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El humor sexista, la violencia machista y la respuesta feminista

Hablamos con las profesoras e investigadoras Esther Linares y Mónica Romero-Sánchez sobre cómo el humor machista puede perpetuar el sexismo

El humor sexista, la violencia machista y la respuesta feminista

Monica Melton | Unsplash

En 2020 la desigualdad entre hombres y mujeres sigue siendo una realidad que en España se manifiesta en cifras como los salarios medios, la tasa de empleo o el llamado techo de cristal, los datos sobre conciliación familiar o la inclusión social. El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, recordamos la mayor lacra del machismo contabilizando víctimas. Pero detrás de todas estas formas de sexismo se esconde una peligrosa ideología que en ocasiones se disfraza de humor. Porque cualquiera ha escuchado un chiste machista. Se ha reído de él sin reflexionar sobre su contenido. O quizá ha torcido el gesto al reconocerlo, pero entonces la respuesta más habitual es que solo era una broma o que quizá no lo haya entendido bien. Ante todas estas situaciones, cabe preguntarse, ¿de qué manera contribuye el humor machista a perpetuar el sexismo? ¿Una broma puede ocultar una agresión? ¿El humor feminista y subversivo puede combatir el machismo cotidiano riéndose de él?

«El humor se basa en una incongruencia y tiene tres fases: reconocimiento, comprensión y apreciación», explica Esther Linares, doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante y miembro de GRIALE, Grupo de Investigación sobre la ironía y el humor en español de la misma universidad. «En el caso del humor machista, el receptor debe reconocer ese mensaje como humorístico para empezar, tener un conocimiento previo sobre el contenido para poder comprenderlo y, luego, dependerá de sus características personales y sus gustos que lo pueda apreciar», continúa diciendo la investigadora en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, formada principalmente en el análisis del discurso. «De acuerdo con los estudios sobre el humor sexista, que es un humor despreciativo, este es un humor que básicamente aprecian más los hombres que ya parten de unos prejuicios previos. Es decir, cualquier persona puede hacer humor sexista, pero aquellos que vayan a apreciarlo son los que ya tienen unos prejuicios y unos estereotipos concebidos previamente», remata.

De hecho, los chistes sexistas favorecen los mecanismos mentales que incitan la violencia y el maltrato hacia las mujeres en aquellos sujetos que presentan actitudes machistas. Esta es la principal conclusión de un estudio publicado en 2010 por la Universidad de Granada, en línea con otros trabajos internacionales. Para probar esta afirmación, los científicos aplicaron varios cuestionarios a un grupo formado por 109 estudiantes universitarios varones, de entre 18 y 26 años. Se les presentaron dos series de chistes, una con chistes machistas en los que se denigra a la mujer y otra con chistes sin contenido sexista. A continuación, los investigadores les plantearon varios escenarios con distintos casos de agresiones a mujeres, desde más leves a más graves, para preguntarles después cómo actuarían ante un escenario de este tipo. El trabajo demostró que quienes habían escuchado chistes machistas se mostraban mucho más tolerantes con la agresión a las mujeres que quienes no.

«Debemos partir de la base de que las situaciones humorísticas se producen fundamentalmente en contextos de interacción social», explica Mónica Romero-Sánchez, profesora del departamento de Psicología Social de la Universidad de Granada y responsable de este estudio. «En la interacción social, el humor es una especie de situación de juego, en la cual los seres humanos interactúan lúdicamente. No obstante, el humor no siempre es utilizado de una manera prosocial, y en muchas situaciones es también una forma de comunicar mensajes ofensivos, sarcásticos o de agresión hacia otros», continúa diciendo la investigadora. «En este sentido, ha de destacarse que el humor, como canal sutil de comunicación, socava la seriedad del mensaje comunicado, dejando abierta la posibilidad de interpretar los mensajes transmitidos a través de él desde formas diversas, así como de tener el pretexto de poder decir que era sólo una broma», cuenta.

El humor sexista, la violencia machista y la respuesta feminista
La doctora e investigadora Esther Linares. | Imagen: cedida

«Muchos trabajos científicos han demostrado que el humor sexista, y en especial el humor de denigración contra las mujeres, posibilita la propagación y el mantenimiento de la desigualdad de género, dificultando los cambios u oposiciones que los mensajes sexistas no humorísticos conllevan», explica Romero-Sánchez. «Es más, aquellos incidentes sexistas que son etiquetados como humorísticos pueden llegar a ser ignorados o tolerados por la sociedad. El disfrazar el acoso sexual, la desigualdad de la mujer en el ámbito laboral y las agresiones físicas, psicológicas y sexuales como eventos humorísticos lleva a interpretarlos como inocentes y menos dañinos y, de esta forma, a escapar a las críticas sociales», señala la psicóloga. «En esta línea, diversas investigaciones también han encontrado que algunos hombres adoptan una perspectiva acrítica cuando interpretan chistes sexistas y debido a ello adoptan una norma de tolerancia hacia el sexismo en un contexto social determinado», añade.

Ambas investigadores hacen hincapié en que el efecto humorístico de cualquier chiste, incluidos los machistas, depende del contexto, la intencionalidad del emisor, la situación conversacional y la propia recepción. «El chiste, por decirlo de alguna forma, no tiene en sí mismo un principio activo. Analizar un chiste en el vacío supone una mutilación de lo que el humor es y, por tanto, una simplificación», señala Romero-Sánchez. Por eso, lejos de afirmar que existe una relación causal entre el humor y el machismo, la psicóloga advierte: «las investigaciones muestran que, en lugar de una forma de crear o promover los estereotipos o actitudes prejuiciosas, o en este caso sexistas, el humor de denigración puede aumentar la tolerancia de actos discriminatorios, especialmente en personas con altos niveles de prejuicio hacia el grupo denigrado. El humor en sí mismo no es una herramienta generadora de prejuicios, sino más bien un canal que facilita su expresión en determinadas personas», añade.

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Mónica Romero-Sánchez, profesora del departamento de Psicología Social de la Universidad de Granada. | Imagen: cedida

¿El humor sexista es violencia machista?

Desde la lingüística, Linares insiste en la importancia de analizar el contexto del humor machista no solo para descodificarlo e interpretarlo, sino incluso para poder juzgar sus intenciones. «El efecto humorístico y lo que se consigue con ese tipo de discurso va a cambiar en relación con dónde se diga. No es lo mismo decir un chiste sexista en una esfera privada entre amigos, donde los participantes se conocen y tienen unas reglas sociales particulares del endogrupo, que si se dice en una esfera pública, donde llegará a personas que no conoces y no sabes cómo van a recibir el mensaje», señala. «Aunque, por supuesto, el humor no tiene límites y debe ser parte de cada uno tener una ética y una moral con la que se decida qué puedes decir, cuándo y a quién, en la esfera pública sí tiene un efecto social mucho más complicado porque refuerza y perpetúa los esquemas mentales de la cultura hegemónica y heteronormativa. Y en algunas ocasiones, si se hace en un grupo masculino que ya tiene esos prejuicios lo que se hace es una violencia simbólica hacia la mujer porque se la cosifica y se la estereotipa», añade.

Linares cree, entonces, que el humor sexista puede considerarse violencia machista simbólica cuando el objetivo es denigrar a la mujer, lo que explica diciendo: «Si realmente compartes lo que estás diciendo y lo aprecias como humorístico es un ataque directo. Por eso cuando el oyente no lo aprecia y hay un humor fallido, el emisor responde el habitual solo era una broma. Pero casi siempre las bromas, aunque sean en modo humorístico y con un estilo jocoso, llevan implícito algo de verdad. El humor siempre tiene implicaturas más allá del efecto cómico». Sánchez-Romero coincide, pero matiza su respuesta diciendo: «No creo que podamos etiquetar el humor sexista sin más como forma de violencia de género, aunque cuando hablas de este tipo de humor a muchas personas nos viene a la mente la imagen del iceberg de la violencia de género. Entonces, teniendo en cuenta todas las claves que entran en juego, el humor sí puede ser utilizado como herramienta para denigrar a las mujeres y constituir una forma de agresión».

De hecho, diversos estudios han observado cómo varía la recepción del humor machista en función de diversos aspectos, como el sexo del emisor del chiste. En 2017 Romero-Sánchez y sus compañeros investigaron esta cuestión y encontraron que «cuando el emisor de los chistes sexistas es un hombre se percibe de manera más crítica que cuando los cuenta una mujer. Por el contrario, cuando el emisor es una mujer, los hombres sexistas hostiles interpretan estos chistes sexistas de forma más lúdica y menos dañina, y eso se traduce en que muestren comportamientos más hostiles y sexualmente violentos hacia ellas. Si es la propia mujer la que se está riendo de sí misma en términos denigratorios, los hombres sexistas hostiles se ven más libres de exhibir sus  prejuicios hacia ellas».

Ciertamente, el humor siempre supone la ruptura de alguna regla y, en palabras de Romero-Sánchez, vive de la transgresión. Sin embargo, la percepción de esta transgresión depende también del marco sociocultural donde tiene lugar. Esto explica que en 1991 el dúo cómico Martes y 13 parodiara el maltrato a la mujer y que tres décadas después el propio Millán Salcedo afirmara que no soportaba ver ese vídeo. «Si la transgresión excede unos límites, se percibe como grave, y en ese momento su capacidad de provocar diversión disminuye. Eso ha ocurrido en España con la violencia de género. Ahora se percibe como mucho más grave por la sociedad, y por lo tanto, la aparición del humor sobre este tipo de violencia es sometida a una mayor penalización social», señala Romero-Sánchez.

No se puede negar entonces el poder que un chiste machista posee a la hora de reproducir estereotipos sexistas. Pero prohibir ciertos discursos, en opinión de Linares, nunca es la respuesta, pues debe ser cada individuo quien reflexione sobre cómo elige expresarse en cada situación, reconociendo el discurso que utiliza. «Nuestra manera de concebir el mundo se refleja en el lenguaje. Y el lenguaje refleja la forma que tenemos de representar nuestro mundo. Ambos aspectos están conectados. Nuestro discurso tiene un efecto en nuestra realidad. Nos construimos socialmente a través de acciones y comportamientos, entre los que se encuentra la comunicación, y, por tanto, la forma que tenemos de expresar ideas refleja nuestra visión del mundo», señala. «La censura nunca es una respuesta. Por un lado, nos quedaríamos sin discursos, qué se puede decir o no. Y por otro, si censuramos el humor machista y hablamos de ello, le damos más voz a ese mensaje y lo que hacemos es reforzarlo. Debe ser algo ético y que cada uno sea consciente y responsable de lo que dice», señala.

Contra el machismo, humor feminista

Ambas investigadoras creen que la mejor forma de rebatir el humor sexista es con más humor, en este caso subversivo o feminista[contexto id=»381722″]. «En mi tesis analicé el humor de 15 mujeres españolas que en sus monólogos utilizaban diferentes estrategias para hacer reír al publico, que es la finalidad principal, pero también conseguían romper con el statu quo, empoderarse y reflejar una realidad alternativa a la que se había dicho en el discurso mainstream», explica Linares. «Lo lograban presentando en la premisa del chiste una idea llena de prejuicios, que luego rompían en el remate de la secuencia creando una idea alternativa o un nuevo marco cognitivo, es decir, proponían otro tipo de realidad» mientras abordaban temas relacionados con la feminidad como la maternidad o la menstruación, el sexo y las relaciones de pareja o cuestiones sociales como la política, la religión o el trabajo. Y pone como ejemplo a Patricia Sornosa.

Romero-Sánchez cita, además de a Sornosa, a Alicia Murillo, Irantzu Varela o Natalia Valdebenito. Y dice sobre estas cómicas: «Han sabido transformar los prejuicios sexistas en herramientas para combatirlos (…) riéndose de lo ridículo que resulta que en pleno siglo XXI que las mujeres sigamos estando en una posición desigual respecto a los hombres».

Sobre los efectos del humor feminista en la sociedad, la investigadora de la Universidad de Granada ya tiene pruebas. «De las investigaciones que estamos llevando a cabo me gustaría resaltar los resultados que forman parte de la tesis doctoral de Andrés Riquelme Riquelme, los cuales muestran la influencia de la exposición a humor feminista sobre el grado de implicación en acciones colectivas por la igualdad de género, entendidas como todos aquellos comportamientos voluntarios que se realizan, ya sean de forma privada –por ejemplo, firmar una petición– o pública –asistir a una manifestación–, en favor de la igualdad entre mujeres y hombres», cuenta. «Los resultados han mostrado que la exposición a este tipo de humor provocaba que aquellas personas con unas menores puntuaciones en identidad feminista se implicasen más en este tipo de acciones colectivas. Estos resultados son un primer paso para mostrar que el humor subversivo contra el sexismo puede funcionar como una herramienta para combatir las actitudes sexistas, la discriminación contra las mujeres y la desigualdad de género», especialmente en programas de reducción de desigualdades de género y campañas de concienciación.

En muchas ocasiones, al abordar los procesos de discriminación que sufren las mujeres, o al tratar la igualdad entre hombres y mujeres en general, se encuentran resistencias por parte de determinadas personas o colectivos. Cuestiones fundamentalmente ideológicas les hacen mostrarse reacios a este tipo de contenidos en pro de la igualdad. Por ello, el humor puede ser una herramienta que sirva para concienciar sobre la discriminación que sufren las mujeres a la vez que se disminuyen esas resistencias. El contexto cómico y lúdico que brinda el humor permite abordar temas sumamente serios con una perspectiva distendida, pero no por ello irrelevante”, señala Sánchez-Romero. “El humor feminista puede servir para advertir, subrayar y hacer saliente la discriminación que sufren las mujeres en muchos ámbitos para finalmente hacernos más conscientes de que las reglas socialmente mantenidas donde se asienta esa desigualdad son absurdas, ridículas y por lo tanto, cómicas. Se trata de reírnos mientras pensamos. Buscamos la risa como vehículo para la acción y el cambio. Un humor para construir una sociedad más igualitaria en lo que respecta al género”, concluye.

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