We The People: Rob O’Neill, ¿el hombre que mató a Osama Bin Laden?
En la cuarta entrega de la serie ‘We the People’ hablamos del Navy SEAL que aseguró públicamente haber liquidado al líder de Al Qaeda… para gran disgusto de sus superiores
Todo el mundo sabe lo que ocurrió en la madrugada del 2 de mayo del 2011 en una pequeña ciudad del norte de Pakistán llamada Abbottabad: un comando de Navy SEAL irrumpió en una casa sita en la periferia del lugar y mató a Osama Bin Laden. Cierto es que al conocerse la noticia hubo quien dudó de la misma al no existir prueba alguna (los estadounidenses lanzaron el cadáver al mar). Lo de siempre. Sin embargo, cuatro días más tarde Al Qaeda confirmó la pérdida y los escépticos se tranquilizaron.
Ahora bien: ¿quién de todos los Navy SEAL que participaron en la misión acabó con la vida del terrorista? Técnicamente, la pregunta no tiene sentido porque los SEAL, uno de los cuerpos de operaciones especiales más eficientes del mundo, hacen todo en equipo. Si el SEAL número uno no hace lo que tiene que hacer, el SEAL número dos no podrá hacer lo que tiene que hacer, etcétera. Con lo cual, el éxito de una misión es un éxito compartido. Los roles individuales carecen de importancia.
Pero la lógica de un cuerpo de élite no siempre excede los límites del cuartel. Y en el caso de Bin Laden, el terrorista más temido y odiado de Estados Unidos, una parte del público quiso saber a qué Navy SEAL, con nombre y apellido, tenía que aplaudir.
Robert J. O’Neill, Rob para los amigos, resistió los cantos de sirena durante un par de años. Finalmente, en 2013, habló.
En un primer momento lo hizo off the record; consintiendo que la revista Esquire publicara su testimonio en primera persona sin revelar su nombre. El periodista, Phil Bronstein, accedió a identificarle como «el tirador» y le citó explicando cómo había alcanzado el tercer piso de la casa de Abbottabad junto a otros cinco soldados de élite. Una vez allí, entró en una habitación cubriendo al SEAL que ejercía de punta de lanza, se toparon con Bin Laden y abrieron fuego. Como, según O’Neill, el SEAL que tenía delante erró el tiro fue él quien mató al terrorista de dos disparos en la frente. «Parecía confuso», declaró, «y era mucho más alto de lo que esperaba».
Un año después, accedió a ofrecer más detalles en dos entrevistas apalabradas con Fox News, el canal de televisión conservador, y el Washington Post. Además, su idea era hacerlo públicamente. No se sabe muy bien cómo esta información llegó a oídos de sus ex compañeros (O’Neill abandonó el ejército en 2012), pero sea como fuere decidieron vengarse. Así, una semana antes de sentarse con los periodistas un portal de Internet gestionado por veteranos de los grupos de operaciones especiales llamado SOFREP reventó la exclusiva al descubrir prematuramente su identidad.
El texto delator explicaba que O’Neill había faltado a su profesionalidad al contar detalles de la misión y explicaba, a su vez, que ser un SEAL –o un Ranger, o un miembro de los Delta Force, etcétera– también consiste en no buscar reconocimiento individual por las acciones llevadas a cabo vistiendo el uniforme.
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O’Neill nació durante la primavera de 1976 en Butte, que es la quinta ciudad más grande del estado de Montana. Es decir: nació en la versión estadounidense de Almendralejo. De su infancia y adolescencia no se sabe gran cosa, salvo que las pasó allí, y por lo tanto cabe presumir que fueron unos años eminentemente apacibles.
Aquella apacibilidad quedó rota a los diecinueve años de edad, cuando la chica que le gustaba le «rompió el corazón». De repente, Butte se convirtió en un lugar agobiante y opresivo. Por eso acudió a la primera oficina de reclutamiento que encontró. Urgía poner tierra de por medio y el ejército era la manera de hacerlo. Una cosa llevó a la otra y así, algún tiempo después, O’Neill se encontró tocando a la puerta de los SEAL.
Para entender qué son exactamente los Navy SEAL y por qué lograr entrar ahí es una hazaña en sí misma, basta leer el siguiente fragmento sacado de un artículo publicado por Cristian Campos después de la muerte de Bin Laden en la revista Jot Down:
«Los Navy SEAL son una de las dos Fuerzas de Operaciones Especiales de la Marina de los EE.UU. (SEAL es un acrónimo de Sea, Air and Land: mar, aire y tierra). La otra es la Tripulación Combatiente de Operaciones Especiales o SWCC (los pilotos de las lanchas utilizadas por los SEAL). El Ejército, por su lado, cuenta con siete fuerzas especiales propias, entre ellas los Boinas Verdes, los Rangers y los Night Stalkers. Pero los Navy SEAL son desde todos los puntos de vista la elite de las fuerzas especiales.
[…]
El adiestramiento básico de un SEAL dura aproximadamente un año. La leyenda dice que es el más duro y exigente de todos los llevados a cabo no solo por las fuerzas especiales de los EE.UU. sino también por las fuerzas especiales de otros ejércitos. Los aspirantes a SEAL tienen entre 18 y 28 años y proceden de prácticamente todas las capas sociales. En su mayoría provienen de la marina, pero también hay graduados y licenciados universitarios procedentes tanto de entornos rurales como de grandes urbes.
[…]
El porcentaje de fracaso durante la primera fase del adiestramiento, el Basic Underwater Demolition/SEAL, más conocido como BUD/S, es superior al 70%. En algunas promociones ese porcentaje llega hasta el 90% e incluso al 100%. El BUD/s dura seis meses, aunque muchos de los aspirantes ni siquiera son capaces de superar sus dos primeras horas. Los instructores raramente expulsan a un aspirante que no desea abandonar voluntariamente el entrenamiento: son estos los que en la mayoría de los casos renuncian libremente haciendo sonar tres veces una campana que cuelga en el patio del Naval Special Warfare Training Center de North Island (Coronado), el área de entrenamiento de los SEAL.»
Si bien dentro del estamento militar los Navy SEAL, que suponen un 5% de todos los efectivos de operaciones especiales del ejército estadounidense, ya eran vistos como la crème de la crème, a partir del 2011, tras apiolar a Bin Laden, sus integrantes adquirieron categoría de héroes nacionales. Máxime cuando se supo que, además, eran ellos quienes habían estado detrás del rescate de Richard Phillips, el capitán de barco secuestrado por piratas somalíes, y de otras tantas misiones glamourizadas por Hollywood.
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O’Neill decidió colgar los galones tras cumplir dieciséis años en el cuerpo. La primera etapa, que va desde 1996 al 2001, la pasó en el Team 2. La segunda, de 2001 a 2004, en el Team 4. La tercera –y última–, del 2004 al 2012, en el Team 6. ¿Qué diferencia hay entre ellos? Se suele decir que la diferencia reside en la zona del mundo en la que se han especializado. El Team 2, por ejemplo, estaría especializado en el Ártico mientras que el Team 4 estaría especializado en América Latina. Etcétera. ¿Y el Team 6? El Team 6, más conocido como DEVGRU y considerado la élite dentro de la élite, no tiene designación geográfica. Es el equipo especializado en contraterrorismo.
Con semejante trayectoria a la espalda no es de extrañar que O’Neill saliese de allí con la chaqueta plagada de medallas: dos estrellas de plata, cuatro estrellas de bronce y no sé cuántas cosas más. Metal suficiente como para parar un tren. Sin embargo, y como suele ocurrir en estos casos, su recorrido también esconde otra cara; una cara mucho menos amable. «Su cuerpo está lleno de cicatrices y arrastra artritis, tendinitis, visión dañada y hernias», escribió al describirle Bronstein, el periodista de Esquire, en 2013. A cambio, y medallas al margen, Estados Unidos compensó su labor con «nada». «Ni pensión, ni seguro médico para su mujer e hijos, ni protección de ningún tipo». Durante sus años de servicio percibió, dice, unos 60.000 dólares anuales.
¿Dónde suelen acabar los miembros de las fuerzas especiales al pasar página? Lo normal es que terminen haciendo lo mismo que hacían pero en el sector privado (los famosos contractors ofertados por empresas de seguridad como Academi, por ejemplo) o en un lugar como la CIA. Claro que para eso uno debe querer seguir en las mismas: jornadas maratonianas incompatibles con una vida familiar medio normal, semanas y hasta meses de ausencia, confidencialidad, armas, tiroteos y demás. Y no todos quieren.
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En un primer momento, O’Neill se resistió a identificarse como la persona que mató a Bin Laden. El héroe estadounidense tan solicitado por sus compatriotas. Pero a la necesidad acuciante de hacer algo con una vida que amenazaba con desmoronarse financiera y sentimentalmente (su matrimonio quebró el mismo año en que dio la entrevista a Esquire) se juntó la publicación de un libro titulado No Easy Day.
El autor, otro Navy SEAL del Team 6 que firmó con seudónimo, contaba en sus páginas cómo se desarrolló la operación que terminó con la vida del líder de Al Qaeda. En su versión de los acontecimientos, Bin Laden fue derribado por el disparo efectuado desde las escaleras por la punta de lanza del comando. Acto seguido, ese mismo SEAL junto al que iba detrás, O’Neill, le remataron en el suelo. (Esta es la versión que recoge la película Zero Dark Thirty.)
Al corregir la historia contada en el libro y erigirse como único ejecutor del terrorista, O’Neill abrió un melón delicado: ¿cuál era la versión correcta? El periodista Peter Bergen, un veterano de la CNN que para más inri logró entrevistar al mismísimo Bin Laden en 1997, se puso a ello y tras recolectar múltiples testimonios de gente involucrada en la misión concluyó que el relato de No Easy Day era el más aceptado dentro del cuerpo de élite. Pero, claro, ¿era el más aceptado obedeciendo a la lógica del trabajo en equipo, la lógica que dice que este éxito no es de nadie porque es de todos, o era el más aceptado porque, en efecto, Bin Laden recibió varios disparos y nadie sabe cuál fue el que terminó con su vida?
Lo más probable es que esa pregunta no se conteste nunca. Tampoco parece importarle a nadie. La gente quería a su héroe y resulta que ahora tiene dónde elegir. Dos opciones en lugar de una. Pues mejor que mejor. Ahí están las cifras: No Easy Day se convirtió en un best-seller que reportó millones de dólares a Matt Bissonnette, el SEAL detrás del seudónimo, y O’Neill ha terminado convertido en un cotizado coach motivacional, en colaborador de la cadena Fox News y en autor de sus propias memorias: The Operator.
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Dicen que soltar el nombre de Rob O’Neill ante un grupo de Navy SEAL provoca un coro de resoplidos y miradas de desdén porque, ¿acaso se puede respetar a un soldado de élite que utiliza sus vivencias para lucrarse?
La pregunta será más o menos pertinente, pero en honor a la verdad hay que decir que O’Neill no es el único que ha optado por recorrer la senda del dólar.
Dejando a un lado a Bissonnette, quien por cierto tuvo que pagar varios millones de dólares al gobierno por romper un contrato de confidencialidad con el Pentágono, está el caso de Eric Greitens, que fue integrante de los Navy SEAL durante un breve periodo de tiempo y utilizó aquello para ser elegido gobernador de Misuri en 2016.
También está el caso de Kevin Lacz, un miembro del Team 3 que sirvió con el afamado francotirador Chris Kyle en Iraq y que publicó sus memorias (The Last Punisher) ese mismo año. O el de Rorke Denver, uno de los encargados de entrenar a los SEAL, quien también se ha dado a la pluma y ha publicado varios libros (Damn Few; Worth Dying For).
Y qué decir de Jocko Willink y Leif Babin; optaron por juntar fuerzas y sacaron un libro sobre liderazgo, Extreme Ownership. How U.S. Navy SEALS Lead and Win, cuyo público objetivo eran, y son, personas del mundo de la empresa. Jocko, que tiene pinta de cazar osos a bofetadas, también se saca un dinerillo extra comentando películas bélicas en el canal de YouTube de la revista GQ y cuenta con cientos de fans. (Una broma frecuente en los comentarios de los vídeos donde aparece dice así: «Cuando Jocko llega tarde a una reunión, los demás se disculpan por haber llegado pronto».)
La pregunta es si esa tendencia va a mantenerse o si, por el contrario, ha alcanzado su máximo esplendor. Quién sabe. Sí se sospecha que, en caso de decrecer, tenga más que ver con la ausencia de misiones glamourosas como la de Bin Laden o la del capitán Phillips que con la propia voluntad de los ex combatientes. Pero, ¿hasta qué punto se puede culpar a quien ha participado en las gestas bélicas sobre las que duerme una nación empapada de patriotismo de utilizarlas para construirse un horizonte al margen de unas fuerzas armadas que, parece, se despreocupan de su futuro? Una cuestión, ésta, que debe enmarcarse en el contexto de una sociedad materialista en donde el dinerete y lo voyeur cada vez se aprietan más la mano. Una sociedad, en fin, que ha tirado por la borda lo del «strong silent type» que tanto pregonaba Tony Soprano.
O como decía un lector del New York Times: «Sospecho que, hoy por hoy, el reto más difícil para un Navy SEAL es mantener su anonimato».