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Todas las canciones de Camela hablan de mí

Camela, para los que nos gusta Camela, no es fiesta de pueblo, cubata en vaso de tubo y coches de choque. Estas tres cosas son Camela cuando realmente no te gusta Camela

Todas las canciones de Camela hablan de mí

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Tuve la suerte de nacer en un entorno donde no había que esconder que te gustaba Camela. De hecho, en mi generación, y en ese lugar de La Mancha donde me crie, si eras adolescente y no te gustaba Camela, quien tenía un problema eras tú. No porque te fueran a tirar al pilón. No tenemos pilón, y sí cosas más importantes que hacer que meternos con alguien por sus gustos musicales. A lo que me refiero es a que ser adolescente en un pueblo manchego en los 90 y no escuchar Camela era el equivalente a ser niño y no jugar al fútbol en el recreo: te ibas a sentir «fuera» muchas veces. 

Camela, para los que nos gusta Camela, no es fiesta de pueblo, cubata en vaso de tubo y coches de choque. Estas tres cosas son Camela cuando realmente no te gusta Camela. Si te gustaba Camela de verdad, Camela te acompañaba siempre porque todas las canciones de Camela hablan de ti y cuentan tu vida. Camela te sube al cielo. Camela hurga en tu mierda. 

Por eso, Camela son los veranos con tus amigos en la piscina y un radiocasete a todo volumen. Camela son los bocadillos de Nocilla y los dedos encallados del agua. Camela son las partidas de cartas en la toalla hasta que te echen de la piscina y las noches de verano comiendo pipas en el parque.

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Camela es el verano que acaba en feria. Camela es ver a los madrileños volver a su Madriz. Camela es el largo invierno en La Mancha, con ese frío contundente que enmudece las calles. Camela también son las tardes de videojuegos con tus primos en casa. Y el camino al colegio con el auricular izquierdo del walkman puesto en tu oído y el derecho en el de tu amiga. Camela es cantar a coro que no te hace caso y te mueres por su amor. Camela es hacer tuyos unos besos en la boca que nunca te han dado porque, como cantaba Giggliola Cinquetti, «no tengo edad para amarte». 

Camela era un grupo con dos hombres para ti invisibles y una mujer para la que sólo tenías ojos. Todas queríamos ser Ángeles Muñoz. Unas para tener su voz, otras su pelo, otras su ropa y otras por sus bailes de pasitos pequeños y mano en la tripa que imitábamos sin ninguna ironía. Nos gustaba Ángeles porque, aunque ninguna podíamos ser ella, no era esa famosa inalcanzable. Ángeles hablaba como nosotras, había tenido una vida como nosotras y venía de un lugar parecido al nuestro. Y no tenía intención de aparentar otra cosa.

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Dioni y Ángeles, ¡obvio! | Foto vía @CamelaOficial en Twitter.

Camela era admirar la voz nasal de tu amiga. Camela era cantar a gritos una canción en el Pub Susi que durante días te taladró el cerebro en silencio. Camela es que el chico que te gusta te vea pasar «y tú, disimulando, mires hacia atrás». Camela es que te digan que le quieres y respondas que no es verdad. Camela es cantarle a tu madre tu alegría, un corazón indomable y que al final zarpe el amor. Camela es el trayecto en furgoneta para jugar al fútbol sala el sábado por la mañana y que el entrenador os prohíba poner «esa música que os desconcentra porque os hace pensar en novios». 

Camela fue una etapa de mi vida que ya pasó. Mentiría si dijera que ahora mismo sigo a Camela o que sus canciones son mi presente. Por eso, cuando digo que soy fan de Camela, en realidad quiero decir que soy fan de haber sido fan de Camela. 

Camela es una parte de mi pasado y no me recuerda ni a ferias, ni a coches de choque ni a cubatas baratos. Camela fue mi inocencia y mi libertad sin salir del pueblo. Y sólo un necio puede renegar de eso.

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