"Por el consumo de alcohol ya debería estar muerto": relatos de tres jóvenes alcohólicos
El alcohol es la sustancia con la edad más temprana, 16 años, tratada en Proyecto Hombre
«El alcohol es el principal problema de salud pública al que nos enfrentamos». Así alertaba del peligro Mª Ángeles Fernández, experta de la Comisión de Evaluación de Proyecto Hombre, en el Informe 2018 de Proyecto Hombre.
Las cifras de este psicoactivo legal y normalizado son preocupantes. El Ministerio de Sanidad estima que la edad de iniciación de los españoles con el alcohol es de 13 años. Es la sustancia con edad más temprana (15,9 años) tratada en Proyecto Hombre.
Lo primero que hay que entender sobre el consumo abusivo de alcohol es que “es una enfermedad”. Quienes lo dicen sin dudas son Begoña, Alba y Raúl —los dos últimos han preferido utilizar un nombres ficticios para mantener el anonimato—: tres jóvenes alcohólicos que han acudido a buscar ayuda.
Han aprendido que es una enfermedad “muy jodida” y que “nadie es culpable” de tenerla. Ser alcohólico no es estar borracho. “Estar borracho es un estado de embriaguez. Un alcohólico es una condición para toda tu vida”, puntualizan.
El alcoholismo responde a temas mucho más profundos que un simple consumo abusivo. En muchas ocasiones se recurre a él para enfrentarse a problemas internos. Estas son tres historias de jóvenes alcohólicos españoles.
Alba tiene 27 años, trabaja como administrativa y va a las reuniones de Alcohólicos Anónimos desde hace cinco meses.
La primera vez que bebí tenía 13 años. Tengo un pueblo en el que suelo veranear y ahí cogíamos a escondidas botellas de alcohol para tomarlas por la noche.
A partir de ahí empecé a orientar salir con el alcohol. Me encantó el efecto que tenía en mí. Me convertía en una persona desinhibida, divertida. Me atrevía a hacer todo, no era nada tímida, no me daba vergüenza hablar con chicos. Era otra persona distinta a la que había sido hasta entonces.
Había sido siempre una persona muy callada, con muchísimo miedo a relacionarme con los demás. Empecé a beber todos los fines de semana.
Cuando tuve 18 años me fui de casa de mis padres para venir a la universidad. Tuve la oportunidad de “inventarme” una vida nueva. La presión que tenía porque tenía que conocer gente nueva era increíble, pero esta vez me sentí fuerte, porque podía acceder al alcohol sin tener el temor de que mis padres no me pillasen.
Poco a poco fui pasando de beber solo de fiesta los fines de semana a incrementar el consumo a todo el día. Vivía a base de empalmadas. Hasta que caía en la cama un día por pura extenuación.
No concebía mi vida sin beber: si tenía que quedar con alguien me tomaba un par de cervezas antes para ir relajada; si tenía una fiesta o un botellón en casa iba ya “calentita”, como yo decía; si tenía que hablar en público para exponer algo en clase me tomaba alguna cervecita para calmar los nervios de antes y nada más terminar otra para celebrar lo bien que había salido. Antes de un examen, y después.
«Creía que caía bien gracias al alcohol»
Concebía que eso salía bien gracias al alcohol, que yo caía bien gracias al alcohol, que yo era divertida gracias al alcohol, que dejé de tener miedo gracias al alcohol.
Mi vida dependía completamente del alcohol, me daba igual beber con gente conocida o salir y perderme y beber sola y encontrarme a alguien por ahí. Conocí a un montón de gente gracias al alcohol. Casi todos bebían tanto como yo, y alababan muchísimo mi aguante, me encantaba. Nunca había recibido una palmadita en la espalda y ahora impresionaba a todos lo muchísimo que podía beber.
En parte ahora siento que todos mis días estaban estructurados alrededor de cuando iba a tomarme una cerveza. Beber se normalizó en mi vida. Para mí tomarme una botella de fiesta era lo normal. Beber cerveza desde las 11 de la mañana hasta las 9 de la noche era normal. Incluso pensaba: ‘Una cerveza no es alcohol’. Me metí en un bucle del que no era consciente.
Aguanté unos 15 días sin beber. Cuando no bebía estaba muy enfadada e irascible. Quería beber y no lo hacía por mis narices, porque me había dicho que no iba a hacerlo. Pero estaba deseándolo: me moría de ganas de tomarme una cerveza.
Fue muy difícil darse cuenta de esto porque yo solo pensaba: ‘Pero si esto es normal, es lo que hacen todos, seguro que todos sienten los mismo que yo hacia el alcohol’.
Muchas veces no recordaba nada de lo que había hecho bebiendo. Y luego me enteraba de que había cruzado una autopista corriendo, me había intentado tirar de un tejado, había pegado a mi hermana, a mi primo, a algún amigo, me levantaba en sitios que no conocía, hasta arriba de moratones, incluso en una ciudad distinta a la mía, no recordaba prácticamente nada de el tiempo en el que había estado bebiendo. Ni con quién me acostaba, ni con quién me levantaba.
Las regañinas en mi entorno se volvieron lo habitual. La gente se hartó de mí y acabó alejándose. Me decían que tenía que beber menos, que controlase… y terminaban mandándome a la mierda, porque decían que era insoportable. No salían conmigo, no me invitaban a los viajes porque siempre la liaba.
Mi forma de afrontar durante años este asunto ha sido intentar beber menos o cambiar lo que bebía. Empecé bebiendo vodka, pero tuve una superborrachera de la que no me acuerdo de nada… perdí la ropa interior, y dejé el vodka. Tuve una temporada de whisky y en una borrachera le partí a mi primo una silla en la espalda. Dejé el whisky porque me ponía agresiva. Cambié al ron, tuve otro episodio agresivo y decidí entonces que solo bebería cerveza.
También decidí ir al psicólogo para mejorar mi autoestima, así me encontraría mejor, y el alcohol me sentaría bien. Intenté intercalar copas con refrescos y cerveza con y sin. Pero todo fallaba.
Cada vez perdía a más gente, cada vez me sentía más sola, más arrepentida, más triste, peor. Solo quería ser capaz de no beber o de beber sin que pasasen cosas malas. Esto último se convirtió en una obsesión pensaba: ‘¿Cómo hago para que no se me vaya de las manos?’. Llevo intentando resolver esta pregunta desde que tengo 19 años, que fue la primera vez que sentí que estaba viva porque debo de tener una caterva de ángeles.
Busqué en internet páginas que me ayudasen a dejar de beber. Me planteaba si tendría yo un problema, pero me resultaba surrealista. Pensaba: ‘A ver, tú no tienes un problema con el alcohol, el problema es que te sienta a veces mal. Pero eres muy joven, es normal que de vez en cuando se te vaya de las manos. Además, todos beben un huevo, ¿cómo voy a dejarlo? Soy joven’.
Y muchísimo menos pensaba que sería alcohólica. Eso era demasiado: ‘Eso es de gente mucho mayor, gente de la calle… el borrachillo del banco de debajo de casa, pero yo no’.
Hasta que en febrero de 2019 no pude más. Mi pareja se fue de casa, mi madre me había dado un ultimátum y yo quería irme del país y dejarlo todo, lo poco que me quedaba, porque no soportaba más.
«He maltratado psicológicamente a mi pareja»
Mi familia llegó a tenerme miedo: a mis reacciones, a cómo me levantaría ese día, miedo a que saliese y no volviese a casa. He maltratado psicológicamente a mi pareja prácticamente a diario, porque pagaba mi frustración de no poder beber con él. Todo mi entorno ha sufrido con mi consumo.
Volví a buscar en internet y escribí un correo a Alcohólicos Anónimos. Me contestaron, llamé y fui a mi primera reunión. En un principio, lo que quería era preguntarles si yo tenía un problema. Saber cómo se sabe si uno es alcohólico. Contarles mi problema y que me dijesen qué hacer. Cómo beber sin que me pasasen cosas. Creí que me harían un test o algo.
No me hicieron ninguno, pero sí me explicaron que el alcoholismo es una enfermedad. Que nadie es culpable de estar enfermo y que si yo quería podían ayudarme, echarme una mano para no beber.
Desde aquella primera reunión han pasado unas cuantas. La comprensión recibida, el apoyo, la identificación que siento al escuchar los testimonios de los compañeros. Me identifico tanto con sus vivencias que no me quiero ir de allí.
De forma totalmente libre voy cambiando cervezas por reuniones y voy entendiendo mi enfermedad, que no entiende de sexo, religión, clase social y mucho menos de edad.
Desde entonces vivo el día a día. Cada vez voy con la cabeza más alta. No vivo con una continua sensación de arrepentimiento, de culpa. Ni tampoco estoy todo el día agresiva y enfadada por querer beber, y no poder hacerlo.
Las cosas se han ido colocando por sí solas. No se consiguen cosas increíbles, es decir, ahora no tengo un cochazo, me han ascendido y tengo una relación maravillosa con todo el mundo. No es ese el cambio. Lo que sí tengo y valoro cada día es la oportunidad de hacer las cosas distintas. La oportunidad de vivir un día sin tener que tomarme una cerveza porque si no la vida me supera.
Algunas partes de mi vida se han colocado. Otras no, pero entiendo que ha tenido que ser así. No puedo cambiar lo que le he hecho a muchas personas, ni mis actos en determinadas ocasiones, pero sí puedo afirmar que ahora soy consciente de lo que hago. Y que hoy no actuaría de la misma forma. Si yo no bebo tengo la oportunidad de decidir no hacerme daño.
Begoña tiene 27 años, es jefa de cocina y asiste a las reuniones de Alcohólicos Anónimos desde hace más o menos un año.
Probé por primera vez el alcohol a los 14 años. Empecé bebiendo de manera esporádica, como si no fuese un problema y luego ya me fui yendo a pique, cada vez necesitaba más y más. Así que al final estaba todo el día con la botella en la mano. Junto al alcohol vinieron de la mano otras drogas como la cocaína.
(Mientras hablamos, me confiesa que está muy nerviosa y que le duele bastante recordar esa parte de su vida).
Yo era una persona ingobernable. Estaba muy zumbada, pero por culpa del consumo. El consumo me tenía totalmente acelerada y superatada, como si fuese una marioneta. Vivía por y para el alcohol. Por y para sus caprichos. Cosa que se le antojaba, cosa que tenía que hacer yo obligada.
«Era como estar en una cárcel agarrada a los barrotes gritando»
Es como si estuviese dentro de una cárcel agarrada a los barrotes gritando, viéndome a mí desde fuera sin poder pararlo. Llega un momento en el que tanto las drogas como el alcohol llegan a manejar tanto tu cerebro que es que no puedes hacer nada.
Empecé a consumir en soledad con un vacío tremendo, con muchas ganas de morirme. En un infierno del que no veía escapatoria. Y cada vez que no veía salida y veía que todo era una basura monumental, que mi vida era una mierda básicamente, tenía ganas de quitarme la vida porque estaba sufriendo y no sabía gestionar las cosas de otra manera que no fuese bebiendo.
El alcohol no solo me afectó a mí, también a mi entorno. Desde los 15 años me cerraban las puertas de casa, me dejaban en la calle. Yo no hacía nada más que meterme en broncas, peleas, ventas, robos… de todo. Me perjudicó hasta tal punto que me dejaron sola prácticamente.
Pedí ayuda cuando acabé en el hospital. Vivía en una casa okupa con dinero de la prostitución y estuve consumiendo ahí muchísimo. Era tan grande la desolación, el vacío, la rabia que tenía de no poder salir de ahí, que me acuerdo que lloraba. Me ponía la música repetidas veces, todo el rato, con una paranoia en la cabeza increíble.
Pero es que luego, según yo estaba consumiendo me estaba dando cuenta y decía: ‘¡Joder tía! ¿Tú de verdad quieres morir así, en serio? Porque es lo que estás consiguiendo, que te acabe dando una sobredosis’, porque es más, ya tenía el corazón que se me salía del pecho. No podía respirar y seguía fumando, seguía yendo al camello.
Yo tendría que haber estado ingresada en un hospital, pero yo prefería seguir matándome. Me acuerdo que tenía como intentos suicidas. Estaba perdiendo el juicio. Es una muerte lenta y muy dolorosa porque te pones a pensar en todo y sigues consumiendo.
«Me faltaba el canto de un duro para acabar conmigo»
Me acuerdo que me vestí, tenía la cara morada, los labios agrietados, llenos de sangre. Ese día me miré al espejo, estuve como diez minutos y pensé: ‘Mira Begoña si algún día entras en recuperación quiero que tengas esta imagen clavada pero para el resto de tus días’ y hoy en día sigo recordando a aquella niña triste, sola, hundida, sin autoestima. La sigo viendo y me da mucha pena, pero a la vez me da mucha fuerza.
No me preguntes por qué, pero… debe ser porque a lo mejor yo estaba tocando tan fondo que mi cuerpo lo sabía y dije ‘necesito salir de esto ya como sea’. Cogí, llamé a un centro y pedí que por favor que me ayudasen, que es que no podía parar y me faltaba el canto de un duro para acabar conmigo. Se me vino una lucecita a la cabeza y pedí ayuda. Me fui a un centro y ahí me quedé.
Desde que llegué a Alcohólicos Anónimos mi vida ha cambiado un montón porque ahí he aprendido a confiar en la gente. Cuando otros compañeros comparten sus historias yo me identifico mucho. Me identifico con su dolor y con lo que les ha pasado. Yo me pensaba que a mí nadie me entendía, que estaba loca, que tenía un problema, que era una adicta o una viciosa y todas esas preguntas se me solucionaron yendo ahí.
También he aprendido a quitarme culpabilidad y prejuicios. Empecé a trabajar un poco mi autoestima, que la tenía por los suelos tanto por la droga como por exparejas. Ahora estoy superbien. Estoy viendo las cosas de frente, sin drogas, sin alcohol, sin nada. A pelo. Y me cuesta, ¡me cuesta mucho! Pero prefiero esto a un día consumiendo, porque un día consumiendo se puede convertir en 40 días malos. Un día sin consumir, puedo tener tirones, pero lo puedo llegar a superar.
Raúl tiene 29 años, trabaja en el aeropuerto y va a Alcohólicos Anónimos desde el pasado mes de diciembre.
“Yo empecé a beber a los 16. Yo de hecho, por lo que escuchas, soy de los tardíos. Empecé, pues lo típico… el botellón, los porretes. Bueno, yo la verdad que el problema de drogas no he llegado a tenerlo. Identifiqué que me sentaban mal los canutos y estuve un añito fumando porros y a tomar por culo, se me quitó la tontería. Nunca he probado la cocaína, ni pastillas, ni nada de eso porque yo conocía mi mente y siempre he sido un zumbao.
A partir de los 21, más o menos, cuando me fui a Estados Unidos, comencé a beber de manera compulsiva todos los días. Si es verdad que me pasaron ciertas cosas que yo lo solventaba con una, dos o 20 cervezas.
Allí me dedicaba a la hostelería, a servir cócteles a la gente: era el típico barman, trago que le servía a uno, trago para mí. Al final acababa bebiéndome una botella de whisky prácticamente al día. Es un aumento gradual.
«Beber una botella de whisky al día era lo normal»
La segunda vez que fui a EEUU con 24 años tenía ya un ritmo… aparte de las cervezas, prácticamente una botella de whisky al día. ¡Joder!, me machacaba, pero seguía haciéndolo. Era un hábito que yo había creado, como tomarme un café, para mí era lo normal.
Yo me levantaba, me preparaba para ir al trabajo, desayunaba y ya con el café caía un chorrito. Como trabajaba con alcohol tenía muy fácil el acceso. Según llegaba a trabajar era prueba este vino, prueba esta cerveza. Hablaba con los proveedores y ‘mira esto que nos ha llegado’. Lo tenía servido en bandeja.
Durante el evento, con el estrés, cada vez que podía ¡zasca! enganchaba otro chupito. Y cuando llegaba a casa me terminaba la botella. Así era el día y a dormir.
Sí es verdad que profesionalmente me fue bien. Yo trabajaba unas 12 horas diarias y el alcohol es algo que te impulsa a seguir.
Gracias a Dios la familia no la tenía conmigo en ese momento, estaba yo solo, y no me vieron así, no vieron lo borracho que podía llegar a estar, o lo alcoholizado.
Cuando volví a España con 25 años fue peor. Aquí es peor, más que nada porque el alcohol está socialmente aceptado, es como: ‘¿Qué hacemos? Pues vamos a tomarnos unas cañas’. Todo está relacionado con gastronomía y alcohol y es muy complicado.
«He perdido amigos porque lo único que hacía con ellos era beber»
Yo tenía buenos amigos que han desaparecido de mi vida porque en realidad eran compañeros de consumo, lo único que hacía con ellos era beber alcohol. Otras personas no entienden que tienes un problema y te presionan, hay que saber desaparecer.
A mi familia no le he dicho que soy alcohólico, pero he tenido mucha suerte porque cuando me emborrachaba no me dio de lado. Lo sabe uno de mis hermanos y ya está. A mis padres no se lo he dicho por los prejuicios, porque socialmente no están preparados. Lo terminaré contando cuando ya tenga más bagaje y más experiencia.
Cuando yo bebía no solamente me despertaba resacoso: me despertaba miserable, triste, impotente, con ganas a veces de suicidarme. De coger un puto balcón, tirarme y a tomar por culo, porque no hay solución.
Llegaba un momento bebiendo en el que se me iba la cabeza. No me pegaba con nadie, pero decía burradas. Me podría haber llevado un guantazo más de una vez. Aunque no sé si me lo he llevado porque no me acuerdo.
Dije ‘hasta aquí, basta’ después de una borrachera muy fea, cuando un colega me dijo: ‘Háztelo mirar. Tienes un problema’. Ese fue el detonante, un pedo horroroso.
Estuve buscando clínicas de desintoxicación, fui a una y la primera pregunta que me hicieron los cabrones, con todo el respeto del mundo pero es así, fue: ‘¿Cuánto dinero te gastas en copas al mes?’, y yo les dije: ‘Bueno, pues mira 500-600 euros’. Me dijo: ‘Mira por ese módico precio te ingresamos’.
Claro, te sientas y dices: ‘Me estás dejando ya ver que tú eres una máquina de hacer dinero y te estás aprovechando de algo muy duro como es una adicción’. Yo, por mi orgullo, seguí buscando y encontré Alcohólicos Anónimos (AA).
Llevo muy poquito en AA. ¿Cómo ha cambiado mi vida? Pues he cerrado la botella. Es lo que dicen ellos. Un poquito es una parte de abstención y otra parte de recuperación. Yo estoy ahora mismo en esa parte de ‘me abstengo de beber alcohol’.
Sí es verdad que poquito a poco vas interiorizando mucho el tema de los doce pasos. Las doce promesas que es lo que repercutirá si llevas a cabo los doce pasos, etc. Y sí es verdad que la vida es más tranquila.
Te fijas mucho más en los pequeños detalles de la vida como es ver una película con tu padre, echarte la siesta con la familia, tomarte un café con tu madre. Yo tengo gente fuera de confianza, fuera de AA, que me ven de otra manera y que saben todo el proceso que estoy llevando. Son gente que te pregunta por consejos ahora. Vuelves a ganar la confianza de los demás.
Eres una persona más calmada, más tranquila. Vives el día a día. Simplemente a mi me importa ahora mismo estar aquí hablando contigo.
Es experimentar el día con la mayor felicidad posible y sin estresarte. Esto es lo que hay. Acéptalo y vive la vida. Vive y deja vivir. Y la verdad es que se ve todo más claro. No con toda la claridad del mundo, porque son muchos años bebiendo, pero sí es verdad que profesionalmente, económicamente y sentimentalmente ha cambiado todo a mejor.
Lleva mucho trabajo detrás y hay momentos de flaqueza, hay tirones en los que dices: ‘¡Joder! Me encantaría una cerveza fría’, pero para eso están los compañeros de confianza, para eso están las reuniones, para eso está la literatura. Pero en general, soy más feliz. Es un programa de vida.
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Si quieres más información sobre Alcohólicos Anónimos puedes enviar un correo a [email protected] o llamar al 985 566 345.