Teorías de la conspiración y dónde encontrarlas: La mente conspirativa
Nuestra mente es el lugar feliz en el que anidan las teorías de la conspiración. Desde las inofensivas hasta las salvajemente descabelladas. Entender sus mecanismos es clave para evitar ser esclavos de nuestros sesgos
El mundo está dominado por una élite adoradora de Satán que bebe sangre, practica la pederastia y de vez en cuando hace sacrificios humanos, pero no hay que temer (demasiado) porque Donald Trump ha sido elegido para desmantelar esa red y acabar con su poder político y mediático, y finalmente cuando el bien se imponga al mal alcanzaremos el Gran Despertar (así, con mayúsculas). Esto lo sabe cualquier iniciado en el culto de QAnon, una de las teorías de la conspiración actualmente más populares en Estados Unidos, y de acuerdo con The Economist, una que está en pleno proceso de expansión geográfica y demográfica.
Es fácil —y usual— descartarla calificándola simplemente de alucinación colectiva y a todos sus seguidores como ignorantes, fanáticos, paletos desequilibrados o todas las anteriores, por usar algunos de los términos con los que más frecuentemente son descritos, pero ni QAnon es un movimiento desdeñable, ni sus seguidores están «locos». Porque si loco es cualquiera que cree teorías de la conspiración, ¿qué clase de locos sois vosotros? ¿O es que de verdad creéis que no creéis en ninguna teoría de la conspiración?
Se estima que actualmente un 15% de los estadounidenses cree en QAnon. Se dice rápido, pero eso es casi 50 millones de personas.
Puede ser el Área 51, el asesinato de JFK o el 9/11 nos pillen un poco lejos de casa, y que consideremos que los terraplanistas y los reptilianos están en el nivel Premium Plus Ultra de desconexión de la realidad, pero lo cierto es que hay teorías de la conspiración para todos los gustos —siempre las ha habido— y es probable que creáis en alguna de ellas. Estas son algunas de las más populares: El cambio climático es una farsa. La crisis financiera del 2008 fue provocada por el gobierno. Las vacunas son vehículos para inyectarnos microchips diseñados por Bill Gates. El 5G produce pandemias. El hombre nunca llegó a la Luna. Obama falsificó su certificado de nacimiento. Los gobiernos ocultan la cura contra el cáncer por presión de las farmacéuticas. La Familia Real británica mandó a matar a Lady Di. Shakespeare era un colectivo de artistas (como Banksy). Jeffrey Epstein no cometió suicidio, John McAfee tampoco. No nos han dicho la verdad sobre el 23F, ni sobre el 11M, ni sobre los crímenes de Alcàsser. España compró los votos para que Massiel ganase Eurovision en 1968. Los pitufos son satánicos y Las Ketchup también. Paul McCarney está muerto.
¿Alguna de estas afirmaciones resonó con alguna de vuestras convicciones presentes o pasadas? Normal.
Intuicionismo y racionalismo
La mayoría de las teorías de la conspiración están ancladas en la emocionalidad. Responden a una búsqueda de respuestas ante la ansiedad, la incertidumbre y la aleatoriedad, y su proceso de verificación, generalmente, no contempla la búsqueda de pruebas racionales irrefutables, documentación oficial, resultados experimentales u opiniones expertas (al menos no de autoridades reconocidas, basta con ser celebrity o tiktoker o expresidente). Las teorías de la conspiración se verifican de manera visceral, intuitiva. Es cierto que muchas teorías cuentan con fragmentos, aristas, tangentes de realidad comprobable (‘Q’, el enigmático líder de QAnon solía darle este tipo de pruebas a sus seguidores para añadir veracidad a sus afirmaciones), pero su fuerte está en el componente emocional. Basta con que algo haga click, con que se sienta correcto, con que nos dé buena sensación para asumirlas como ciertas.
Un estudio realizado en 2020 y publicado por la revista científica Frontiers in Psychiatry menciona esa preferencia por un estilo de pensamiento intuitivo acompañado de una propensión a una toma de decisiones precipitada (sesgo JTC: Jumping to Conclusion) como posibles fundamentos cognitivos de las creencias conspirativas.
Para hablar del intuicionismo, Eric Oliver, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago y autor del libro Enchanted America, suele poner como ejemplo a su hijo pequeño y su miedo al monstruo que vive en su armario. Los niños, dice Oliver, son «grandes intuicionistas». Su hijo, luego de escuchar las explicaciones racionales de Oliver acerca de la imposibilidad de que haya un monstruo en su armario, simplemente le dijo: «Vale, si no hay un monstruo, ¿por qué tengo miedo?»
En Enchanted America Oliver, junto a Thomas J. Wood, co-autor del libro, explican que las intuiciones están basadas en las emociones, y que cuando la incertidumbre acerca del mundo genera mucha ansiedad eso nos pone en una posición muy incomoda desde el punto de vista de evolutivo, ya que cualquier animal que viva en la incertidumbre está en peligro. Por eso pasamos gran parte de nuestra vida tratando de reducir esa ansiedad, y ante lo desconocido, intentamos encontrar una respuesta, una explicación, lo más rápidamente posible. Cuando nos sentimos ansiosos buscamos una explicación que racionalice esa experiencia emocional.
«Así es básicamente como funcionan nuestras intuiciones. Sentimos miedo y buscamos explicaciones que estén alineadas con nuestros propios sentimientos de ansiedad. De alguna manera, esto es lo que pasa con las teorías de la conspiración. Como sentimos miedo, debe haber un monstruo en el armario», concluye Oliver conversando con Paul Rand en el podcast Big Brains de la Universidad de Chicago.
Fast and furious
Chris French, psicólogo británico especializado en la psicología de creencias y experiencias paranormales y profesor emérito de la Unidad de investigación de psicología anómala de la Universidad de Goldsmiths, encuentra conveniente explicar el intuicionismo usando los dos sistemas de pensamiento descritos por Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio. El Sistema 1 es el encargado de reaccionar, pensar y asociar rápido, tiene que ver con nuestra capacidad innata de percibir el mundo a nuestro alrededor, y en él incluimos gradualmente esas actividades mentales que se vuelven rápidas y automáticas a gracias a la práctica prolongada. El Sistema 2, por el contrario, es al que acudimos cuando algo no nos es familiar y requiere de nosotros análisis más profundo, detallado y continuo.
El Sistema 1 genera continuamente sugerencias para el Sistema 2: impresiones, intuiciones, intenciones y sentimientos. Si cuenta con el respaldo del Sistema 2, las impresiones y las intuiciones se convierten en creencias y los impulsos en acciones voluntarias.
Ambos sistemas están activos cuando estamos despiertos. El sistema 1 se ejecuta automáticamente y el sistema 2 normalmente se encuentra en una especie de modo de «ahorro de energía». La división del trabajo entre ambos sistemas suele ser muy eficiente: minimiza el esfuerzo y optimiza el rendimiento. Sin embargo, el Sistema 1 tiene sesgos: en ocasiones responde preguntas más fáciles que las que se les planteó y tiene poca comprensión de la lógica y la estadística. Una limitación adicional del Sistema 1 es que no se puede apagar.
«Algunas personas son pensadores mucho más críticos en términos de preferir confiar en la evidencia, la ciencia, etc., y otras personas a menudo son más intuitivas y se fían más de sus emociones e intuiciones», me comenta French del otro lado del teléfono, y añade que muchas veces tendemos a pensar en estas dos conductas como extremos opuestos de un continuo, pero hasta cierto punto son independientes, puedes ser un pensador crítico, pero también puedes, en otras ocasiones, pensar en términos de símbolos y metáforas, y dependiendo de la cuestión o la ocasión, también puedes primar uno u otro sistema. Todo esto sucede, la mayor parte del tiempo, de manera inconsciente.
«Todos tenemos estos dos conjuntos de herramientas disponibles. A mi me gusta pensar en mí mismo como un pensador crítico, pero también disfruto del arte, la ficción y el drama, de la pintura surrealista, por ejemplo, que usa mucho simbolismo y metáfora y demás, por lo que no son del todo excluyentes», afirma French.
Costos tangibles vs costos simbólicos
Para comenzar a entender cuán intuicionistas somos, Oliver suele hacer una serie de preguntas cuyas respuestas generalmente no suelen darse de manera tan rápida como nos gustaría pensar: ¿Preferirías apuñalar una fotografía de tu familia cinco veces con un cuchillo afilado o meter la mano en un cuenco de cucarachas? ¿Preferirías dormir con un pijama lavado que alguna vez usó Charles Manson o coger una moneda del suelo y ponértela en la boca? ¿Preferirías pasar la noche en una lúgubre estación de autobuses o pasar la noche en una lujosa casa donde una vez fue asesinada una familia?
«Lo que estamos haciendo con estas preguntas es pedirle a la gente que compare y elija entre los costos tangibles y los costos simbólicos. Apuñalar una fotografía de nuestra familia, por ejemplo, es solo hacer un corte en una hoja de papel. Pero, para muchas personas, apuñalar una fotografía se siente como si estuviéramos haciendo daño a un miembro de la familia», afirma Oliver en Big Brains.
Tanto en este ejercicio, como en la vida en general, la mayoría de la gente tiende a situarse en un variable punto medio. Es por eso que en situaciones como la actual, con una crisis global, que ha irrumpido nuestra cotidianidad y ha alterado nuestra vida, generalmente empeorándola (a menos que te apellides Bezos, Gates o Musk), a la que se suma un aumento de la incertidumbre tanto por la naturaleza evolutiva de la información científica, como por los fallos comunicativos de los gobiernos y de los medios, es más que normal que el miedo y la ansiedad empujen a muchas personas a dudar de la información y de las fuentes oficiales y a refugiarse en afirmaciones que parecen tener más sentido que la deriva y el caos (o que a veces simplemente son expresadas con más convicción). Y eso, obviamente, no está intrínsecamente mal, «no queremos que la gente acepte automáticamente todo lo que proviene de fuentes oficiales, queremos que la gente cuestione los anuncios del gobierno, que cuestione la cobertura de noticias, pero también queremos que esta gente evalúe la evidencia y llegue a conclusiones razonables», señala French.
Si una fuerza malvada, o una élite de pederastas, es la causa de todo lo que está pasando, es posible entonces que alguien pueda hacer algo al respecto. Si al contrario, y simplificando muchísimo, se trata de la entropía del universo en acción (y de la sumatoria de muchas acciones humanas que no necesariamente estamos por la labor de asumir y/o corregir), es mucho más complicado hacer las paces con esa falta de agencia.
«Las personas que creen en teorías de la conspiración son escépticos sin capacidad de pensamiento crítico»
«A veces describo a las personas que creen en teorías de la conspiración como escépticos sin la habilidad de ejercer el pensamiento crítico», comenta French. «Son escépticos en el sentido de que dudan, generalmente de la versión oficial, pero cuando haces esto necesitas también las habilidades adecuadas para evaluar la evidencia, porque no todo lo que el gobierno te dice es mentira, a veces nos mienten sí, pero no siempre. Y es justo para discernir en qué fuentes creer que se necesitan habilidades críticas. Hacer su propia investigación descendiendo por una madriguera de conejo en YouTube o Facebook, eso no es investigar, esa no es una buena fuente de información confiable».
(Y ni toquemos aquí a los medios que se hacen altavoz de los conspiranoicos por los ratings, o cómo las redes simplifican y amplifican mensajes irresponsables por los lols y los likes).
De sesgos y miedos
La mente conspirativa, es el lugar feliz en el que desde el comienzo de los tiempos han vivido y prosperado todas las teorías que de una manera u otra han llegado o nos han traído hasta aquí, por ello, para concluir esta primera parte de la serie Teorías de la conspiración y dónde encontrarlas, resulta útil un artículo de Pedro Silva, investigador del Instituto de Riesgo e Incertidumbre de la Universidad de Liverpool, titulado Sistemas de creencias y comunicación de riesgo en tiempos de pandemia, en el que explica por qué tomar decisiones en momentos de incertidumbre, es una de nuestras grandes ventajas evolutivas, y al mismo tiempo es algo que se nos da regular. «La toma de decisiones en sí misma es una tarea complicada. Debemos procesar una amplia variedad de información; desde nuestro conocimiento de los riesgos actuales planteados, hasta nuestras experiencias previas con determinadas elecciones, e incluso nuestro estado emocional».
Apoyándose en los postulados de Kahneman, Silva además añade la siguiente consideración fisiológica: «Cuando se enfrentan a la incertidumbre, las regiones del cerebro involucradas en la toma de decisiones y la evaluación de riesgos (la corteza órbitofrontal y la corteza prefrontal ventromedial) se activan conjuntamente con las regiones involucradas en la regulación de las emociones (amígdala)». Es por eso que, especialmente en tiempos de miedo, prisa y falta de certezas, debemos estar conscientes de que gran parte de nuestra toma de decisiones se basa en procesos inconscientes que se sirven de herramientas cognitivas como sesgos y prejuicios que a menudo pueden convertirse en una muleta que nos impide razonar. Razonar de verdad, no buscar argumentos que respalden rápida y fácilmente nuestras intuiciones.
Si la necesidad es la madre de la invención, concluye Silva, el miedo es el arquitecto de nuestro status quo.