Los otros gatos de Madrid: de Cañada Real a El Retiro
Generalmente los gatos callejeros organizan su vida en colonias –un gato solo tiene menos posibilidades de sobrevivir– que se distribuyen por toda la ciudad
«Yo soy gato», responde alguien de Madrid cuando le preguntas de dónde es. Pero no todos los gatos madrileños caminan erguidos sobre sus piernas: más de 30.000 gatos, de los de verdad, viven en las calles de la ciudad, según una estimación del Ayuntamiento. Son los vecinos peludos de esta y otras muchas ciudades y pueblos de España y del mundo.
«En estos momentos hay registradas un total de 1.697 poblaciones –o colonias– de gatos urbanos en la ciudad», explica Ana Pérez, subdirectora general de Salud Pública de Madrid Salud del Ayuntamiento de la capital. Contrariamente a lo que se piensa, estos gatos callejeros no cumplen ninguna función, explica Pérez. Es habitual creer que sirven para tener controlada a la población de ratas, pero no es así. Simplemente existen y viven, siempre dependiendo del trato que les den sus vecinos humanos.
Generalmente los gatos callejeros organizan su vida en colonias –un gato solo tiene menos posibilidades de sobrevivir– que se distribuyen por toda la ciudad: en los alrededores de hospitales, universidades, cementerios, parques, iglesias, solares, calles con jardines, es decir, los gatos callejeros viven entre nosotros aunque muchas veces no los veamos. Las colonias suelen formarse alrededor de lugares donde los gatos tienen acceso a comida y refugio, lo que facilita su existencia. El funcionamiento de estas colonias es el mismo con independencia de donde se encuentren, es igual una colonia de Cañada Real –la zona más pobre de Madrid– que una del parque de El Retiro –zona rica de la capital–. Y también es igual el cuidado con el que los tratan los voluntarios autorizados por el Ayuntamiento de Madrid.
Los gatos callejeros están fichados
Ayuntamiento, protectoras y voluntarios madrileños utilizan el método CER: Captura, Esterilización y Retorno al lugar del origen o lo que es lo mismo: cogen al gato en su colonia, lo esterilizan y lo devuelven a la colonia con una marca en la oreja para saber que está esterilizado. La esterilización se hace para controlar la población de gatos callejeros, evitar la propagación de enfermedades y favorecer la convivencia con los vecinos humanos: un gato esterilizado solo se preocupará de comer y mantener su territorio, no maullará para reproducirse ni entrará en peleas con otros gatos con tanta facilidad.
«El método CER es muy eficaz para el control de los gatos porque el problema viene cuando hay superpoblación», afirma Arancha Sanz, portavoz de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Madrid (SPAP), que recuerda que «en la Comunidad de Madrid hay sacrificio cero desde 2016. Antes a los gatos que capturaban, los mataban».
Quienes más se ocupan de los gatos callejeros son los voluntarios, mayoritariamente mujeres, acreditados por el Ayuntamiento. «Además de capturarlos y esterilizarlos, los desparasitamos, alimentamos, limpiamos los puntos de alimentación, los curamos, si podemos hacerlo nosotros, o los llevamos al veterinario si es más grave», explica Luis Aso, voluntario en Cañada Real de SPAP.
Cuidadores 24/7
Mientras los vídeos de gatitos lo siguen petando en internet, hay personas que prefieren dedicar su tiempo a los gatos de carne y pelo que viven en la calle. El Ayuntamiento de Madrid dice que todavía hay colonias que no están controladas, pero muchas sí lo están y es gracias a la labor de los voluntarios.
«Aquí tienes que venir haga frío, calor, llueva, nieve, da igual que estés cansada o que tengas un mal día», dice Mercedes Hervás de la Asociación de Amigos de los Gatos del Retiro (AGAR). «Mi mujer y yo nos solemos coger cinco días de vacaciones al año, nada más, no podemos ni queremos dejar de venir a cuidar a los gatos», cuenta Luis. Durante el tiempo que paso con Luis y Mercedes siempre que suenan sus móviles es una llamada relacionada con gatos. Ni que decir tiene que los dos tienen gatos en su casa.
Luis Aso tiene 59 años y es militar en la reserva. «Dejé de salir a misiones en 2006. He pasado por Bosnia, por Irak y acabé muy tocado física y anímicamente. Desde que dejé las misiones estoy de voluntario con los gatos, son seres maravillosos…». Luis se puede pasar más de quince horas seguidas fuera de casa atendiendo a temas gatunos. Conduce una furgoneta blanca decorada con pegatinas de gatos y totalmente adaptada a sus amigos peludos: tiene jaulas, comida, bidones de agua, un botiquín gatuno, mantas. En esa furgoneta recorre las calles de Cañada Real donde atiende a una población de más de doscientos gatos; al mes les pone unos ciento cincuenta kilos de comida en los siete puntos de alimentación que hay.
Mercedes Hervás tiene 45 años y una discapacidad del 75%. «Por ese motivo no puedo trabajar. Cuidar a los gatos es un compromiso grande pero no tiene horarios como un trabajo, es más flexible. Esto es una manera de sentir que hago algo útil con mi vida. Mientras me pueda mover, vendré. Yo he estado muy enferma y tuve un gato que lo que me aportó no me lo aportó nadie». Mercedes no tiene una furgoneta gatuna como Luis, ella va a Retiro en autobús. En el parque hay casi trescientos gatos distribuidos en nueve puntos de alimentación que incluyen casetas a modo de refugio puestas por el Ayuntamiento. En El Retiro hay más voluntarios que en Cañada, así que lo habitual es que cada uno vaya un día a la semana a atender a los gatos. Mercedes es una suerte de coordinadora, además de ser la encargada de hacer las capturas, y Cecilia Fernández es una de las voluntarias que acude a alimentar y cuidar a los gatos. Cecilia tiene 21 años, es cajera en un supermercado y estudia finanzas, banca y seguro. Viene a Retiro semanalmente desde su casa, que está a unos diez kilómetros.
Tanto la protectora con la que colabora Luis como AGAR fomentan las adopciones, pero no es fácil. Solo dan en adopción a los gatos que no presentan problemas de sociabilidad, pues no hay que olvidar que hablamos de gatos que viven en la calle, no son gatos domésticos que se han criado en contacto con el ser humano.
«No tenemos capacidad económica para atender a todos los gatos como quisiéramos»
El Ayuntamiento de Madrid da dinero a todas estas entidades pero nunca es suficiente. «No tenemos capacidad económica para atender a todos los gatos como quisiéramos», cuenta Mercedes. Así que es habitual que pongan dinero de sus bolsillos para atender sus necesidades. «No sé ni cuánto dinero llevo gastado en cuidar a los gatos callejeros, ni lo quiero saber», dice Luis con una sonrisa de resignación.
Las personas que eligen el maltrato
Si el funcionamiento de las colonias de gatos y el compromiso de los voluntarios es el mismo en cualquier zona de Madrid, también lo es el maltrato. Empecemos con el abandono. La gente sigue abandonando gatos y suele tener la brillante idea de hacerlo en lugares donde hay colonias porque piensan que así su gato va a estar con «amiguitos». La realidad es bien distinta, lo habitual es que los gatos domésticos tengan los días contados en la calle. Normalmente las colonias de gatos no aceptan a nuevos miembros que no hayan nacido dentro de la colonia, así que el recién llegado será blanco de ataques y se las verá y se las deseará para tener acceso a la comida.
Por otro lado están los ataques por parte de las personas: desde lanzamientos de piedras o envenenamiento a los que consideran divertido soltar a sus perros para que cacen a los gatos. Tanto Mercedes como Luis han visto atrocidades cometidas con los cachorros de las camadas.
También los hay que llevan a sus perros a que se coman la comida de los gatos o que roban los comederos que les ponen los voluntarios. A estos grandes amigos de los gatos se unen los que insultan a los voluntarios. «Conmigo se meten menos porque soy un hombre», explica Luis, «pero lo de las mujeres, que son mayoría, es tremendo. Tengo una compañera que trabaja en otra zona y sale a las cinco de la mañana, sea invierno o verano, porque es el único momento que puede hacerlo sin que se metan con ella».
Hay insultos habituales relacionados con la suciedad. «Los voluntarios ponemos mucho empeño en la limpieza del entorno, quitamos la basura aunque no sea nuestra y cuando te llegan los vecinos a decirte es que esto está muy sucio… Ya, pero es que los gatos no beben cocacola, ni usan preservativos, ni fuman. Toda la basura que hay no la genera el gato, sino el ser humano, que somos muy guarros», se queja Luis.
También está lo que Mercedes llama maltrato inconsciente o bienintencionado. Un ejemplo es el afán de las personas por alimentar a los gatos. «En Retiro hemos visto que les han puesto macarrones, cocido, paella, tortilla de patatas, chorizo, gambas». El clásico ejemplo de intentar hacer el bien y equivocarse es poner leche y pescado al gato, cuando son dos alimentos que le sientan mal.
Mercedes cuenta con envidia que a veces ve reportajes sobre gatos callejeros en otras partes del mundo donde los respetan y viven muy bien. Ella explica que aquí la vida media de un gato en la calle es de 4 a 6 años. Están sometidos a demasiados peligros, por lo que todos los protagonistas de este reportaje coinciden en que lo ideal sería que no hubiera ningún gato en la calle porque no es su sitio.
Los vecinos de Cañada
Como bien explica Arancha Sanz, de SPAP, hay un extremo y otro: gente que se deja la vida –como los voluntarios– y gente que los maltrata. Lo que sí diferencia a Cañada del resto de colonias de gatos callejeros es la relación con los vecinos. Allí también hay maltratadores pero hay vecinos que tienen un trato muy cercano con los gatos. Que allí las casas estén a pie de calle facilita ese vínculo entre personas y gatos. Hay incluso algunos puntos de alimentación que están en las puertas de las viviendas. Cada vez que Luis llega a uno de estos puntos aparece como mínimo un vecino a saludar e interesarse por los gatos. Uno de estos puntos está en la casa de Mohamed. Su casa no tiene luz pero siempre que puede compra comida a los gatos. «Hay que cuidarlos, no van a estar abandonados. También tienen que vivir, no vamos a vivir nosotros bien y ellos mal».
Kati también tiene un punto de alimentación en la puerta de casa. «Aquí vienen a comer unos veintiséis gatos». Se nota el contacto humano constante porque mientras hablamos uno de los gatos se enreda entre mis piernas. «Mi marido les ha hecho una cabañita para que puedan estar. Nos gastamos cincuenta o sesenta euros a la semana en los gatos. Yo le digo a mi hija que si alguien me ofrece un millón de euros por matar un gato, no lo hago».
La casa de los padres de Fatima tiene cerca un punto de alimentación. «Gracias a Luis y los voluntarios esto ha cambiado bastante porque antes los gatos estaban muy desatendidos. Y gracias a ellos aprendí que no había que darles pescado crudo, que nosotros les dábamos pensando que era bueno». Un par de casas más arriba aparece Rashid, que durante el temporal de Filomena metió a los gatos en casa con ayuda de su vecina, que se quedó con los que no le cabían a él. Rashid tiene un punto de alimentación en la entrada de casa. Tiene dos hijos con parálisis cerebral y su vecina cuenta con orgullo que cuando Rashid sale cada mañana a llevar a sus niños al autobús del colegio, los gatos lo siguen. Rashid lo tiene claro: «Yo cuido de trece gatos, a mis hijos les gustan mucho. Me gustaría vivir en otro sitio que no fuera Cañada Real, pero si pudiera irme, me llevaría a los gatos».