático, las que no lo hacen argumentan su postura a duras penas. Sheryl Sandberg, por ejemplo, es la jefa de operaciones de Facebook y está en el tercer puesto de la lista de las mujeres más poderosas de la revista Forbes. Sandberg fundó Lean In, una asociación sin ánimo de lucro que busca “apoyar e inspirar a las mujeres para que cumplan con sus objetivos”. Los planteamientos sobre feminismo de Sandberg los difunde Botín en su artículo, definiéndolos así: “el feminismo de Sandberg defiende que las mujeres podemos ascender profesionalmente si trabajamos más, si hablamos claro y a la vez presionamos para conseguir condiciones de trabajo más flexibles, que nos permitan compaginar nuestra profesión y nuestra vida personal”. Un “feminismo autosuficiente” que “no requiere organización colectiva”, critica Botín, quien dice haberse dado cuenta de que no es suficiente con esa visión de la lucha de género. «Además de esa fortaleza individual [la que defiende Sandberg], también necesitamos cambios estructurales en la organización del trabajo, si aspiramos a un entorno laboral más justo», concluye la presidenta del Santander.

El problema con ese feminismo de Sheryl Sandberg es que a menudo es tildado de “corporativista”. Quienes lo critican aseguran que está hecho para las mujeres que lideran, no para las que se encuentran en posiciones marginales. Es decir, que este planteamiento es para privilegiadas, y que el feminismo debe ser transversal y combatir de raíz las razones de la desigualdad. Tal vez por eso a las grandes ejecutivas les cueste tanto declararse feministas. Las mujeres más poderosas del mundo tienen reticencias a la hora de llamarse feministas porque “feminismo” es todavía un concepto que divide, que genera a su alrededor una serie de prejuicios y que tiene mucho que ver con el concepto de igualdad en términos totales.

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