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Nuevo curso universitario: ¡No más Zoom, por favor!

La crisis derivada de la COVID-19 ofrece una oportunidad única para actualizar la docencia universitaria desde la perspectiva digital y pedagógica y para no basar toda la enseñanza en interminables conexiones por Zoom

Nuevo curso universitario: ¡No más Zoom, por favor!

Tsvangirayi Mukwazhi | AP Photo

La metáfora del aprendizaje como producto de una transmisión todavía determina una manera habitual de entender los procesos formativos. Por parte del público en general, pero también en entornos universitarios.

Así, sigue vigente la imagen del docente que transmite conocimientos a los estudiantes, quienes anotan el saber en forma de apuntes. Llevando el modelo a un extremo, el aprendizaje se constata cuando una persona repite de memoria lo que ha escrito en sus apuntes.

¿Se transmite el conocimiento?

Lo cierto es que el aprendizaje no llega solo por exposición y no consiste solo en memorizar. Una persona aprende cuando lleva a cabo un complejo proceso cognitivo que incluye la comprensión y reelaboración de datos.

De acuerdo con la taxonomía de Bloom, en el nivel inferior del aprendizaje está recordar y en el nivel superior, crear. Por otro lado, siendo un proceso individual, resulta más eficaz cuando se construye en un contexto de interacción social.

Como fruto de la formación, una persona adquiere capacidad para enfrentarse de forma reflexiva, crítica y creativa a situaciones nuevas y reales relacionadas con un ámbito determinado.

Esto no significa que con una buena clase magistral no se aprenda o que el modelo expositivo no sirva para nada. Se aprende, justamente porque también se activa lo que para este modelo está en segunda línea, el papel del estudiante.

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La crisis derivada de la COVID-19 ofrece una oportunidad única para actualizar la docencia universitaria desde la perspectiva digital y pedagógica. Martin Meissner | AP Photo

Pero cuando se cambia de perspectiva y se entiende la enseñanza—aprendizaje como algo centrado sobre todo en lo que hace el estudiante, el docente surge como apoyo en un proceso formativo mucho más rico, activo, reflexivo y autónomo, y ya no como supuesto transmisor de un saber.

Aunque los esfuerzos para la renovación pedagógica han sido diversos e importantes, la idea de la transmisión, como se señalaba, está todavía arraigada en la universidad. Y ello a pesar de lo que dicen los estudios y de que lo que se propone en el entorno del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), el llamado Plan Bolonia, es muy diferente.

Y a pesar de que, sobre el papel, las orientaciones pedagógicas oficiales de las universidades se alinean con el EEES. Y de que los recursos electrónicos para la docencia, disponibles desde hace años, proporcionan herramientas de gran ayuda para el cambio de perspectiva. Pero estos recursos todavía no se aprovechan de una manera suficientemente generalizada.

La crisis actual

Una sacudida fuerte podría mover las cosas de forma realmente significativa a corto y medio plazo. Y esta sacudida —más que fuerte— ha llegado: se llama COVID-19[contexto id=»460724″]. Si en algún contexto puede resultar apropiado el tópico de convertir la crisis en oportunidad es en este. La necesidad de llevar una parte de la docencia (o toda, en situaciones de confinamiento) a entornos virtuales ha creado una ocasión de oro para la actualización de los programas universitarios.

El profesorado tendrá interés en recibir formación sobre herramientas digitales porque las necesita. Al obtener esta formación, convenientemente orientada, empezará a descubrir posibilidades que pasen por un modelo formativo que se centre en el papel del aprendiente.

A partir de ahí, verá que estos recursos no solo sirven para lidiar con una situación extraordinaria, sino como apoyo para la docencia presencial convencional. Pero esto solo puede suceder si las instituciones educativas tienen un enfoque claro y ejercen un liderazgo eficaz hacia la renovación.

Respuestas

Es un error reaccionar a la emergencia generada por la pandemia pensando en cómo reproducir con las herramientas digitales exactamente lo mismo que se hacía sin ellas, o casi. Y es un error más grande si de lo que se trata es de replicar el modelo expositivo.

Tener largas horas a los estudiantes tomando apuntes a través de videoconferencias —ya sea con todo el grupo a distancia o con la mitad de los estudiantes en clase y la otra mitad ante la pantalla—, además de agotador y poco estimulante, es hacer pedagogía del siglo XIX con tecnología del siglo XXI.

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Se trata de aprovechar la situación de necesidad para impulsar la renovación pedagógica y la creación de recursos docentes para el futuro. Jeff Amy | AP Photo

La videoconferencia es válida como espacio de debate o de reflexión. Pero no es ni mucho menos necesario programar las mismas horas de contacto sincrónico con el alumnado que por costumbre se proponen para la docencia presencial. Además, en el aula virtual se dispone de otros recursos de interacción que no son sincrónicos y que por ello ofrecen más flexibilidad.

Las instituciones no deberían proporcionar al profesorado ni la videoconferencia como propuesta principal para responder a la pandemia ni un inasumible chaparrón de recursos posibles.

Deberían ofrecer más bien un diseño de las aulas virtuales básico y fácil de entender, que asegure los mínimos de un enfoque centrado en el estudiante. Y también una flexibilización horaria que disminuya el peso del contacto sincrónico.

A partir de aquí, los docentes podrían estructurar sus cursos desde una perspectiva más abierta e incorporar nuevas herramientas a medida que se sintieran más seguros con las que fueran conociendo.

Los cursos con propuestas de actividades individuales y en grupo que los estudiantes pueden llevar a cabo sin la presencia sincrónica del docente serán cursos de más calidad. Presentarán más opciones y más oportunidades para que los estudiantes puedan actuar en consonancia con los retos competenciales de las asignaturas.

Alternativa a las videoconferencias

Por otro lado, para la parte expositiva de las asignaturas se puede pensar, como alternativa a la videoconferencia, en apuntes publicados en formato de texto o en vídeos cortos del profesorado, además de lecturas diversas. Este material puede constituir un interesante apoyo que también servirá en una situación normalizada. Por ejemplo, para aplicar el modelo de aula invertida (flipped classroom) y, en definitiva, para acabar de dar el salto digital y metodológico.

Así pues, se trata de aprovechar la situación de necesidad para impulsar la renovación pedagógica y la creación de recursos docentes para el futuro. Orientar todo el esfuerzo –que no es pequeño– solo a salir del paso de la situación que se ha creado y cambiar lo menos posible no es para nada una buena idea. Se ha abierto una oportunidad estratégica y única de entrar en un círculo virtuoso de virtualidad.The Conversation


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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