Thomas Quick, el ladrón de crímenes que se inculpó de 38 asesinatos
Su imagen y sus crímenes dieron la vuelta al mundo. Le comparaban con Hannibal Lecter, el sádico asesino en serie de la película ‘El silencio de los corderos’
Entre 1991 y 2002, Thomas Quick fue considerado el mayor asesino en serie de la historia de Suecia. Hace 18 años, con 41, confesó haber sido el autor de 38 asesinatos, muchos de ellos implicaban violaciones, descuartizamientos y canibalismo. Entre 1994 y 2001, Quick fue condenado por ocho de ellos, entre los que se encontraba la muerte de Therese Johannessen, una niña de nueve años que desapareció en 1988 en Drammen, Noruega, y que hasta entonces no había habido ni rastro de ella.
En 1998, Quick confesó ser el asesino de la pequeña. Aseguró que acabó con su vida rompiéndole el cráneo, posteriormente, confesó, la arrojó a un lago. Drenado el pantano, la policía no encontró ni rastro de ella, pero lo que sí halló cerca del lugar fue un pequeño fragmento de apenas 0,5 milímetros que según un experto era un trozo de hueso de un niño menor de 14 años. Suficiente para que Quick fuese culpado.
Bautizado por los medios de comunicación como el ‘Hannibal Lecter sueco’, su primer crimen lo cometió, según su confesión, cuando solo tenía 14 años. Su víctima, un joven de la misma edad, Thomas Blomgren, del que supuestamente abusó sexualmente y luego asesinó. De él compuso su nombre, Thomas; su apellido, Quick, es el apellido de soltera de su madre. Porque Thomas Quick no es Thomas Quick sino Sture Ragnar Bergwall, tampoco es el autor de los 38 asesinatos de los que se autoinculpó y el pequeño fragmento de apenas 0,5 milímetros al que las autoridades se agarraron como fuego ardiendo para culparlo del asesinato de Therese Johannessen –y la única prueba material que la policía llegó a encontrar en sus 38 asesinatos–, no era un trozo de humano sino un trozo de madera y plástico, y es que nunca se realizó un análisis antes de presentar las pruebas ante el tribunal. Thomas Quick o Sture Ragnar Bergwall nunca cometió ningún asesinato.
Problemas mentales
Sture Bergwall nació en Suecia el año 1950 y estuvo implicado en un caso de abuso sexual a los 19 años. Adicto a las drogas, ingresó en una prisión psiquiátrica a los 41 años condenado por un secuestro a mano armada llevado a cabo con el objeto de extraer dinero de un banco.
–Pero usted, ¿por qué mintió?
—Fue una manera de conseguir ansiolíticos legalmente, y de pertenecer a algo. Empezó como una pequeña mentira que creció hasta convertirse en una enorme mentira –confiesa Bergwall en una entrevista a El País en 2012 en la clínica psiquiatra donde se encontraba ingresado, en Estocolmo–.
La monstruosa espiral de mentiras y confesiones arrancaron en junio de 1992, cuando sólo quedaban unos meses para salir de la clínica. Al parecer, Bergwall quería evitar a toda costa volver a Falun, su pueblo.
«Yo vivía rodeado de criminales violentos en la clínica”, explica Bergwall a El País, recordando aquel episodio. “Tenía que contar algo realmente gordo para destacar, para que me prestaran atención”. Así que decidió recurrir al asesinato que mejor conocía, el misterio sin resolver más célebre en aquellos días: la desaparición del pequeño Johan Asplund, un niño de 11 años desaparecido en 1980. “Yo no podía imaginar las consecuencias de lo que dije en ese momento. No fue una decisión racional, fue como un juego semántico inocente”.
Quick quería seguir recibiendo terapia, además, en la prisión psiquiátrica le daban benzodiazepinas (medicamentos psicotrópicos que con frecuencia se prescriben a los drogadictos para ayudarles a calmarse). Y Quick era un adicto y quería drogas, así que empezó a mentir para ganarse la atención de los psiquiatras. Y de ese primer falso crimen a 37 más. Crímenes de los que se había documentado leyendo los periódicos de las bibliotecas públicas de Estocolmo, donde sí tenía permiso a asistir y así salir de prisión. Lector voraz, conocía los principales casos de asesinatos que habían sacudido a Suecia y que no habían sido resueltos. Quick nunca creyó que fuera a ser juzgado ni mucho menos condenado. Al fin y al cabo, era un enfermo mental.
Hannes Råstam y Jenny Küttim, los periodistas que desmontaron a Thomas Quick
Hannes Råstam era un periodista y documentalista sueco, condecorado con varios premios de investigación, y había cosas del caso de Thomas Quick que no le encajaban. Así que en 2008, se puso manos a la obra y después de haber examinando las 50.000 páginas de documentos de la investigación, las decenas de notas de terapias y las miles de páginas de los interrogatorios policiales llegó a la sorprendente conclusión de que no había ni una pizca de evidencia técnica para inculpar a Quick. No había rastros de ADN, ni armas homicidas, ni testigos oculares, nada aparte de sus confesiones, muchas de las cuales se habían dado cuando estaba bajo la influencia de drogas narcóticas.
De esta forma, ante los descubrimientos de Råstam y después de seis meses de investigación y varias visitas a Thomas Quick, el supuesto asesino admitió lo impensable: dijo que se había inventado toda la historia.
En una entrevista para BBC Mundo, Jenny Küttim, colaboradora de Råstam –quien falleció en 2012 debido a un cáncer de páncreas–, cuenta: «Había una parte de la sociedad que estaba encantada con que él fuera el culpable de esas muertes, pero también había gente que no creía que hubiera cometido los crímenes que se atribuía. Así que estudiamos todo el material que había sobre él para tratar de entender qué había ocurrido realmente y por qué había gente que estaba absolutamente convencida de su culpabilidad. Y así empezó todo», recuerda.
¿Cómo es posible que se cometieran tantos errores por parte de los terapeutas y de la policía?
«Los psicoterapeutas estaban convencidos de que sus confesiones eran creíbles, que realmente las cosas podían haber ocurrido como Thomas Quick decía que habían sucedido. Así que convencieron a la policía que investigaba el caso para que creyera en sus memorias reprimidas», confiesa Jenny Küttim, que asegura que si alguien «aireaba» algún tipo de objeción era expulsado del grupo. De esta forma, recuerda como hubo agentes que se cuestionaron cómo era posible que Quick hubiera empleado 13 formas de asesinar diferentes, algo insólito en un asesino en serie, y fueron apartados de la investigación.
Estaban convencidos de que era un asesino en serie, lo tenían decidido, y no querían que nada se lo estropease. A esto hay que añadir, según cuenta Küttim a BBC Mundo, la «dejadez» de los medios de comunicación, «no hicieron su trabajo»: «Confiaron en que la investigación policial había sido correcta». Esto es, estaban encantados de que hubiera un asesino en serie.