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Los karanas: la élite perseguida de Madagascar

Los karanas son ciudadanos de Madagascar de origen indio y religión musulmana. Pero en su país no se fían de ellos; están considerados una élite de traidores.

Los karanas: la élite perseguida de Madagascar

Esta historia comienza en Guyarat, una región costera del suroeste de la India. De allí salieron, en el siglo XIX y prácticamente con lo puesto, decenas de miles de comerciantes en busca de un futuro mejor. ¿Dónde encontrarlo? No existió un rumbo fijo; algunos se marcharon al oriente africano –a Zanzíbar, Uganda y Kenia–, otros optaron por navegar hacia el Pacífico –terminaron en Malasia, Singapur y Birmania–, y también hubo quien, lleno de idealismo, apuntó a las principales ciudades de las Américas. Fue, en resumen, un éxodo de proporciones épicas hacia todas partes. Tan es así que ni siquiera uno de los lugares más desconocidos e ignorados del planeta escapó al fenómeno: los comerciantes de Guyarat también llegaron hasta las costas de Madagascar.

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Las primeras familias procedentes de la India desembarcaron en el puerto de Mahajanga, al norte del país, en torno al año 1880. Serían unos 200. Guiados por el espíritu emprendedor tan característico de su gente (un artículo de la revista The Economist publicado en 2005 aseguraba que los comerciantes de Guyarat se han convertido, con el tiempo, en una “impresionante red comercial global” similar a la lograda por la comunidad judía o la libanesa) enseguida comprendieron dónde estaba el negocio: la trata de negros. Así, en los años sucesivos los recién llegados establecieron rutas comerciales entre Mahajanga y la costa oriental africana para abastecer de esclavos a la sociedad malgache. No tardaron en alcanzar un estatus de proveedores de bienes necesarios. Ese estatus fue el que les permitió florecer pese a las convulsiones políticas derivadas de la conquista francesa a finales del XIX. Dicho florecimiento queda reflejado en los datos del censo; los comerciantes indios habían pasado de ser 200 en 1880 a ser 4.500 en 1911.

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Puerto de Mahajanga. | Foto vía Wikipedia.

Los indios procedentes de Guyarat continuaron prosperando en Madagascar durante las primeras décadas del siglo XX. Bajo el dominio francés decidieron dejar atrás la trata de esclavos y explorar el sector agrícola. No tardaron en erigirse como los principales intermediarios entre el mundo rural y la ciudad, comerciando con materias primas, prestando –con intereses bastante elevados– dinero a los campesinos y especulando con todo tipo de productos. Esta nueva imagen de especuladores, de gente que se aprovechaba de las necesidades del campesinado para enriquecerse por la vía de la usura, fue alimentando, poco a poco, el rencor de una sociedad malgache cada vez más nacionalista (no es casualidad que en 1947 tuviese lugar una revuelta contra las autoridades francesas, revuelta que desembocó, década y media después, en la independencia del país).

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Comerciantes guyaratis en el occidente de India (aproximadamente 1855-1862). | Imagen vía Wikipedia.

La marcha de los franceses trajo consigo el temor a que la sociedad malgache estallara por culpa de estas tensiones. Pero, como bien señala el diplomático británico Mervyn Brown en A History of Madagascar, la sangre no llegó al río. “Existía resentimiento hacia los comerciantes indios, sobre todo debido a su éxito en los negocios, pero no era una comunidad lo suficientemente numerosa como para que se diese un problema racial serio”. Eso sí: las nuevas autoridades malgaches impusieron restricciones severas a la hora de admitir futuros inmigrantes procedentes de la India y poco después, en la década de los 70, implantaron reformas en el mundo rural que tenían como objetivo desplazar a los comerciantes originarios de Guyarat con la creación de empresas estatales que hiciesen su labor; comprar los productos del campo y ofrecer créditos a los campesinos. Sucede que estas empresas resultaron ser un auténtico desastre. “Los indios pagaban precios muy bajos a los campesinos y cobraban intereses muy altos, pero por lo menos hacían que la cosa funcionase”, explica Brown.

La sangré llegó finalmente al río en 1987. Fue a principios de año, tras meses de hambruna. Hordas de malgaches se lanzaron a las calles de las principales ciudades del país decididos a ‘cazar’ ciudadanos de origen indio. Hubo casas incendiadas, palizas y varios muertos. En Antananarivo, la capital, muchos decidieron refugiarse en el consulado francés mientras que en los puertos del norte la solución fue echarse al mar y poner rumbo a la vecina isla de Reunión.

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Imagen vía Mervyn Brown.

Aunque las aguas volvieron a su cauce poco después, el episodio hizo que esta comunidad de comerciantes de origen indio a quienes los malgaches llaman karana –una palabra que procede de “Corán”, ya que la mayoría de ellos son indios de religión musulmana– desarrollase un trauma colectivo. Es cierto que muchos no abandonaron Madagascar después de lo ocurrido. Al contrario; siguieron haciendo lo que mejor saben, que no es otra cosa que detectar dónde hay un buen negocio, dónde están las fuentes de riqueza, y meterse de lleno. De hecho, se calcula que en la actualidad los karanas controlan más del 50% de la economía nacional. Pero no olvidan lo que sucedió. Es más: piensan que todavía siguen en peligro. Y algo de razón tienen.

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Una mañana de hace seis años Andre, un karana cincuentón, salió de su casa en Antananarivo con la intención de realizar una serie de recados. En cuanto puso un pie en la calle cuatro hombres encapuchados y armados con rifles de asalto le obligaron a subir a un coche. El secuestro duró siete días; los pasó en una habitación amordazado y con una venda en los ojos. En una entrevista concedida posteriormente a Agence France-Presse, Andre explicó que lo primero que hicieron sus asaltantes al llegar a esa habitación fue pegarle una paliza. Luego llamaron a su familia y negociaron un rescate. Cuando los secuestradores consiguieron el dinero apalabrado, le soltaron.

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La policía verifica una identidad en Antananarivo en 2009. | Foto: Jerome Delay vía Jeune Afrique.

Andre –que no quiso revelar al periodista francés cuánto había pagado su familia por volver a verle con vida– no es un caso aislado. En la última década más de un centenar de karanas han sido secuestrados por bandas armadas, siendo el 2017 el peor año con 14 abducciones. Que se sepa, todos fueron devueltos con vida después de que se abonase el consiguiente rescate.

Se podría argumentar que esta ola de secuestros no tiene tanto que ver con la animadversión hacia los karanas como con la creencia popular de que los karanas nadan en la abundancia. Sin embargo, estas abducciones no han afectado a la élite malgache y tampoco se sabe de ningún turista occidental que haya sufrido un episodio similar. De hecho, pese a estar considerado uno de los lugares más pobres de África, Madagascar no figura en ninguna lista de países especialmente peligrosos. Conviene no regalarse caminatas nocturnas en las ciudades ni marcarse una road trip por el sur de la isla debido a las partidas de bandidos que frecuentan aquella zona, pero en estos casos las incidencias suelen ser circunstanciales y no planeadas.

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“La cuestión del dinero importa, claro que importa, pero no es ni mucho menos el único factor a tener en cuenta”, explica un periodista extranjero que lleva años cubriendo la actualidad de Madagascar para distintos medios de comunicación. “A los karanas no sólo se les tiene envidia; son odiados porque se les percibe como una élite foránea que en su día se afincó aquí para esquilmar el país y en eso siguen”. “Además –prosigue este periodista– la etiqueta de ‘traidores’ también viene dada por su religión”. En efecto; Madagascar es un país eminentemente católico y a los pocos miles de musulmanes que hay se les suele mirar con desconfianza.

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Aunque hayan vivido en Madagascar por muchas generaciones, los karanas sin nacionalidad dependen de un permiso de residencia para permanecer legalmente en Madagascar. Este es Omar Houssen, parte de la comunidad karana de Madagascar sin nacionalidad. | Foto Roger Arnold vía ACNUR.

“Sí, probablemente el factor religioso también sea importante a la hora de entender este fenómeno”, asegura, por su parte, Julian Cooke, miembro de la Sociedad Anglo-Malgache, una institución británica dedicada a fomentar el acercamiento entre el Reino Unido y Madagascar. Cooke confirma que en el país los karanas despiertan bastante antipatía y que muchos sectores de la población consideran que “atraen sus propias desgracias”. Es decir: que los secuestros se los han ganado a pulso. Eso explicaría que hasta la fecha la ola de abducciones no haya generado ningún rechazo social en la isla.

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Vista de Antananarivo. | Foto: Olivier Lejade vía Flickr bajo Licencia Creative Commons.

Cuando pregunto al periodista extranjero por qué no quiere hablar on the record contesta que teme perder parte de su agenda si lo hace. “Los karanas son muy herméticos, extremadamente desconfiados y rara vez hablan de sus problemas fuera de sus propios círculos; al mismo tiempo son fuentes muy valiosas y si leen esto y ven mi nombre es posible que muchos dejen de cogerme el teléfono”. Mi incredulidad me delata. Si algo brilla por su ausencia en las declaraciones que está haciendo es la polémica. “Puedes hacer la prueba y contactar con cualquier periodista local”, comenta al detectar mi escepticismo. “Te garantizo que ninguno hablará contigo on the record de este tema”.

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¿Son realmente los karanas una poderosa élite que mueve desde las sombras los hilos económicos del país? ¿O acaso esta narrativa forma parte del discurso xenófobo que la sociedad malgache esgrime para justificar la hostilidad que siente hacia esta comunidad de comerciantes de origen indio?

Según la revista Forbes, entre las grandes fortunas del país destacan las de Ylias Akbaraly, Hassanein Hiridjee e Iqbal Rahim. Tres karanas. Asimismo, una investigación publicada en el diario francés Le Monde el pasado otoño desvela que algunos de los empresarios locales que aparecen en los Papeles de Panamá son karanas.

Ahora bien: ¿son todos los karanas parte de una élite financiera?

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Omar Hussein y su esposa Fatimabay Jacob, de Mahajanga, Madagascar. Además de los Karana, hay un número desconocido de personas pertenecientes a otros grupos minoritarios en Madagascar que continúan siendo apátridas. | Foto Roger Arnold vía ACNUR.

“Eso es lo complicado del asunto”, explica el periodista extranjero que prefiere no dar su nombre. “Aunque algunos manejan mucho dinero hay otros que viven en una situación bastante precaria y que por no tener no tienen ni pasaporte; sucede que muchos malgaches no saben ver esta diferencia y las iras se reparten entre todos”. Esto lo explica mejor un karana cuyo hijo fue secuestrado de una forma parecida a la de Andre. “Los secuestradores estaban muy mal informados sobre el dinero que tengo”, declaró esta persona, también bajo condición de anonimato, a Agence France-Presse. “Al principio me pidieron un rescate equivalente a mi sueldo de 500 años”.

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Las autoridades malgaches estuvieron mucho tiempo sin hacer nada al respecto. Finalmente, presionado por los karanas más influyentes, el Gobierno decidió emitir un video en redes sociales en el que tildaba los secuestros de “inaceptables”. No contentos con eso, la élite karana apretó las tuercas. Así que desde el año pasado el cuerpo de policía de Madagascar cuenta con una unidad especial destinada a enfrentarse a las bandas de secuestradores. Sólo queda ver si se tomarán su misión en serio.

 


 

Foto de portada: Roger Arnold vía ACNUR.

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