A los que limpian, fijan y dan esplendor
La pronunciación libre hace mucha gracia, pero no nos quedemos sólo en eso. Es hora de empezar a agradecer el gran servicio que hacen estos genios a nuestra lengua.
Ahora que nos hemos puesto a revisar la historia y a juzgar lo que se hizo hace siglos con los zapatos bien atados a 2020, a mí me gustaría detenerme en un rasgo que ha permanecido inamovible en el tiempo y espero que no cambie nunca: la adaptación fonética.
Hay cientos de casos, pero uno de los ejemplos más sonados es el del capitán Alonso de Contreras, que en sus memorias se refirió al pirata Walter Raleigh como “Guatarral”. Así le sonaba y así se quedó, porque poner uves dobles y vocales que no se pronuncian es mucho lío. En Cádiz, además de como Guatarral, este pirata temido era también conocido como Cuaterrali o Gualterio Rali, cosa que no me extraña nada conociendo cómo se sobreponen los gaditanos a las desgracias de su historia: Si Guatarral viene a saquear mi ciudad, le jodemos el nombre y por lo menos nos reímos.
La pronunciación libre hace mucha gracia, pero no nos quedemos sólo en eso. Es hora de empezar a agradecer el gran servicio que hacen estos genios a nuestra lengua. Me da la vida cuando alguien escribe o pronuncia con aplomo las cosas como le suenan. Me pasó cuando una interlocutora me dijo tan pancha ella que se ha comprado un hokelman, lo que para el resto de los mortales es un home cinema. Desde entonces, siempre que puedo fuerzo la conversación para volverla a oír pronunciar esta palabra. Palabra que ni siquiera su propia inventora sabe concretarme si va con hache o jota. Los términos que incorporamos a un diccionario personal e improvisado alegran muchas comidas, y más si van elaboradas con queso marcaspone, un queso que probó una conocida mía en un restaurante de Benalmádelman.
Me gusta anotar estas palabras que a veces me regalan las conversaciones propias o ajenas, como cuando una señora a la que atendían justo delante de mí en la farmacia pidió una caja de Trankamazín. Antes de la carcajada, me invadió la curiosidad por ver de qué forma y tamaño era esa caja, porque si la cosa prometía, igual me llevaba yo otra.
Ya quisiéramos muchos la creatividad que tienen ellos para comunicarse y hacerse entender.
También gracias a la pronunciación de oídas, en español tenemos palabras tan sonoras como “chiribita” o “chumino”, éstas sí aceptadas por la RAE. Ambas palabras son producto de esa mezcla maravillosa de gaditanos e ingleses que se daba frecuentemente en la bahía gracias, entre otras cosas, al comercio de vino de Jerez.
La primera, “chiribita”, se debe al tiempo en que se puso de moda entre los ingleses tomar jerez con bitter, bebida que se conocía como sherry bitter. Esto dicho rápido y españolizado con acento gaditano, acabó derivando en shiribita, y de ahí podemos presuponer qué tipo de chiribitas eran las que echaban por los ojos quienes lo tomaban y el estado de alegría de estos.
De la misma mezcla de idiomas y época nació “chumino”. Las prostitutas recibían en el puerto de Cádiz a los marineros ingleses, y estos, antes de cerrar trato con ellas, pedían ver el género: show me now. Avispadas ellas, les faltó tiempo para aprender el English for business que necesitaban. Así que al ver a los marineros ya no hacía falta que ellos abrieran la boca, les interpelaban con un “¿chumino?” al tiempo que levantaban su falda para mostrarles el escaparate.
Pero si hay una expresión “de Cadi Cadi” que es el resultado de esta imitación fonética, ésa es “al liquindoi”. Si un gaditano te dice que estés al liquindoi te está pidiendo que te fijes en cómo se hace algo o que estés alerta, que vigiles. Esta expresión viene de look and do it, que era lo que decían los capitanes ingleses durante las faenas portuarias en los muelles de Cádiz hace más de diez siglos.
Por tanto, vamos a dejar de pensar que alguien es ignorante por decir “algo mal”, ya quisiéramos muchos la creatividad que tienen ellos para comunicarse y hacerse entender. Ellos sí que limpian, fijan y dan esplendor a nuestro idioma