Los afganos afrontan un invierno a -35 grados al borde de la inanición
400.000 personas recibieron asistencia gracias a los convoyes que operan en todo el país, pero se debería llegar a nueve millones de personas al mes para evitar una catástrofe humanitaria
El precio del trigo, principal exportación agrícola en Afganistán, además del opio, se ha disparado en el país asiático. Si en julio los afganos podían hacerse con un kilo de trigo por 35 afganis –0,41 dólares–, hoy, el precio mínimo es de 87 afganis –1,02 dólares–. Aparentemente, estas cifras pueden no resultarnos desorbitadas, sin embargo, teniendo en cuenta que el 60% de población afgana vive por debajo del umbral de la pobreza, esto es, con 1,9 dólares por día, la situación es verdaderamente catastrófica.
De esta forma, la sequía –que ya afecta al 80% de la población– y la hambruna están haciendo que miles de personas abandonen el campo y se dirijan a las ciudades, por lo que el Programa Mundial de Alimentos teme que los alimentos se agoten a finales de mes, llevando a 14 millones de personas al borde de la inanición.
Así, solo un mes después de la toma de Kabul por parte de los talibanes, la economía en Afganistán está en ruinas a pesar de los cientos de miles de millones de dólares invertidos en desarrollo en los últimos 20 años. La mitad del país –unas 18 millones de personas– ya necesita ayuda humanitaria y uno de cada dos niños menores de cinco años sufre desnutrición aguda y necesita tratamiento de urgencia, según la ONU. Además, de aquí a final de año, 10 millones personas se encontrarán en situación extrema de inseguridad alimentaria. En una palabra, la situación en Afganistán es nefasta y, virtualmente, toda la población está pasando hambre, es decir, 23 millones de personas.
Un invierno a -35 grados
Mientras que gran parte de la atención en Occidente se ha centrado en si el nuevo Gobierno talibán cumplirá sus promesas de proteger los derechos de las mujeres u ofrecer refugio a grupos militantes como Al Qaeda, para muchos afganos la principal prioridad es la simple supervivencia. En unos meses, con la llegada del invierno, las temperaturas se desplomarán alcanzando los -35 grados. «El incremento del precio de la gasolina ha aumentado en algunas provincias un 20%», cuenta el responsable de incidencia humanitaria de Acción contra el Hambre, que señala que si en julio el litro podía estar a 55 afganis, en agosto ascendió hasta 68 afganis. «Tenemos que hacer todo lo posible para evitar el riesgo real de que haya una hambruna generalizada y un desastre humanitario», insiste.
Los talibanes heredan así una economía que se encuentra entre las más destartaladas del mundo, solo seis países, entre ellos Burundi, Somalia y Sierra Leona, tienen un PIB per cápita más bajo. Es también uno de los territorios más expuestos a desastres naturales, como la actual sequía que ya afecta al 80% de la población. Además, a causa de la pandemia, nueve millones de personas han perdido sus medios de vida y, ahora, tras la irrupción talibán y la interrupción casi total de la ayuda humanitaria, una nueva ola amenaza con seguir agravando la pobreza crónica. Todo ello repercute en la alimentación de la población: el 45% padece desnutrición, según ACNUR, y la situación puede convertirse en una catástrofe en todos los sentidos.
Sin liquidez
Así, dependiendo de cómo evolucione la situación, el país podría sumar pérdidas económicas de hasta un 13% de su producto interior bruto (PIB) para mediados del 2022. Según un análisis reciente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), una caída del PIB de entre el 10 y el 13% podría llevar a Afganistán al borde de la pobreza universal, elevando la tasa de pobreza hasta un 97%, a pesar del progreso difícil pero real logrado durante las últimas dos décadas.