THE OBJECTIVE
Fuera de carta

Activismo de bote

«Es en la elaboración de una receta de cocina cuando caes en la cuenta de que toda la historia de la humanidad y su progreso se encuentran ahí condensadas»

Activismo de bote

Una lata de sopa de tomate Campbell's. | Unsplash

Como en este espacio voy a escribir principalmente sobre lo comestible y lo culinario –como ven, doy rodeos para no decir lo gastronómico–, pensé que me venía al pelo la acción performativa de las activistas que intentaron dañar Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery. Me venía al pelo porque me fijé en que la sopa de tomate que le lanzaron al cuadro era Heinz de bote, y esto enseguida me trajo a la mente lo triste y monótono de los hábitos alimenticios del Reino Unido, uno de los pocos factores que logra unir al amplio Pantone de clases sociales presentes en ese país. Desde la media-alta hasta la bajísima, todos los británicos han comido alguna vez un sándwich envasado de pepino y atún mientras viajaban en tren, o unas baked beans de lata de las que aparecen en las fotografías de Martin Parr cuando pone su objetivo en el día a día de su país.

Pensaba, como digo, centrar este texto en la tradición británica de la comida envasada, sin olvidarme de mencionar la carne en lata llamada SPAM, esa que bautizó los mensajes basura que seguimos recibiendo a diario en nuestras cuentas de correo electrónico. Pensé también en la paradoja de que Andy Warhol emplease latas de sopa –¿era más sabrosa su Campbell’s que la Heinz de hoy? – como musas de sus obras, pero sin despilfarrar la comida, pues desde niños sabemos que es algo sagrado con lo que no hay que jugar. Pero la realidad siguió su curso y ahora debo ocuparme, no solo de una sopa de tomate Heinz lanzada a un lienzo, sino de un menú del día completo, que incluye puré de patatas y tarta de chocolate, pues esos son los alimentos empleados en las otras dos acciones recientes en museos que nos han regalado los activistas climáticos.  

(Última hora: en el descanso que he hecho para comerme una manzana entre párrafo y párrafo, han atacado el lienzo de La joven de la perla de Vermeer en La Haya, esta vez con salsa de tomate, una vez más, de bote. En realidad, la acción ha consistido en verter la salsa dentro de la camisa de uno de los activistas, pero lo que más me interesa es que han vuelto a usar la comida para sus performances justicieras).

El puré de patatas ha ido a un Monet que se encuentra en el Museo Barberini de Postdam. Es decir, los activistas se han decantado por un auténtico Kartoffelpüree, muy coherente con la alimentación alemana. Ya están tardando los que planeen el lanzamiento de salmorejo de tetrabrik a algún Murillo o a un Sánchez Cotán del Prado. El salmorejo marida perfectamente con los bodegones de cardos y tubérculos paliduchos de este último, y, además, forma parte de la dieta mediterránea. 

«He de hacer esfuerzos para distinguir la procedencia del puré de patatas que ensució el vidrio protector de ‘Los pájares’ de Monet»

Vuelvo al puré de patatas germánico: he de hacer soberanos esfuerzos visuales para distinguir la procedencia del que ensució el vidrio protector de Los pájares de Monet, pues ningún videasta aficionado se ha preocupado de mostrar un primer plano del envase en el que traían el puré que, sin problemas, lograron pasar por el control de la entrada. En uno de los videos me parece descubrir un tarro de vidrio con algo blanco semilíquido dentro. La pregunta que me hago es si esos chavales (y al usar esta palabra me siento muy José Luis López Vázquez), se habrán entretenido pelando las patatas, hirviéndolas, batiéndolas y añadiéndoles leche, mantequilla y su punto de sal, pimienta y nuez moscada para elaborar la papilla que devino arma blanca. Yo diría que más bien han tirado de un cartón de Maggi o de alguna otra marca de las de allí (quizá Dr. Oetker, que suena tan teutona), han añadido agua a los copos de papas deshidratadas y, hala, han salido pitando con su mejunje a la Kunsthalle de turno a hacer las prácticas del primer semestre de Activismo contemporáneo. 

Lo mismo me pregunto ante las dos tartas de chocolate que le han estampado a la reproducción en cera del rey Carlos III. ¿Las habrán amasado con dedicación o serán de algún Tesco o Sainsbury’s cercano al museo Madame Tussauds, donde ha tenido lugar la acción? El muchacho y la muchacha que han lanzado las tartas desconocen que, con su gesto, impulsan un hermanamiento escalofriante entre España y Albión, pues de manera automática se convierten en dignos continuadores de la familia Ruiz-Mateos: recordemos aquel acto de protoactivismo cañí en el que Paloma, la hija del fundador de Rumasa, le pegó a Isabel Preysler un tartazo en un acto público.

Dicho todo esto, creo que puedo concluir con esta moraleja: si cocinas con esmero un plato en tu casa usando tus sartenes, tu cucharón de madera y tu horno, si les das un hervor a los tomates para pelarlos más fácilmente antes de convertirlos en sopa y montas las claras a punto de nieve para elaborar el bizcocho que emplearás en la tarta, seguro que te lo piensas dos veces antes de desperdiciar el resultado arrojándolo a un cuadro o escultura. Es en la elaboración de una receta de cocina cuando caes en la cuenta de que toda la historia de la humanidad y su progreso se encuentran ahí condensadas: desde el descubrimiento del fuego hasta el primer viaje a América, gracias al que Europa conoció tanto los tomates como el chocolate. 

Perdónenme la boutade, pero casi prefiero a Mary Richardson, que se arriesgó mucho más en las violentas cuchilladas que le asestó a la Venus del Espejo de la National Gallery en 1914. A estos mozos los veo meros epígonos, tanto del «que te pego, leche» como de la sufragista inglesa. Y, sobre todo, veo que les faltaron unos padres que les instaran a no dejarse comida en el plato.

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