Prostitución en tiempos de coronavirus: la vulnerabilidad de las trabajadoras sexuales, expuesta por la pandemia
Desde el inicio de la cuarentena en Venezuela, como en muchos países, las trabajadoras sexuales han cesado su actividad, aunque muchas han tenido que salir a la calle para ganarse la vida en plena pandemia
De la prostitución dependen muchas personas –hombres y mujeres– de distintos estratos sociales. Y desde el inicio de la cuarentena en Venezuela se ordenó el cierre de bancos, escuelas, comercios, iglesias y, por supuesto, también, de los burdeles, salones de masajes y casas de citas. ¿Cómo resuelve esta gente su subsistencia?
La medida afectó, por ejemplo, a locales ubicados en zonas populares como “El puerta amarilla”, en los alrededores del Nuevo Circo, en el centro de Caracas y a “El burdel de Catia”, en el oeste de la ciudad. Pero también a los elegantes prostíbulos del este de la capital, que funcionan en salones lujosos y tienen vínculos con conocidos hoteles de cinco estrellas.
Las principales normas sanitarias del coronavirus [contexto id=»460724″]: prohibición del contacto físico, obligación de la distancia social, además de la suspensión de los viajes, han sido elementos que han afectado, en gran medida, el día a día de las trabajadoras sexuales.
Exhibir la mercancía
La Basílica de Santa Teresa es una de las iglesias más importantes de Caracas. Allí reposa la venerable imagen del Nazareno de San Pablo, visitada por cientos de creyentes que le piden que les conceda un milagro, especialmente en temas de salud.
Esta iglesia se ubica en la parroquia Santa Teresa, y en los alrededores de este santo templo se encuentra, desde hace muchos años, una de las zonas de tolerancia más conocidas para la práctica del oficio más antiguo del mundo: la prostitución.
Frente a la iglesia hay una plaza. Allí, a todas horas –día y noche–, se encuentran grupos de mujeres y hombres que ofrecen sus servicios sexuales a los interesados. También se observan algunas chicas situadas en las esquinas de la avenida Lecuna.
Las féminas que caminan por la zona ya son conocidas, ese espacio público es su plaza de trabajo. Algunas viven en las pensiones que se ubican en los alrededores, donde tienen que pagar un alquiler diario por los diminutos cuartos en los que viven, la mayoría de ellas en situación de hacinamiento y con la responsabilidad de mantener a una familia.
Varias de estas trabajadoras sexuales tienen entre 40 y 50 años. Algunas tienen evidente sobrepeso; otras, en cambio, son muy delgadas, con claros signos de desnutrición. Se las observa con los rostros demacrados, a pesar del poco maquillaje que utilizan para tratar de parecer atractivas a sus clientes.
Visten ropas viejas, ya desteñidas por tanto uso. Sus prendas preferidas son pantalones de licra, faldas y vestidos muy cortos, que combinan con blusas que les permitan mostrar sus senos, ya flácidos por el paso de los años.
También existen mujeres muy jóvenes, que son más discretas tanto en sus formas de vestir como de exhibirse: se ocultan detrás de los kioscos de ventas de periódicos y entre los carros estacionados en la calle. Muchas veces sus familias desconocen que se dedican a la prostitución para conseguir dinero.
No usan sandalias ni tampoco tacones altos, prefieren calzar zapatillas y zapatos de goma “por si hay problemas salir volado”, como dice la popular canción de Rubén Blades Pedro Navaja.
A pesar de que por la zona pasan constantemente vehículos con grandes bocinas, recordando las recomendaciones sanitarias para combatir la COVID-19, muchas no usan las mascarillas, “para poder exhibir bien, parte de la mercancía que ofrecen”, dice una de ellas.
En el lugar también hay varios hombres homosexuales, que también ejercen la prostitución. Uno de ellos es un moreno alto, delgado, con una peluca cuyo cabello rubio le llega hasta la cintura. Viste un pantalón vaquero pegado a su cuerpo y una blusa que deja su cintura al descubierto, dejando entrever unos glúteos y senos postizos: “Yo me cuido, hay que mantenerse bonita para llamar la atención”, dice.
La jefa es una de las mujeres mayores. Se encarga de recibir a las trabajadoras que se van uniendo al grupo, habla con ellas, revisa su vestimenta, las distribuye en el espacio y también se encarga de echar a los curiosos y a los hombres que quieren molestar a las chicas.
Antes de comenzar su faena diaria, varias de ellas se acercan hasta la puerta de la iglesia del Nazareno de San Pablo, se persignan y piden al santo milagroso tener un buen día de trabajo.
Le preguntamos al grupo cómo les ha ido con sus labores en estos meses de pandemia.
“Esto ha sido arrecho –duro– para todo el mundo”, contesta la jefa.
Prostitución con miedo
Cuentan que los primeros días, cuando se inició la cuarentena, tuvieron miedo. Vieron toda la información de las muertes en el mundo, intentaron cumplir el confinamiento, “pero la cosa se puso difícil, se acababa la comida, se juntaban las deudas y tuvimos que salir a rebuscarnos”, comentó una de ellas.
“Roxana” se hace llamar uno de los chicos que trabaja en la plaza ofreciendo sus servicios sexuales. Es delgado, no usa peluca, su pelo es natural, largo a la altura de los hombros. Usa mascarilla, muestra unas cejas bien delineadas y pestañas postizas. Viste una braga de colores claros y usa perfume.
“Tengo 24 años. Desde hace 12 meses ingresé en el mundo de la prostitución, por graves problemas económicos. Soy de profesión peluquero, pero el año pasado me robaron, me quitaron mi bolso con todos mis implementos de trabajo, entre ellos un secador, planchas para alisar el cabello, pinzas, cepillos, peines, maquillaje, brochas y otros equipos, con lo cual perdí mi trabajo en una peluquería del este”, dijo.
No quiso hablar de su familia. Dice que vive alquilado en una pieza de una pensión en la avenida Baralt.
“Allí pago diariamente 150 mil bolívares por la habitación, sin derecho a cocinar, tengo que comer en la calle. Salgo diariamente a trabajar pensando siempre que tengo que lograr el pago del alquiler, de lo contrario me toca dormir en la calle, en cualquier plaza. Y las noches en Caracas son muy peligrosas, tienes que estar pendiente de que no te agredan en cualquier momento”, contó Roxana.
Expresa que tanto ella –sí, es un hombre, pero se refiere a sí mismo en femenino y en masculino– como muchas de sus compañeras, han pasado el día sin comer, pues la situación económica y el miedo por la enfermedad han espantado a los clientes.
“Perdí a mis clientes fijos, tengo que patear la calle para ofertar mis servicios, que varían de costo, según lo que pida el cliente. El paquete completo lo ofrezco en 20 dólares. Es una hora de servicio en un hotel, siempre usando preservativos. Eso siempre se le informa al cliente, pero en estos tiempos de pandemia me han cancelado varios servicios, pues los interesados tienen miedo de contagiarse de la COVID-19”, señaló.
Indicó que a pesar de la crítica situación, que no le permite comprar ni ropa, calzado o maquillajes, sale a trabajar con su mejor ánimo todos los días, pues tiene la esperanza de juntar el dinero para comprar nuevos equipos de peluquería y volver a un salón de belleza: “No mana–hermana–, trabajar en la calle como prostituta es muy arrecho y en estos tiempos de coronavirus, mucho más”.
Otras trabajadoras cuentan que para lograr captar a un cliente se busca negociar una tarifa, porque lo importante es no perder la oportunidad de ganar algo de dinero, pero tampoco están dispuestas a regalar su trabajo.
“Cada una de nosotras tiene su historia, no tenemos a nadie que nos ayude. Con pandemia o no, tenemos que salir a la calle. Estamos a echándole bolas a la vida, no nos queda otra, buscando el dinero para mantenernos”, dice la jefa del grupo.
Otra de las trabajadoras explica que “sí hemos tenido graves problemas económicos por la falta de clientes, de dinero en efectivo, pero siempre, gracias a Dios, sale algún trabajo para comprar la comida y pagar los gastos. Pero hay que salir a las calles”.
Se acabaron las citas
Las trabajadoras sexuales de lujosos salones o las que ofrecían servicios a través de las páginas de citas, también han visto afectada su labor.
“Las mujeres que trabajan en los prostíbulos lujosos también se quejan de los problemas económicos que les ha ocasionado la COVID-19. Estas damas tienen su tarifa en dólares, deben mantener un estilo a la altura de los clientes que atienden: ejecutivos, empresarios, turistas extranjeros, que buscan sus servicios por la belleza y atributos físicos que pueden mostrar, pero para mantenerlos tienen que hacer grandes inversiones”, dijo uno de los médicos que les ofrece consultas ginecológicas regularmente a estas trabajadoras y que pidió el anonimato.
Señaló que muchas de estas damas de compañía son profesionales, estudiantes universitarias, con una rutina de belleza bastante cara, que incluye pago de gimnasios, peluquería, manicura y pedicura, compra de calzados, ropa –especialmente prendas íntimas de alto precio– perfume y maquillaje.
Las consultas médicas y odontológicas también entran entre sus gastos, pues mantener un excelente estado de salud es un requisito obligatorio en sus lugares de trabajo.
“En su gran mayoría, estas damas de compañía tenían clientes fijos que las visitaban regularmente, pero ahora con la cuarentena se mantienen en sus casas. Tampoco pueden trasladarse para atender a los interesados, ni dentro ni fuera de Venezuela, por la paralización de los vuelos y el cierre de las fronteras entre los estados”, explicó el galeno.
Indicó que algunas de las chicas han acudido a sus amigos y clientes más cercanos para pedir ayuda económica y abastecimiento de alimentos, que es bueno en estos tiempos de pandemia.
“Los empresarios que mantenían algunos de los locales donde se practica la prostitución también se quejan por las grandes pérdidas económicas que han tenido durante el tiempo en que comenzó la pandemia, pues deben seguir pagando el alquiler de los locales en dólares, servicios y otros compromisos. Ya algunos están a punto de declararse en la quiebra”, contó el médico.
Servicios online
“Me llamo Verónica, soy una bella joven, delgada, de 22 años, dispuesta a satisfacer tus fantasías, te doy trato como novio, solo en Caracas, me gusta el sexo… Por ahora, motivado a la pandemia, solo ofrezco servicio online, videollamadas, promoción en videos y fotos, escríbeme al whatsapp, no te arrepentirás”.
“Soy hembra madura piernona, morbosa. Por la cuarentena no estoy ofreciendo servicios personales, pero desde la comodidad de tu hogar podrás disfrutar de mis explosivos videos y mis fotos calientes. También hago videollamadas para que hablemos y la pasemos rico. No respondo teléfonos internacionales, bloqueo a los curiosos y fastidiosos. Acepto pago móvil. Escríbeme solo si vas a comprar, no perdamos el tiempo, soy una persona seria”.
Estos son solo dos de los anuncios que se pueden encontrar en la página de prostitución Skokka, que atendiendo a las restricciones que ha traído la COVID-19, tiene como cabeza el siguiente anuncio: “#QuedateEnCasa. Volveremos a vernos sin riesgos. Busca en los anuncios los videochat y verás que #QuetodovaAsalirBien”.
Enviamos un mensaje a Verónica, para conocer su oferta.
“Hola mi amor, por 10$ te puedo mandar 10 videos y una sección de fotografías. También tengo servicio de video llamadas, servicio seguro. Puedes guardar mi número y después que pase la emergencia por la pandemia, nos podemos conocer en persona, no lo pienses, vamos a disfrutar, el presupuesto lo paso con 24 horas de anticipación”.
Esta es una de las formas por las cuales las damas de compañía que ofrecían sus servicios, por diferentes sitios web, han intentado mantenerse activas. Pero tienen en su contra la gran cantidad de páginas para adultos que se ofrecen de forma gratuita en el ciberespacio.
El ejemplo de Madrid
La ONG Médicos del Mundo, con una sede en Venezuela, comenzó a realizar algunos estudios sobre la situación de las trabajadoras sexuales en varias ciudades, entre ellas Madrid, en donde han entrevistado a varias prostitutas y han conocido de su precaria situación.
“Muchas de estas trabajadoras están confinadas en los clubes y pisos cerrados y son los encargados de los lugares los que les suministran de momento alimento y otras necesidades, pero las mujeres tienen miedo a que la situación se alargue y no puedan hacer frente a los gastos de alquiler de las habitaciones. A la vez temen que los propietarios no las dejen seguir estando refugiadas en estos lugares y las expulsen a la calle. Por ello, demandan un alojamiento, comida y productos de aseo e higiene, así como material de prevención ante la COVID-19, ya que seguir las normas de confinamiento en esas circunstancias se hace especialmente complicado”, señala el informe publicado en su sitio web.
Ante la situación de emergencia, la ONG Médicos del Mundo solicita medidas de apoyo para las trabajadoras sexuales. En la ciudad de Madrid, las afectadas demandan alojamiento, comida y productos de aseo e higiene, así como material de prevención ante el virus. Y Médicos del Mundo solicitó que a estas personas se les considere como “población vulnerable”.
¿Será posible que aquí puedan hacer algo similar? Es casi impensable que eso ocurra. Así que les tocará, como todos los días, seguir exponiéndose en las calles.