Diez trucos para convertir tu piso de Carabanchel en una casa de revista
«Por la noche, antes de dormir, leo revistas de decoración, pero de tranquis. Sólo por mirar. Y, lo reconozco, lo hago porque me descojono viva con lo tramposas que son esas revistas»
Charlotte, el personaje que interpretó Scarlett Johansson en Lost in Translation, tenía razón: «Todas las chicas pasamos por una fase de fotografía. Ya sabes, como con los caballos. Tomar fotos tontas de tus pies”. Yo añadiría algo más: queremos ser fotógrafas a los veintis e interioristas a partir de los treinta.
En un momento de mi vida me creí casi fotógrafa, porque ¡buah, qué encuadres más flipantes de mis pies! ¡Qué planos detalle de las moscas con mi Kodak! ¡Qué imagen protesta la de este cenicero repleto de colillas! Madre, cómpreme una cámara buena, que el World Press Photo está al caer.
Lo bueno de no ser muy constante es que cuando se te mete una tontería en la cabeza también la abandonas rápido, así que la idea de ser fotógrafa me duró cinco minutos.
La etapa interiorista, según mi estudio testeado en una persona anónima, que soy yo, y cuatro o cinco amigas más, tiene su punto de partida en ese momento en que nos damos cuenta de que cubrir el sofá con una tela con mandalas no es de bohemia estilosa sino de estudiante tiesa.
Entonces, empezamos a encontrarle el gusto a los colores cálidos en casa y dejamos de comprar fundas nórdicas en tonos flúor. Invertimos más de 10 euros en una lámpara de sobremesa y, a partir de ahí, creemos tener un gusto exquisito para la decoración y así lo dejamos caer en cualquier reunión con amigos. Reuniones, por cierto, donde ya tomas el vino del Mercadona en copa de cristal y sin mezclar con Coca-Cola, porque eres una adulta respetable con sensibilidad para las cosas bellas.
Aún así, con el interiorismo nunca he ido en serio. Reconozco que me doy palmaditas en la espalda en la intimidad de mi hogar cada vez que cambio de orden los cojines o compro algún mueble en una tienda que no se llama Ikea. Por la noche, antes de dormir, leo revistas de decoración, pero de tranquis. Sólo por mirar. Y, lo reconozco, lo hago porque me descojono viva con lo tramposas que son esas revistas. Dicho esto con toda la admiración del mundo a los cojones toreros de quienes las hacen.
Me llama la atención la uniformidad que tiene todo. Las estás viendo y te gustan todas las casas, pero luego es muy curioso que a pesar de que todas aparezcan con el titular de: “Un ático lleno de personalidad en Brooklyn”; “una singular casa en la Toscana”; “te va a encantar este exclusivo loft del barrio de Salamanca”, no eres capaz de recordar ninguna de esas casas en concreto sino el concepto. Porque muy única, muy singular, muy exclusiva, pero al final son todas lo mismo.
Piensa, por ejemplo, en el dormitorio principal de alguna de las casas que suelen salir en las revistas de decoración. Te vienen a la cabeza paredes de colores tierra, sábanas claras, tejidos naturales, una alfombra de yute, una ventana más grande que la puerta de tu garaje, alguna planta estratégicamente colocada en un rincón y, aquí llega la diversión: la cama siempre está deshecha, tiene un plaid —¡toma concepto de interiorista!— arrugado arrastrando por el suelo, hay unas babuchas por el medio y, encima de la cama, una bandeja con la taza del desayuno, un libro, las gafas de ver de cerca y un plato con una tostada a medias. Por menos de eso mi madre calificaba mi dormitorio de leonera nidomierda y me ponía a recoger.
Conscientes de esto, de que ese estilismo que ellos promueven en sus páginas llevado a la práctica supone un problema en la convivencia, los cachondos van y te sueltan algún artículo titulado “10 trucos para mantener el orden en casa”. Y los diez trucos son cosas como: hazte con un zapatero, no dejes los zapatos por el medio. Recoge el vaso nada más acabar de beber. No comas en la cama. Si has acabado de leer, pon el libro en la estantería. Evita tener cosas por el suelo. Haz tu cama todos los días. Vamos, que ese artículo lo ha escrito la madre del que decoró el dormitorio de antes.
También es significativo que todas las casas de las revistas de decoración sean en Brooklyn, la Toscana, el barrio de Salamanca o en un acantilado en Menorca. Diría que ha habido un total de cero veces en las que he visto un artículo sobre un piso en Carabanchel, una casa en Motilla del Palancar o un ático en Seseña.
Qué maravilla cómo construyen en otros sitios, cómo piensan en las personas. Te hacen pisos enanos, pisos para pobres, pero en guay, en salubres: “La fantástica reforma en este piso de 20 metros”. El piso de 20 metros que te enseñan, dicen, “tenía muchísimas posibilidades”. Muchísimas posibilidades y dos ventanales de 6×6 con vistas a Central Park. Luego tú te frustras porque a tu piso de 20 metros sin ventanas en Madrid, las posibilidades que le ves son dos: gasolina y mechero.
Hablando de fuegos, otra licencia creativa en las revistas de decoración son las chimeneas. Me flipa la poca vergüenza con la que te ponen un pedazo de chimeneón en medio del comedor, la cocina, o incluso en el baño de un piso en Madrid. Y ya la guinda es cuando meten una leñera ocupando toda la pared. Porque en las revistas de decoración, las leñeras quedan bonitas y limpias. Me encantaría conocer los detalles de la logística, porque me vuelve loca la idea de imaginar cómo llega un remolque de palos a un decimoséptimo piso del Paseo de la Castellana.
Llegados a este punto, ya os habréis dado cuenta de que el título del artículo no tiene nada que ver con el texto. Pero es que al principio me guardé un dato: Charlotte lo que decía en Lost in Translation era: “Intenté ser escritora, pero odio lo que escribo. Intenté hacer fotos, pero son muy mediocres. Todas las chicas pasamos por una fase de fotografía. Ya sabes, como con los caballos. Tomar fotos tontas de tus pies”. Por los caballos, de momento, no me ha dado, pero lo primero también lo cumplo. Escribo y, como no me suele gustar lo que escribo, me he imaginado que éste era el artículo sobre interiorismo que querría leer. Al menos el título me encanta.