Cómo evitar ahogarnos en el mar de 'infodemia' que rodea al coronavirus
Aunque algunos de los datos proporcionados son fidedignos, la mayor parte no lo son y, en ocasiones, resulta complicado discernir qué es cierto y qué no
El novedoso coronavirus[contexto id=»460724″] que ha acabado con la vida, hasta el momento, de más de 1.100 personas, recibe ahora el nombre de COVID-19. La Organización Mundial de la Salud (OMS) pretendía que la nueva nomenclatura se desmarcase de cualquier lugar, animal o colectivo, a la par que buscaba un término fácilmente pronunciable y que guardase relación con la enfermedad.
“Al proporcionarle un nombre, evitamos el uso de otras denominaciones que puedan ser inexactas o estigmatizadoras”, afirmó el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. La organización está luchando contra la desinformación desde que surgió este coronavirus, sobre el cual algunos expertos alertan de que los rumores en torno a él se están propagando a una velocidad mayor que la propia enfermedad.
La OMS describe la sobreabundancia de información acerca del coronavirus como una “infodemia”. Aunque algunos de los datos proporcionados son fidedignos, la mayor parte no lo son y, en ocasiones, resulta complicado discernir qué es cierto y qué no.
¿Cuál es el problema?
La desinformación puede dar lugar a una situación innecesaria de pánico generalizado. Durante el brote de Ébola ocurrido en 2014, los rumores sobre la enfermedad llevaron a que mucha gente, presa del miedo, adquiriera kits de protección contra el Ébola por internet, compuestos por trajes NBQ y máscaras, productos ambos que en ningún caso eran necesarios para evitar la infección.
Como hemos podido comprobar con el coronavirus, la desinformación puede generar la estigmatización y la culpabilización de los grupos infectados y afectados. Desde que se conoció el brote, ciudadanos de origen chino, que no tienen relación ni han sido expuestos al virus, aseguran haber sufrido acoso e insultos racistas tanto en las redes como por las calles.
De igual forma, la desinformación puede erosionar la voluntad de la población para seguir los consejos sobre salud de las autoridades competentes. En los casos más extremos, la gente no reconoce la existencia de la enfermedad, por lo que obvia la adopción de medidas recomendadas para evitar el contagio.
En otros casos, la gente puede rechazar la búsqueda de ayuda debido a miedos, ideas mal entendidas o a una falta total de confianza en las autoridades. Asimismo, es probable que muestren cansancio o apatía frente a la cantidad de información a la que se exponen cada día.
Formas de transmisión
Internet puede erigirse en un aliado en la lucha contra las enfermedades infecciosas gracias a la distribución inmediata y accesible de información precisa sobre cómo se transmite la enfermedad y cómo protegerse tanto personalmente como a las personas que nos rodean.
Sin embargo, la información incorrecta se expande rápidamente por las redes. Los usuarios pueden llegar a encontrarse en el interior de una cámara de eco en la que abrazan teorías conspirativas poco plausibles y se alejan, en consecuencia, de aquellos organismos y personas encargados de dar una respuesta a la emergencia. Así, la “infodemia” continúa propagándose lejos de las redes mediante los teléfonos móviles, los medios tradicionales y las charlas con compañeros en los ratos de descanso.
Los brotes infecciosos previos demuestran que las autoridades deben responder rápida y eficazmente a la desinformación sin perder de vista que no todo el mundo estará dispuesto a creer la versión oficial.
Respondiendo a la “infodemia”
La semana pasada, los rumores surgidos señalaban que el coronavirus se transmitía mediante nubes infecciosas en el aire que cualquiera podía inhalar. La OMS atajó rápidamente el bulo y dejó clara su falta de veracidad. Así lo explicaba Sylvie Briand, directora de Preparación ante los riesgos derivados de infecciones globales de la OMS:
El virus se transmite mediante gotas realmente minúsculas, por lo que el contacto debe ser extremadamente cercano para que se produzca el contagio.
Una simple intervención como esta demuestra la eficacia de una respuesta a tiempo. Aun así, cabe la posibilidad de que no convenza a todo el mundo.
La información oficial debe ser consecuente con el fin de evitar la confusión y la sobrecarga informativa. Sin embargo, tal y como hemos podido observar esta semana, la coordinación puede resultar muy difícil.
Expertos chinos han dado a conocer unas predicciones que pueden ser tachadas de demasiado optimistas, ya que afirman que el brote habrá tocado a su fin en abril. Por su parte, la OMS se muestra mucho más inquieta y ha alertado de que el virus supone una amenaza mayor que el terrorismo. La incongruencia entre los diferentes mensajes es entendible: los gobiernos tratan de aplacar el miedo de la población, mientras que la OMS procura que nos preparemos para lo peor.
Las autoridades sanitarias deberían reiterar cuanto fuera necesario los mensajes clave, como la importancia de lavarse las manos habitualmente, una medida sencilla y efectiva que ayuda a que los individuos se sientan al mando de su propia protección. Por desgracia, algo tan simple puede ser olvidado fácilmente en medio de un océano de información.
A menudo, las autoridades se enfrentan al reto de competir con la popularidad que alcanzan las historias sensacionalistas y las teorías conspirativas sobre cómo surgen y se expanden las enfermedades y qué medidas toman las autoridades para contenerlas. Las conspiraciones pueden resultar más atractivas que la versión oficial e, incluso, pueden contribuir a que mucha gente refuerce unas creencias erróneas y problemáticas.
En ocasiones, una respuesta inmediata no basta para acabar con el ruido que los rumores generan alrededor de la enfermedad.
La censura no es la solución
Si bien censurar una versión nociva podría poner límites a su difusión, también podría granjearle una gran popularidad. El ocultamiento de las noticias negativas o un exceso de tranquilidad de cara a la audiencia pueden situar a esta en una posición de vulnerabilidad y falta de preparación.
La censura y el silencio mediático durante la pandemia de gripe de 1918, procedimientos mediante los cuales no se ofrecían cifras de afectados y fallecidos por la enfermedad, supuso que la seriedad de la pandemia fuera subestimada.
Cuando la verdad sale a flote, la gente pierde la confianza en las instituciones públicas. Los brotes sufridos en el pasado ilustran cómo la construcción de la confianza y la legitimidad son vitales para que la población comprenda y practique las medidas de prevención y control de enfermedades, como la cuarentena. El empleo de la censura como elemento mitigador del miedo siempre resulta problemático.
Cómo evitar ahogarnos en un mar de (des)información
La utilidad de internet en el control de brotes de enfermedades infecciosas está fuera de toda duda. Por ejemplo, al realizar una búsqueda de palabras clave se pueden detectar tendencias emergentes.
La observación de la comunicación en redes ofrece la oportunidad de responder con celeridad a los malentendidos, así como de confeccionar una lista de los rumores que gozan de mayor seguimiento y aceptación.
La respuesta de las autoridades sanitarias a esta “infodemia” debería incluir una estrategia que permitiera comprender a aquellas personas que difunden o creen historias que no son ciertas con el objetivo de entender el funcionamiento de las “infodemias”.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.