Los suelos del vino, un condicionante principal
Sus cualidades afectan al resultado final, razón por lo que se cuenta entre los factores influyentes para el crecimiento de las uvas y su desarrollo
En esta sección hemos referido en múltiples ocasiones los suelos en los que crecen las viñas por la importancia que tienen en el resultado obtenido. Son muy diversas las derivadas que influyen en el vino, pero tanto el clima como la tierra son factores determinantes para la uva. Tambiém, a posteriori, para la elaboración que se quiere conseguir. Es por esta razón que bodegas y enólogos insisten tanto en poner en valor parámetros como la orientación del viñedo, su localización, inclinación y el entorno (si hay plantas, árboles, presencia de biodiversidad…). Y en lo que a condiciones climáticas se refiere, en las horas de sol que recibe la planta y con qué intensidad, los contrastes térmicos entre el día y la noche o la cantidad de agua de la que dispone.
La profundidad, la textura, la estructura y los componentes del suelo se cuentan entre los factores más relevantes. Esto se conoce como terruño (o terroir en francés). Eso sí, que el vino refleje dicho terruño exige unas prácticas respetuosas tanto en el campo como durante la vinificación. O lo que es lo mismo, lo más naturales o ecológicas posibles y una mínima intervención (humana). Todo para no restar identidad ni singularidad a las características que le son propias.
En este contexto, el tipo de suelo y sus componentes (minerales, materia orgánica, nutrientes, la acidez…) son fundamentales porque es de dónde la planta va a recibir el alimento para su desarrollo. Por ende, es determinante en las cualidades de las uvas y de los vinos e influye muchísimo tanto lo que hay en superficie como lo que queda debajo. E importa si se trata de un suelo más o menos profundo (condiciona la extensión de las raíces), si facilita el drenaje, si retiene calor o si es más o menos pobre en materia orgánica, entre otras características.
Entre destacados y habituales
En España tenemos un amplio abanico de suelos. Con zonas definidas por un tipo en concreto, aunque es más habitual la convivencia de unos y otros en función de su geolocalización y dada la extensión de muchos de los territorios vitícolas (con variedad de climas, altitudes, paisajes…). No obstante, hoy en THE OBJECTIVE te contamos cuáles son los principales:
Suelos arcillosos
Como su nombre indica, se componen de arcilla (en ocasiones también con finísimos y pequeños limos, de ahí que se hable de limosos y arcillosos). Destacan por su capacidad para retener los nutrientes y el agua pues son poco permeables, con lo que conservan la humedad durante largo tiempo. Son suelos frescos que sufren bastante si hay sequía porque se endurecen dificultando el cultivo además del crecimiento de las raíces. Dan vinos con volumen, elegantes, de color intenso y con un nivel de taninos alto (*).
(*)Recordar que los taninos proceden de la permanencia en barrica del vino pero también de un componente localizado en las pepitas, el raspón y los hollejos de la uva. A él se deben aromas, color del vino y la estructura que una elaboración exige si quiere aguantar en el tiempo. Un vino equilibrado significa que ese tanino pasa desapercibido entre el resto de sabores.
Pizarrosos
Son pobres, tienen poca materia orgánica y esto obliga a las raíces a trabajar muchísimo pues tienen que buscar los nutrientes en zonas profundas. La pizarra, con su color oscuro, retiene el calor del sol favoreciendo que las uvas maduren antes además de que tengan un alto grado alcohólico. Estos suelos definen, principalmente, el Bierzo, la Ribeira Sacra y el Priorat. Los vinos procedentes de suelos pizarrosos resultan complejos, con mucha estructura y unos clarísimos aromas minerales.
Suelos graníticos
Además de tener una reseñable acidez, estos suelos, como los anteriores, producen también sensaciones minerales junto a toques salinos en el vino. Se trata de suelos sueltos, con una textura arenosa que hace que por el día transmitan calor pero por la noche se enfríen más rápido. Es por eso que en ellos las uvas maduran más despacio. La intensidad aromática (con destacadas notas florales) es una de las señas de identidad de sus vinos.
Pedregosos o aluviales
Por su textura, son señalados como los más indicados para el cultivo de la vid: facilitan el drenaje (que se elimine el exceso de agua). Se trata de suelos habitualmente secos y cubiertos de piedras de mayor o menor tamaño, cantos rodados por lo general, que recogen el calor del día y lo irradian por la noche lo que favorece la maduración de las cepas. Se traducen en vinos potentes y con grado.
Suelos arenosos
Son sinónimo de finura y vinos ligeros, suaves, aromáticos, con baja acidez y poco grado pues en ellos la maduración es más rápida. Formados por arenas, son suelos sueltos (lo que permite que las raíces penetren y crezcan en profundidad). Al igual que los anteriores favorecen el drenaje del agua y de la materia orgánica, con lo que retienen poca humedad. Necesitan poca agua y hay que recordar que fue en las zonas con suelos arenosos donde se salvaron de la filoxera pues el insecto no se pudo propagar entre sus viñas. En Zamora, Segovia, Galicia o Canarias, por ejemplo, se conservan por esta razón viñedos prefiloxéricos, lo que significa que están plantados directamente en la tierra, no han sido injertados.
Calizos
Por la alta cantidad de piedra caliza (roca compuesta en su mayoría por carbonato de calcio pero también, entre otros, con trazos de arcilla o cuarzo) que lo compone contiene la acidez del suelo dando vinos con grado alcohólico y baja acidez, además de con cuerpo y riqueza aromática. Se distinguen por la presencia de piedras, y también se llaman calizos porque proceden de la descomposición de esas piedras.
Suelos volcánicos
Deben su nombre a que tienen un origen volcánico. Se caracterizan por su alto contenido en minerales (que se manifiestan en los aromas del vino) y su permeabilidad. En ellos tampoco se desarrolló la filoxera y es en Canarias donde son más habituales.
Suelos francos
Son una combinación de suelos arenosos y los limosos y arcillosos, pobres en materia orgánica, permeables y por eso se señalan como mejores para el cultivo de la viña pues la vid prefiere los suelos pobres. Esto es explica por el estrés hídrico que le provoca la necesidad de buscar agua y que se traduce en calidad de la uva ya que la producción de la cepa es menor. Por esta razón en viñedos con mucha agua se deja que crezca la hierba para que las viñas tengan menos agua disponible.