Neurociencia y terrorismo: un grupo de extremistas nos deja analizar sus cerebros en Barcelona
El proceso de radicalización es un proceso complejo que no puede circunscribirse al cerebro, al comportamiento o al entorno. Se produce en la intersección de todos estos elementos
El joven que estaba sentado en la sala de espera de nuestra unidad de neuroimagen llevaba vaqueros ceñidos y zapatillas y parecía el típico veinteañero español de origen marroquí. Yassine* estaba animado y hablaba de buen rollo con los ayudantes de investigación. Era como muchos otros jóvenes de Barcelona, salvo que él manifestaba abiertamente su voluntad de cometer actos de violencia por la causa yihadista.
Mientras le realizábamos una serie de pruebas y cuestionarios, apenas pudimos conseguir que se mantuviese sentado, y no dejaba de proclamar su disposición a viajar a Siria para suicidarse. “Iría mañana mismo, lo haría mañana”, decía.
Cuando le preguntamos sobre la veracidad de su afirmación, contestó sonriendo y con un guiño: “Solo si vamos juntos. Ustedes pagan los billetes”. Con una actitud más de provocador extremista que de combatiente en ciernes, disfrutó insultándonos impunemente, y al irse nos hizo una peineta. Sin embargo, Yassine nos permitió hacerle un escáner cerebral para el primer estudio de neuroimagen cerebral enfocado en la radicalización.
Imagine que es un joven musulmán que camina por Barcelona y que un desconocido le aborda para preguntarle si puede hacerle una encuesta sobre valores religiosos, políticos y culturales. Podría sonar bien si no fuera por algún que otro detalle: nos encontramos en el apogeo del dominio del Estado Islámico en Siria e Irak y la encuesta incluye preguntas sobre la creación de un califato mundial, el cumplimiento de la estricta ley islámica y la participación en la yihad.
Después le explican que el motivo de la encuesta es encontrar a personas adecuadas para realizarles un escáner cerebral. Esas pocas personas serían las más radicalizadas que pudiésemos encontrar, un dato que solo se revelaría a los participantes en un informe posterior al experimento. Para nuestra sorpresa, el escaneo cerebral fue lo que más interés despertó entre los interpelados.
Las respuestas fueron muy variadas. Desde la preocupación (“¿Cree que tengo algún problema en el cerebro?”) hasta el orgullo (“Mi cerebro es diferente, sin duda”). Incluso los partidarios más acérrimos del yihadismo sacaron su lado más nerd y empezaron a hacernos preguntas sobre cómo funciona el cerebro, qué hemos descubierto en otros estudios y cuáles podrían ser las implicaciones de esta investigación. Algunos incluso nos pedían consejo médico (tuvimos que explicar que no éramos ese tipo de doctores). Una vez satisfechos con la relevancia científica del trabajo, la mayoría accedió a participar.
Como Ahmed, un inmigrante pakistaní de 31 años y firme partidario de Al Qaeda, que nos dijo: “Los cerebros de la gente como nosotros son muy diferentes. No pueden compararnos con los demás. Pero adelante, inténtenlo. Lo que hacen es interesante”.
Pero antes de acceder a participar, Ahmed tenía una condición muy importante que se debía cumplir. Se inclinó, acercándose, como si pudiera haber alguien escuchando, y susurró: “¿Pueden darme una foto de mi cerebro? Es solo para demostrarle a mi madre que lo tengo”. El humor tampoco faltó.
Llevamos a cabo dos estudios cerebrales en Barcelona entre 2014 y 2017. España se encuentra entre los principales países de Europa en ataques terroristas, fallidos y consumados, y el área metropolitana de Barcelona es el principal punto de captación del país. De hecho, durante nuestro trabajo de campo ocurrieron los ataques perpetrados por el Estado Islámico en Barcelona y Cambrils en agosto de 2017, en los que asesinaron a 16 civiles e hirieron a otros 152.
Dado que nuestro objetivo era estudiar qué hace aumentar o disminuir la disposición a cometer actos violentos por motivos culturales y religiosos, necesitábamos una muestra de personas con el mismo origen cultural y lingüístico. Por tanto, para participar en nuestros estudios seleccionamos a hombres musulmanes sunitas de origen marroquí y pakistaní (los dos grupos de sunitas más numerosos de la provincia de Barcelona).
A pesar de que muchos años de investigación dicen lo contrario, en la opinión pública siguen dominando dos prejuicios sobre el extremismo violento:
Por un lado, están los que pretenden reducir la radicalización a una patología individual. Desde este punto de vista, las personas que se convierten en terroristas tienen todas una enfermedad mental, un coeficiente intelectual bajo o un trastorno de personalidad.
En el otro lado se encuentran los que ignoran totalmente al individuo y justifican su conversión al terrorismo por factores puramente del entorno, ya sea la pobreza, la marginación o el “lavado de cerebros” de la propaganda en internet.
Por tanto, la radicalización suele entenderse como algo causado o bien por características individuales o bien por factores puramente sociales. Por supuesto, ninguna de estas dos causas es única. Por eso estamos intentando averiguar en detalle la interrelación entre esos factores.
Valores sagrados
Formamos parte de un equipo internacional de investigación, Artis International, que ha estado estudiando lo que se denomina “valores sagrados” y su papel en los conflictos violentos en todo el mundo.
Los valores sagrados son valores morales considerados innegociables e inviolables. Quienes los poseen no los cambiarían por incentivos de carácter material. A pesar de la etiqueta de “sagrado”, estos valores no tienen por qué ser religiosos.
Por ejemplo, es probable que la mayoría de nuestros lectores considere la libertad individual como un derecho fundamental. Si le prometieran un nivel alto de prosperidad económica y riqueza, pero para conseguirlo debería esclavizar a una pequeña parte de la población mundial, ¿estaría usted de acuerdo? Si la respuesta es un contundente no, la lucha contra la esclavitud es uno de sus valores sagrados.
Hemos estudiado los valores sagrados en una serie de conflictos, unos enmarcados en estados-nación, como Israel y Palestina, India y Pakistán e Irán y Estados Unidos, y otros radicados en entes subestatales, como las milicias kurdas y el Estado Islámico / Al Qaeda. También hemos investigado conflictos no violentos, como el movimiento independentista catalán. Los valores sagrados que desatan estos conflictos son precisamente los que se perciben como amenazados (o los que realmente están bajo amenaza).
Desde el derecho de Israel a existir hasta la soberanía de Palestina, o del futuro de Cachemira al renacimiento del califato… Cuando las personas sienten amenazados sus valores sagrados se arman para luchar por ellos. Esto puede ocurrir tanto por valores asentados en la tradición como por nuevos valores que las personas adoptan como parte de su proceso de radicalización. Estas amenazas pueden ser tan abstractas como la aniquilación cultural. Como nos dijo un imán en Barcelona que estuvo implicado en un ataque terrorista frustrado en 2008:
Digan lo que quieran sobre Al Qaeda, los talibanes u otros. Si nuestra cultura sobrevive a la modernidad será precisamente por estos grupos.
En el caso de la radicalización, la adopción de valores extremos es bastante preocupante. Pero a medida que estos valores son percibidos como sagrados, aumenta la tendencia a la violencia y disminuye la posibilidad de desradicalización.
Exclusión social
Para los escáneres cerebrales utilizamos una técnica llamada imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), que registra e identifica las áreas del cerebro que están activas durante tareas específicas. Nuestro primer estudio de IRMf analizó qué hace que los valores no sagrados se transformen en sagrados.
Después de realizar 535 encuestas a jóvenes de origen marroquí en Barcelona, conseguimos 38 participantes que afirmaron abiertamente que participarían en actos violentos en defensa de la causa yihadista. A estos jóvenes se les pidió que jugasen a “Cyberball”, un videojuego en el que ellos y otros tres jugadores españoles se pasarían un balón virtual. Los jugadores españoles eran virtuales, pero los participantes no lo sabrían hasta el final.
La mitad de esos participantes fueron “excluidos”, ya que los jugadores españoles dejaron de pasar el balón a los jugadores marroquíes y solo jugaron entre ellos. La otra mitad siguió recibiendo el balón. Después, les realizamos un escáner cerebral, tanto a los participantes “excluidos” como a los incluidos, para medir su disposición a luchar y morir tanto por sus valores sagrados (por ejemplo, prohibir caricaturas del Profeta o los matrimonios homosexuales) como por otros valores importantes pero no sagrados (el uso de nicab para las mujeres o la enseñanza islámica en las escuelas), unos valores que habíamos determinado en las encuestas previas.
Como era de esperar, los participantes mostraron una mayor disposición a luchar y morir por los valores sagrados que por los no sagrados.
Desde un punto de vista neurológico, los valores sagrados activaron el giro frontal inferior izquierdo, una zona asociada con el procesamiento de normas, y ya relacionada anteriormente con los valores sagrados en estudiantes universitarios estadounidenses. Sin embargo, en el caso de los que habían resultado excluidos aumentó la disposición a luchar y morir por valores no sagrados, y el giro frontal inferior izquierdo se activó incluso durante el procesamiento de los valores no sagrados.
En otras palabras, la exclusión social hizo que los valores no sagrados resultaran más similares a los valores sagrados. Este es un cambio alarmante, ya que sugiere que la exclusión social contribuye a que las actitudes sean menos transigentes y aumente la tendencia a la violencia. A medida que los valores se van sacralizando, el panorama resulta más desalentador: ninguna investigación ha sido capaz de demostrar cómo desacralizarlos.
Alta radicalización
Aunque no podamos desacralizar un valor, tal vez podamos rescatar a una persona altamente radicalizada del círculo de la violencia. Esto es lo que analizó nuestro segundo estudio de neuroimagen.
Después de hacer encuestas a 146 hombres pakistaníes de una pequeña y compacta comunidad de Barcelona, conseguimos a 30 participantes que apoyaban explícitamente a los socios de Al Qaeda, Lashkar-e-Toiba, respaldaban la violencia contra Occidente, respaldaban la yihad armada y afirmaban que estarían dispuestos a cometer actos de violencia en nombre de la yihad armada. Estos participantes estaban más radicalizados que los del estudio anterior.
En la primera parte del estudio se les realizó un escáner cerebral mientras evaluaban su disposición a luchar y morir por sus valores sagrados y no sagrados. Estos participantes mostraron un patrón diferente de actividad neuronal con respecto a los marroquíes del primer estudio, que tenían los mismos patrones que los estudiantes universitarios de Estados Unidos.
A medida que los hombres pakistaníes altamente radicalizados iban evaluando sus valores sagrados, se produjo una desactivación en una red que incluye la corteza dorsolateral prefrontal (DL-PFC), una zona del cerebro que se asocia con el razonamiento deliberativo y la integración de cálculos de coste-beneficio. Cuando calificaron como alta la disposición para luchar y morir por sus valores, descubrimos un aumento de la activación en la corteza prefrontal ventromedial (VM-PFC), una zona del cerebro que se asocia con la valoración subjetiva (¿cuánto valor tiene esto para mí?). En el día a día, estas dos zonas del cerebro trabajan de forma conjunta en la toma de decisiones.
En un análisis de seguimiento se descubrió que esas dos regiones del cerebro estaban muy conectadas cuando los participantes calificaban como baja su disposición para luchar y morir; es decir, el valor subjetivo estaba limitado por los mecanismos de control de costes y beneficios. Pero cuando calificaban como alta la disposición para luchar y morir, descubrimos que esas dos regiones estaban más desconectadas. Esto sugiere que, cuando alguien está listo para matar o morir en defensa de una idea, ya no utiliza los mecanismos de control que suelen participar en el razonamiento deliberativo.
Básicamente, descontectan esta parte del cerebro. Sin embargo, su disposición para luchar y morir disminuye a medida que las regiones de valoración deliberativa y subjetiva se vuelven a conectar. Entonces, ¿qué mecanismos llevan a las personas a reducir su disposición para luchar y morir por una causa?
La influencia de los compañeros
En la segunda parte del estudio, mientras aún estaban en el escáner, a los participantes se les volvió a mostrar cada valor con su propia calificación original, pero esta vez podían presionar un botón para ver la disposición media para luchar y morir de sus compañeros. Lo que no se les dijo fue que esas medias eran un invento y que estaban programadas para mostrar calificaciones más bajas, iguales o más altas, un número igual de veces para servir como manipulación experimental.
Cuando salieron del escáner, volvieron a evaluar su disposición a luchar y morir por cada valor. En las entrevistas y encuestas posteriores al escaneo, los participantes declararon que les sorprendía e incluso les indignaba saber que sus compañeros no estaban tan dispuestos a cometer actos de violencia como ellos.
A pesar de esto, descubrimos que las personas redujeron su disposición a luchar y morir tanto por valores sagrados como por valores no sagrados para amoldarse a las respuestas de sus compañeros. Este cambio tuvo su correlación con una mayor activación de la corteza dorsolateral prefrontal en el cerebro. Sus vías deliberativas se estaban reabriendo.
Los radicales “normales”
Entonces, ¿qué significa todo esto con respecto a las diferentes explicaciones que se suelen dar sobre la radicalización?
Veamos el argumento de que todo se reduce a características individuales. Bien: todos los participantes de nuestro estudio realizaron una serie de pruebas, desde mediciones de su coeficiente intelectual hasta evaluaciones de enfermedades mentales o escalas para evaluar la personalidad. Todos fueron considerados “normales”.
También descubrimos que la idea de que la radicalización deriva únicamente de las condiciones sociales y del entorno tiene ciertas limitaciones. Nuestros estudios no encontraron ninguna relación entre factores económicos, como la pobreza, y el apoyo a ideas o grupos extremistas.
La fotografía que comienza a surgir a partir de nuestra investigación es mucho más compleja, y conlleva varias implicaciones políticas.
Nuestro primer estudio sugiere que la exclusión social puede contribuir a la radicalización de los valores y al incremento de la predisposición a cometer actos de violencia. Esto es coherente con otras investigaciones sobre exclusión social, como los resultados de encuestas que mostraban que cuando los musulmanes estadounidenses marginalizados se enfrentaban a la discriminación, aumentaba su apoyo a grupos radicales.
Pero la exclusión social no solo significa sufrir discriminación. La exclusión social es un fenómeno mucho más amplio y complejo: es la sensación que tiene una persona de no formar parte de su propia sociedad.
Los grupos terroristas reclutan a nuevos miembros por todo el mundo mediante la capitalización de esa sensación. Investigaciones previas realizadas en Siria, Somalia y Nigeria han demostrado que la exclusión religiosa, étnica o política está entre las razones que llevan a personas y familias a unirse a organizaciones terroristas.
El sentimiento de no tener voz no provoca la radicalización por sí solo, sino que genera brechas sociales que los grupos extremistas pueden explotar afirmando que luchan en nombre de esos grupos desfavorecidos.
El sentimiento de exclusión social de los árabes suníes tras la invasión de Irak fue un factor importante para sentar las bases de las victorias territoriales del Estado Islámico. Nuestra investigación sobre el terreno en Mosul tras la salida del Estado Islámico, así como las investigaciones preliminares en la ciudad de Al Raqa después de vencer al Estado Islámico, sugieren que existían sentimientos de exclusión social arraigados entre las personas más susceptibles de ser reclutadas por el Estado Islámico. Esto ayudará a sentar las bases para la reaparición de una organización similar.
Los países occidentales cuentan con comunidades marginadas que son objeto de reclutamiento por parte de grupos yihadistas y de extrema derecha. En estos países es donde se siente con más intensidad esa marginación, ya que se supone que los discursos de esas sociedades se basan en el acceso no discriminatorio a la movilidad e igualdad sociales.
Pero en realidad, las experiencias que viven las comunidades marginadas en Occidente hacen que vean estas afirmaciones como una hipocresía. Los grupos extremistas exacerban esa sensación con otros discursos que apartan a estas comunidades del resto de la sociedad, al tiempo que les ofrecen la posibilidad de unirse a una revolución contra aquellos que les excluyen. Como declaró un miembro británico del Estado Islámico en otro de nuestros proyectos de investigación en desarrollo: «Tenía la oportunidad de vender mercancías para un sistema corrupto o de formar parte de una revolución contra él».
Todo esto implica que las políticas nacionales e internacionales que facilitan la inclusión social podrían tener múltiples beneficios, incluido el de privar a los grupos extremistas violentos de uno de los asuntos que más aprovechan.
Contradiscurso
Nuestra investigación también señala los posibles problemas en las políticas de comunicación antiterrorista convencionales. Una herramienta que utilizan muchos gobiernos es la de lanzar mensajes alternativos y de contradiscurso, como la campaña francesa Stop-Djihadisme. Existen multitud de campañas de este tipo realizadas por organizaciones de la sociedad civil y financiadas discretamente por los gobiernos. La mayoría consiste en mensajes en internet para intentar desactivar los llamamientos de los grupos extremistas, dando lugar, en algunos casos, a cierta autorreflexión.
Nuestra investigación sugiere que si las zonas del cerebro asociadas al razonamiento deliberativo se desvinculan de los valores sagrados, es posible que los mensajes dirigidos a esos valores no funcionen según lo esperado. Además, los valores sagrados pueden variar de persona a persona. Esto supone una dificultad adicional para ese contradiscurso alternativo de masas en internet.
El éxito de la radicalización, incluso en internet, suele contener un elemento de interacción entre personas. Investigaciones recientes sobre combatientes extranjeros occidentales que fueron a Siria demostraron que el 90% fue reclutado a través de una interacción en persona o de una interacción social por internet. No existe ninguna prueba sólida que demuestre que los mensajes despersonalizados en internet desempeñen un papel determinante. La radicalización es un proceso profundamente social que asegura un sentido de pertenencia y un papel significativo en el cambio social.
El estímulo de convertirse en agente del cambio social no se debe negar, sino que se debe canalizar hacia fines positivos. Por tanto, en lugar de lanzar un contradiscurso simple, las políticas deben intentar contrarrestarlo a través del fomento de actividades que promuevan el sentido de pertenencia.
Esto es precisamente lo que estamos descubriendo en nuestra investigación actual en Bélgica sobre por qué algunas redes de jóvenes no se dejaron convencer por los reclutadores del Estado Islámico.
Una de las principales diferencias fue el nivel de implicación de los compañeros no radicalizados en sus comunidades. Participaban en actividades sociales benéficas como orientación para jóvenes, ayuda a personas sin hogar y a refugiados, o en activismo social.
Aunque algunos todavía sentían cierta frustración, también sentían que podían propiciar un cambio social. Cuanto mayor sea la sensación de poder cambiar el sistema actual, menor capacidad de atracción tendrán los movimientos antisistema violentos.
Sentirse involucrado
Nuestros experimentos evidencian que crear sociedades inclusivas que ofrezcan vías para lograr los objetivos y un sentido de pertenencia a todos sus ciudadanos debe ser una prioridad en la lucha contra la violencia de carácter político. La radicalización es un fenómeno social que debe combatirse socialmente con la ayuda de una gobernanza inclusiva, las familias, las amistades, y los medios de comunicación.
Por ejemplo, las políticas dirigidas a desvincular a los extremistas de las vías violentas deberían contar con la ayuda de sus amigos no radicalizados. Además, los mensajes dirigidos a los jóvenes más vulnerables han de incluir la idea de que sus compañeros consideran inaceptable la violencia política, lo que contribuiría a prevenir futuros brotes de extremismo violento.
Pudimos comprobar lo importante que es esta idea con el ejemplo de Fahad, un joven carismático con el que nos encontramos durante nuestro trabajo de campo. Cada dos semanas tenía un nuevo objetivo en la vida: convertirse en atleta, en científico, en artista, incluso en político. Pero sus padres, de carácter conservador, rechazaban sus ambiciones constantemente. Pronto comenzó a cerrarse en sí mismo; pasaba menos tiempo con los amigos y más tiempo vagando solo por las calles de Barcelona.
Un día entró en contacto con un antiguo conocido que se había radicalizado. En cuestión de semanas el comportamiento de aquel Fahad soñador cambió. Poco tiempo después, desapareció. Las cuentas de sus redes sociales y otras vías de comunicación se cerraron.
Pero la peor de las posibilidades no llegó a ocurrir. Sus padres se dieron cuenta de la transformación que había experimentado y le ofrecieron una alternativa: si trabajaba a tiempo parcial en el negocio de un familiar, podría dedicar el resto de su tiempo a perseguir sus sueños profesionales. En cuanto reapareció la posibilidad de tener una vida con un objetivo, el coqueteo con la ideología extremista desapareció. Tiempo después nos contó lo bien que le iba la vida y que finalmente sentía que pertenecía de verdad a este lugar.
El proceso de radicalización sigue siendo un sistema complejo que no se puede circunscribir al cerebro, al comportamiento o al entorno, sino que se da en la intersección de estos elementos. Las explicaciones simplistas, como llamarles “locos”, culpar a una creencia religiosa o a un grupo étnico o tratar a los grupos étnicos como los malos, no hacen más que eclipsar las soluciones prácticas y potenciar el reclutamiento por parte de los grupos terroristas. Una sociedad inclusiva que facilite que sus miembros puedan conseguir sus ambiciones vitales debe ser un objetivo de las políticas que pretendan contrarrestar el extremismo violento.
* Los nombres de los participantes se han modificado para proteger su anonimato. Nuestra investigación se somete a las revisiones de ética académica más estrictas, que establecen protocolos para proteger a investigadores, participantes y público en general, tal y como establece el Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos. Una de las razones que hacen que las personas radicalizadas accedan a hablar con nosotros es la garantía de su anonimato. De todas formas, si en algún momento percibimos que el público está en peligro, seguiremos los protocolos adecuados para garantizar su seguridad.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.