Las chicas del radio: su empresa les ocultó los riesgos de la radiación
Estas jóvenes fueron contratadas para pintar relojes que se podían leer en la oscuridad. No contaban con la protección necesaria
Made possible by the magic of radium! («la magia del radio lo ha hecho posible», en inglés). Así rezaba la propaganda de la empresa United States Radium Corporation en 1917, en la que aseguraba que los relojes fabricados en sus talleres podían consultarse aun en plena oscuridad. Una idea soberbia, sin duda. Pero la historia de estos relojes luminiscentes incluye otra historia: la de un grupo de desafortunadas mujeres –The Radium Girls (Las chicas del radio)– que trabajaban para la empresa pintando estos extraordinarios relojes.
La historia de Las chicas del radio comienza con Pierre y Marie Curie, quienes descubrieron en 1898 el radio.
Cuatro años más tarde, en 1902, el matrimonio de científicos proporcionó algunas muestras de sus sales de radio al ingeniero William Joseph Hammer, quien fue un gran promotor de este elemento.
De regreso a Estados Unidos, Hammer impartió conferencias sobre sus propiedades e incluso publicó en 1903 un libro sobre el radio y otras sustancias radiactivas. Fue el primero en proponer al radio como tratamiento para cáncer. En 1903, junto al cirujano Willy Meyer, lo utilizó para tratar un tumor incurable. Aunque el paciente no se recuperó, el tumor disminuyó de tamaño y resultó menos doloroso, aliviando el sufrimiento del enfermo.
Además de todo lo anterior, Hammer combinó sales de radio con pegamento y sulfuro de zinc. Así inventó una extraordinaria pintura que relucía por la noche.
En efecto, el sulfuro de zinc tiene propiedades fotoluminiscentes y brilla en la oscuridad cuando recibe estímulo lumínico o calor. En este caso, la energía provenía de la radiactividad del radio 226.
A partir de 1917, la United States Radium Corporation usó el invento de Hammer para producir la pintura luminiscente Undark por encargo del Ejército de los Estados Unidos. Gracias a ese barniz, los militares podían consultar sus instrumentos y relojes en la oscuridad, lo que les proporcionaba una ventaja en tiempo de guerra. Más tarde, este producto se empezó a difundir entre la población.
Aunque en este momento se empezaban a entender los peligros del radio, la United States Radium Corporation aseguró a su potencial clientela que sus relojes eran seguros ya que «la concentración usada era tan baja que eran absolutamente inofensivos».
Esto era cierto para los productos que llevaban la pintura luminiscente, una vez terminados, ya en manos de sus compradores. Pero las personas que manipulaban la pintura en la fábrica, sin saberlo, estaban sometidas a cantidades peligrosas de este material. Sin embargo, la empresa les había asegurado que la manipulación de la pintura era segura, que era completamente inocua.
La United States Radium Corporation reclutó a muchas mujeres jóvenes para realizar la tarea de pintar los relojes, pues eran más habilidosas y sus salarios eran más bajos que los de los hombres. Mezclaban pegamento, agua y radio en polvo, y después usaban pinceles de pelo de camello para aplicar la pintura luminiscente a las esferas de los relojes.
La empresa las instruía para que mojaran los pinceles antes de proceder a perfilar los números: para obtener estampas suficientemente pequeñas, tras pintar cada cifra, las empleadas debían poner la punta del pincel entre los labios y mojarla con la lengua para humedecerla y afilarla. Ese sistema era más rápido que mojar continuamente el pincel en un trapo húmedo y el resultado final era mucho mejor.
Estas mujeres confeccionaban más de doscientos relojes al día. Con cada dígito que pintaban, tragaban un poco de radio. Sin embargo, mientras ellas se contaminaban, los químicos que manipulaban la pintura Undark en otro lugar de la fábrica lo hacían protegidos con guantes, pinzas, mascarillas y pantallas de plomo.
Algunas de las chicas del radio, convencidas de la inocuidad de Undark, incluso coloreaban sus uñas, sus dientes o su rostro con la pintura por divertirse, para sorprender a algún amigo en la oscuridad.
En 1922 empezaron a aparecer los primeros casos de osteosarcoma maxilar entre las empleadas. La United States Radium Corporation, aunque conocedora de los efectos nocivos de la exposición al radio, no informó a su personal de los riesgos a los que estaba sometido ni tomó ninguna medida de precaución para evitar las contaminaciones. Cada vez aparecían más casos de anemias, fracturas óseas y necrosis de mandíbula entre las trabajadoras.
A finales de la década de 1920, un grupo de obreras decidió demandar a la empresa. El proceso tuvo un gran eco mediático en Estados Unidos: el caso de las chicas del radio recorrió el sistema legal estadounidense hasta llegar a su Corte Suprema. La empresa, intentando esquivar su responsabilidad, falsificó informes y sobornó a médicos, alargando considerablemente un pleito en el que las demandantes estaban cada vez más débiles. Algunas fallecieron antes de ver el final de este proceso judicial. En un intento de arruinar la reputación de las trabajadoras, se atribuía la enfermedad a otras causas, como la sífilis.
Finalmente, cinco de las chicas del radio consiguieron una indemnización por parte de la empresa. Les sirvió para pagar sus cuidados y, en la mayoría de los casos, sus funerales.
El caso de las chicas del radio tuvo un gran impacto en las leyes de derecho laboral en Estados Unidos, que estableció compensaciones para trabajadores y creó procedimientos de seguridad básicos en la manipulación del radio.
La historia de las chicas del radio ha llegado a la cultura popular y se ha recordado en diversos formatos. Recomiendo, entre otros, la película Radium Girls, el libro Las chicas del radio de Kate Moore (2018) y el reciente cómic Radium Girls (2020) de la ilustradora Cy.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.