Inteligencia artificial: el mito de las máquinas autoconscientes
Garry Kasparov era un joven entusiasta y soberbio que no podía imaginar que enfrentándose a una máquina podía salir derrotado. Pusieron frente al tablero del ajedrecista ruso, en febrero de 1996, un ordenador IBM que prometía una tecnología nunca vista; aquella supercomputadora se permitía analizar hasta 100 millones de movimientos por segundo y había recibido el nombre de Deep Blue. Cuentan los cronistas que Kasparov se llevaba las manos a la cabeza, que su gesto altivo inicial se fue transformando en un gesto preocupado y que finalmente ganó la partida por un margen muy estrecho.
Garry Kasparov era un joven entusiasta y soberbio que no podía imaginar que enfrentándose a una máquina podía salir derrotado. Pusieron frente al tablero del ajedrecista ruso, en febrero de 1996, un ordenador IBM que prometía una tecnología nunca vista; aquella supercomputadora se permitía analizar hasta 100 millones de movimientos por segundo y había recibido el nombre de Deep Blue. Cuentan los cronistas que Kasparov se llevaba las manos a la cabeza, que su gesto altivo inicial se fue transformando en un gesto preocupado y que finalmente ganó la partida por un margen muy estrecho.
Los informáticos de la compañía estadounidense decidieron desafiarlo una vez más en junio de 1997 advirtiéndole de que el oponente, en esta ocasión, sería más poderoso; habían fabricado una versión más sofisticada, más inteligente, que doblaba la capacidad de su versión anterior. A este ordenador lo llamaron Deeper Blue y acabó venciendo al campeón ruso, instalando la tristeza en su oponente y la duda en los expertos del ajedrez, que no podían imaginar que un escenario como aquél fuera posible. ¿Y si una máquina se había convertido en el mejor ajedrecista del mundo?
Esta historia refleja esa competencia casi literaria que existe entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial a través uno de los casos más sonados en los que el cerebro humano se ha visto derrotado por el procesador de una computadora. Han pasado 20 años desde entonces y la inquietud ha ido en aumento; la tecnología no ha dejado de avanzar, de agregar mejoras, y cada vez está más presente en nuestros trabajos y hogares. Una gran parte de esta tecnología funciona, sin nosotros saberlo, gracias a mecanismos de inteligencia artificial.
Cuando un GPS nos sugiere una ruta o un restaurante, estamos interactuando con inteligencia artificial. Cuando una página web nos ofrece una noticia, cuando nos enfrentamos al usuario automático en un videojuego, estamos beneficiándonos de ella. “Desde el momento en que una máquina tiene unos sensores o una cámara, algo que recibe información y que puede procesarla y tomar una decisión simulando o haciéndolo muy parecido a como lo hace una persona, se conoce como inteligencia artificial”, explica Sergio Escalera, profesor del máster de Inteligencia Artificial de la Universidad de Barcelona.
«Estamos progresando en simular la conciencia, pero lejos de conseguir que una máquina sea consciente de sí misma»
Existe una sensación alimentada por las ficciones de que la inteligencia artificial es un elemento distante, a veces peligroso, que avanza un futuro distópico donde los hombres se someten a las máquinas. Esta hipótesis, claro está, es un gran nutriente de novelas y películas, pero la actualidad desvela una realidad bien distinta, como asegura Escalera: “Estamos muy lejos de que las propias máquinas tomen decisiones para hacer cosas diferentes para las cuales han sido programadas”.
Y eso pese a que los investigadores y desarrolladores se esfuerzan para que una máquina se asemeje cada vez más a los humanos: en los movimientos que hacen, en las acciones que ejecutan, en la forma que tienen de tomar decisiones. Sin embargo, como recuerda el profesor, nos encontramos a años luz de conseguir que un ordenador tenga emociones, sea capaz de sentir y de sentirse, de cobrar una conciencia sobre su propio existencia, y este es un factor clave. “Todo está avanzando, pero la conciencia es un mito”, dice Escalera. “Estamos igual que hace 50 años. Estamos progresando mucho en simular la conciencia, pero muy lejos de conseguir que una máquina sea consciente de sí misma”.
«Cuando una máquina lee novelas, puede aprender de la semántica y generar conocimientos»
Con todo, la incapacidad de las máquinas para empatizar y emocionarse, como se encarga de recordar el experto, no guarda relación con una inutilidad para crear belleza o provocar emociones. Una de las funciones más interesantes de la inteligencia artificial es que dota a sus ordenadores de la capacidad de aprender; a partir de determinadas técnicas, las máquinas aprenden de sus propios errores, son capaces de rectificar y perfeccionar sus aptitudes. Pese a todo, los resultados son todavía pobres y nos encontramos en un estadio primigenio. En cualquier caso, esta circunstancia alimenta una pregunta: ¿Podría aprender una máquina los elementos esenciales de la belleza, pintar un cuadro, escribir un poema?
Escalera sostiene que sí, que un robot puede que no tenga conciencia de sí mismo, que no sea capaz de sentir emociones, pero sí de provocarlas; la falta de conciencia no equivale, pues, a una falta de creatividad. “Yo creo que esto es distinto”, continúa el profesor. “Una cosa son las emociones y la conciencia, que están muy ligadas a los humanos y los seres vivos, y otra la creatividad y la capacidad de decidir. Cuando una máquina lee muchas novelas, puede aprender de la semántica y generar nuevos conocimientos, y a eso se le puede llamar arte. De esto no estamos tan lejos. Pero eso lo habrá creado sin emociones y sin conciencia, de forma mecánica. Una máquina puede crear emocionar en los humanos”.
En último término, persiste la duda de si un ordenador puede superar en inteligencia a un ser humano. “Sin duda, la inteligencia artificial es más rápida”, dice Escalera. Sin embargo, esta parece todavía una comparación difícilmente sostenible; los parámetros a determinar no están claros y el cerebro sigue siendo un misterio insondable. Aunque esta circunstancia no impidió que Ray Kurzweilun, director del departamento de ingeniería de Google, situara en 2029 la fecha en que este adelantamiento se producirá.