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Recuerdos del futuro: Ray Kurzweil y Yuval Noah Harari, al asalto de un mañana dominado por la tecnología

¿Qué nos depara el futuro? Muchos a lo largo de la historia, desde Nostradamus hasta Arthur C. Clarke, han tratado de dar respuesta a esta pregunta. Muchos han fallado, otros acertado. Independientemente del resultado, muchas respuestas resultan excitantes y creativas operaciones de pensamiento con las que organizarse para cuanto vendrá o, simplemente, escandalizarse y disfrutar un rato

Recuerdos del futuro: Ray Kurzweil y Yuval Noah Harari, al asalto de un mañana dominado por la tecnología

Alex Wong | Unsplash

Philip K. Dick, el escritor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? -más conocida por su versión cinematográfica, Blade Runner – imaginó un mundo dónde lo mecánico se convertiría en un reflejo de lo humano difícilmente distinguible del original. Un universo donde los droides y los humanos competirían por la noción de humanidad, de vida vivida y no artificial, que con el avance de la ciencia sería paulatinamente puesta en duda. Y es que, si una de las citas de Dick es: “un ser humano sin empatía o sentimientos es lo mismo que un androide», en los albores de finales de este siglo una de esas máquinas podría llegar a poseer ambas cualidades, frente a los muchos ejemplos de humanos que hoy hace tiempo dejaron de ejercerlas.

Las distopías que más han construido el imaginario futurista occidental han sido; Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984, de George Orwell, pero tal vez debamos abrir paso en nuestras meditaciones a las obras de Dick y a su gran preocupación; ¿qué es la realidad? Una pregunta a la que un Philip K. Dick algo trastornado y con tendencia a episodios de epilepsia cerebral, respondió tras una ‘invasión mental cósmica’, según dijo él mismo, que le desveló como nuestra realidad no es más que un simulacro, una jaula construida sobre la incapacidad de percibir nuestra verdadera situación temporal: «Tuve una aguda y abrumadora certidumbre (y todavía la tengo) de que pese a todo el cambio que vemos, un paisaje específico permanente subyace al mundo del cambio: y este paisaje invisible subyacente es el de la Biblia; es, específicamente, el periodo inmediato a la muerte y la resurrección de Cristo; es, en otras palabras, el tiempo del Libro de los Hechos.» Bien, este último apunte viene a demostrar, entre otras cosas, hasta qué punto tomar a pies juntillas las opiniones de alguien, por muy elevadas o acertadas que puedan parecer al principio, es un billete directo al arrepentimiento, más aún si se escarba en sus miserias ocultas. De ahí que uno se lleve un chasco cuando también descubre que Gandhi tuvo cercanas simpatías con el nazismo y que gustaba de dormir con jovencitas desnudas, incluso con Manu, su sobrina nieta, que Tesla eran fan de la eugenesia o que Frida Kahlo, icono de la pulcritud feminista, fue cómplice de favorecer una relación disfuncional y misógina con Diego Rivera.

Atender a los profetas es una interesante forma de prepararse para el futuro o, como mínimo, saber más acerca de las ambiciones y neurosis de nuestro presente.

Pero, una vez alejados de la mitificación y el idealismo, podemos alcanzar a centrarnos en lo interesante de los pensamientos. En este caso, en los de dos creadores que, al igual que hizo Dick, han predicho el futuro de nuestra civilización. Podría decirse que son ‘profetas’, un término que no debe tomarse a la ligera ya que, como dijo Cioran, «en todo hombre dormita alguno y cuando este despierta hay un poco más de mal en el mundo». Pero, siempre y cuando no depositemos en ellos una fe ciega, atender a los profetas es una interesante forma de prepararse para el futuro o, como mínimo, saber más acerca de las ambiciones y neurosis de nuestro presente.

El primero de esos dos profetas es Ray Kurzweil. Ray es un tipo admirable, sin duda, pero al mismo tiempo escalofriante. Las tensiones al pronunciar su nombre no sólo nacen por su condición de director de ingeniería en Google (seguramente la empresa que patrocinaremos con tatuajes interactivos en unos años), sino porque además sus predicciones tienen, actualmente, la friolera de alrededor de un 80% de acierto. Sus obras, La era de las máquinas inteligentes y La era de las máquinas espirituales, fueron las que lo situaron a la cabeza de los mejores futurólogos del momento anticipándose, entre otras cosas, a la caída de la URSS, la derrota de Kaspárov por un ordenador, la tecnología móvil, los ordenadores portátiles, e incluso el internet inalámbrico cuando una computadora presentaba en la pantalla poco más que unas series de código en plan Matrix.

Recuerdos del futuro: Ray Kurzwiel y Noah Harrari, al asalto de un mañana dominado por la tecnología
Kurzweil en una charla en Stanford en 2006. | Foto: Roland Dobbins vía Wikipedia.

Esa capacidad tan especial es la que invita a la inquietud cuando se lee acerca de su visión del futuro. Una visión que él reconoce le resulta excitante. Será porque la tecnología y aquellos que la desarrollan carecen en muchas ocasiones, como los médicos o periodistas, de un código deontológico eficaz que les invite a preguntarse antes si deben hacer algo, que si pueden hacerlo. Debemos suponer que esta ceguera frente a las consecuencias de los descubrimientos es la que invita a Kuzweil a no controlar su emoción, por ejemplo; con el súperdesarrollo de las impresiones en 3D las cuales aspiran a dejar en paro a casi todos los sectores de la construcción y la manufactura—, la conexión por nanobots de nuestros cerebros con la nube enchufando nuestro sistema nervioso a mundos artificiales —tema que para Dick ya era, en el siglo pasado, lo que originaría un debate existencial sin precedentes entre lo esencial y lo artificial—, la extensión radical de la vida gracias a esos mismos nanobots —invitándonos a vivir un mundo que podría ser una mezcla entre las películas de Elysium e In Time—, y, por supuesto, mi predicción favorita; la singularidad.

La singularidad merece un punto y aparte, pues a partir de ese momento, que Kurzweil sitúa en 2045, la inteligencia artificial superará en potencia de cálculo mil millones de veces a la humana, permitiéndonos ‘subir’ nuestra mente a un ordenador. «Entonces ¿qué es la Singularidad?», nos dice Kurzweil, “es un tiempo venidero en el que el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido y su repercusión tan profunda que la vida humana se verá transformada de forma irreversible. Aunque ni utópica ni distópica, esta era transformará los conceptos de los que dependemos a la hora de dar significado a nuestras vidas, ya sea en lo que se refiere a modelos de negocios o al ciclo de la vida incluyendo la muerte». Bueno, es de agradecer la neutralidad del Sr. Kurzweil respecto de sus advenimientos, dándonos a entender que los próximos avances carecerán de positividad o negatividad intrínseca pero, por alguna razón, la idea de la total desvirtuación de lo biológico y lo material haciendo de la condición humana, per se, un modelo de composiciones binarias destinado a la navegación infinita por un universo paralelo suena, como poco, perturbadora. Si la vida ya es un cúmulo de indecisiones en dónde, al menos, podemos refugiarnos en la certeza de nuestra condición física y contextual, cuando ni si quiera esa seguridad esté al alcance; el vacío podría abalanzarse sobre nosotros condenándonos a vagar por un oscuro desierto de incertidumbre y soledad. 

El caso es que estas predicciones de Kurzweil, tal vez poco exageradas, tienden a centrarse demasiado en la tecnología y su evolución dejando de lado las consecuencias sociológicas de estos avances. Pero, para esta última misión, tenemos otro oráculo, otro agorero profeta quien pasará a la historia por ser el único historiador que ha publicado un best-seller internacional de 571 páginas llamado Sapiens, encima en forma de ensayo, destinado a competir en densidad y fama con los evangelios de Mateo, Lucas, Marcos y hasta de Juan.

Recuerdos del futuro: Ray Kurzweil y Noah Harrari, al asalto de un mañana dominado por la tecnología
Foto vía Website Oficial de Yuval Noah Harari.

Yuval Noah Harari, filósofo e historiador, ha destacado por saber explicarle al mundo; quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, tal y como intentaba hacer aquella canción de Siniestro Total, pero con mayor éxito. Entre otras muchas ocurrencias, Harari opina que aquello dispuesto a definir brutalmente las décadas posteriores, en lo que a los seres humanos se refiere, será; la capacidad de reinventarse, la conquista del equilibrio mental y una inteligencia emocional eficaz: «Hay que ser consciente de que mucho de lo que hoy aprendemos podría dejar de ser relevante en 20 o 30 años, así que, sea lo que sea aquello que uno haga, también debería invertir en el desarrollo de la inteligencia emocional, el equilibrio mental y la capacidad de mantenerse cambiando, aprendiendo y reinventándose a lo largo de la vida». Para el israelí nos encontramos a las puertas de un nuevo patrón sociopolítico basado en lo que él llama «perturbaciones», que no son sino cambios periódicos y continuos en los modelos económicos y tecnológicos con efectos directos en el común de los mortales. En otras palabras, el futuro es un reflejo macrohistórico de lo que estamos viviendo de manera constante en nuestro día a día; la automatización y la efimeridad. Los trabajos, las cosas, aquello que nos da seguridad, será cada vez más inestable. A medida que avancemos hacía el próximo siglo, habremos de aprender a adaptarnos y a reinventar nuestro relato humano, ese que nos define como individuos más allá del cuerpo, de manera intermitente y continuada. Un relato, por cierto, que más nos vale tener asumido. Según Harari, precisamente esa interconexión biotecnológica de la que habla Kurzweil y que temía Dick, servirá para que Estados y empresas obtengan silos de datos sobre nuestra existencia y rutina permitiendo que nos conozcan mejor que nosotros mismos. «Con los algoritmos llegándonos a conocer tan bien», dice Harari, «los gobiernos autoritarios podrían obtener un control absoluto sobre sus ciudadanos, y la resistencia a tales regímenes podría ser completamente imposible».

Los interrogantes sobre nuestro futuro pasan por preguntarnos acerca, no de cómo queremos vivir, tal y como se había planteado hasta ahora, sino de qué queremos ser.

Salud vs. Privacidad, Eficacia vs. Profundidad, Esencia vs. Forma. Estos son los combates que se avecinan. Debates sociales donde las luchas de derechos no serán por el color de piel sino por la privacidad de nuestras exploraciones en la red, o porque las grandes corporaciones no nos hackeen abusivamente con publicidad y seguimientos compulsivos. Este parece el porvenir de occidente en un mundo globalizado que no tardará en aspirar, como toda buena inteligencia artificial; déspota y totalitaria, a la ‘unidad’. Los interrogantes sobre nuestro futuro pasan por preguntarnos acerca, no de cómo queremos vivir, tal y como se había planteado hasta ahora, sino de qué queremos ser. Una pregunta, por si fuera poco, no vacía de conflictos y marginaciones ya que todo cambio implica división, y cuando esta división encima se sostiene en la obsolescencia social; dónde unos logran participar eficazmente y otros, bien por incapacidad, bien por decisión, no pueden fluir en los nuevos Tiempos líquidos, el ostracismo, el oprobio y el abandono, se sirven en bandeja de plata.

En conclusión, tanto Dick en sus paranoicas ficciones, como Kurzweil o Harari con sus profecías, son caras de una moneda que lleva girando desde los albores de la humanidad con la esperanza de anticipar el futuro, no se sabe muy bien si con la intención de mejorarlo, la predisposición para asumirlo o la autocomplacencia de inventarlo.

Al filo de un futuro desconocido, y asolado por incógnitas tecnológicas a las que habremos de sumar también la escasez de recursos, la superpoblación y la destrucción de los ecosistemas, nadie es del todo capaz de afirmar lo que será de nosotros. Puede que, ante la perdida de poder de los Estados, terminemos viviendo en territorios con los nombres de grandes empresas y dedicándonos a perfeccionar la tecnología para consumir cada vez más eficazmente, y ayudar así a nuestro patrocinador en la competición por el control del mundo. También puede que, cómo decían los optimistas de Star Trek, vivamos ayudados por la tecnología en un planeta donde nuestras obligaciones queden resumidas al conocimiento del universo y al desarrollo personal.

Sea como fuere, y aunque nuestras predicciones no se resuelvan como planteamos, de algo sí podemos estar seguros; nunca dejaremos de intentar reconocer nuestro futuro en los relatos de nuestro presente. Dicks, Kurzweils y Hararis hay, y habrá, muchos más.

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