Gazpacho de manzana y mi crítica a la ortorexia (la obsesión por comer sano)
«Hago trampa, y a este paso me vais dejar de leer, porque uso un brik del gazpacho Hacendado»

Gazpacho
Tengo un amigo biólogo. Botánico por más señas, especialista en Centaureas, algo sospechosamente –me parece a mí– similar a los cardos. Pero el caso es que los cardos (o las Centaureas, según se mire) deben de ser algo importante en botánica. Una ojeada a Wikipedia y… juro por los bigotes de Plekszy-Gladz que nos cuenta lo que sigue:
«Son enteras, dentadas, sinuado-dentadas, pinnatífidas, pinnatipartidas o pinnatisectas, rarísima vez con margen espinosos. Los capítulos son terminales o axilares, solitarios, agrupados u organizados en inflorescencias paniculiformes o corimbiformes sésiles o pedunculadas, eventualmente rodeados de hojas involucrales».
Verdades como templos, qué duda cabe, y sí que deben de ser importantes cuando están rodeados de hojas involucrales, ¿no? Capítulos nada menos que axilares o terminales… Uno renuncia, claro, porque creía que quien tiene capítulos son los libros, no las plantas. No mi amigo, que se tira cuatro o cinco meses al año con charlas centaureando aquí y allá –de Tokio a Seattle– otros tres viajando por lugares que yo no sé si sabría poner en un mapa, como Uzbekistán o Eritrea (supongo que buscando sésiles u hojas involucrales) y, el resto, en su casa de Soria, disfrutando de los Boletus, las Centaureas, del bufar de los autillos y del ladrar de los corzos que, ¡ay! me tiene prohibido siquiera pensar en cazar. No me deja ni asomar mi viejo 243.
Todo lo anterior… bueno, allá cada cual. Lo único un poco preocupante es que tiende a la talibanía, voz que recién acuño, válida para definir el pensamiento y las obras de los talibanes, esos simpáticos seguidores de la sharía (o ley islámica) y también -incidentalmente- partidarios de volver a la más oscura Edad Media como sabemos. Este palabro, talibanía, podría también definir la obstinación en ciertas ideas, alimentarias en el caso de mi amigo, a quien vuelvo.
Hay descrito un trastorno alimentario –dicen que tan potencialmente grave como la temida anorexia, o su prima, la bulimia– que se llama ortorexia: básicamente, se habla de ortorexia cuando comer sano se convierte en una obsesión. Vivir genuflexo ante las etiquetas «bio», «eco» y huir todo lo demás. Es un problema relativamente reciente, una indeseable consecuencia de esa proliferación de alergias e intolerancias alimentarias que parece que no hace sino aumentar.
Sin ir más lejos, no mucho más atrás de veinte años no se conocía la intolerancia a la lactosa, y la celiaquía se describió en los cincuenta, ayer como quien dice. Es lógica, la reacción buscando el comer sano. Pero… tengo muy cerca una ortoréxica y uno no sabe a qué quedarse: si a la lástima que a uno le mueve o si al desconcierto que produce que algo que uno considera absurdo pueda llegar a regir una vida. Afortunadamente no es el caso de mi amigo muy lejos –laus Deo– de la ortorexia.
Sigue comprando en supermercados y, aun leyendo detenidamente las etiquetas, da la justa importancia al origen y a lo que llaman la «trazabilidad» del producto. Hasta ahí, bien. Pero es dado a evitar comprar lo que se pueda elaborar en casa. Todo: el pan; la masa de una pizza; unos tagliatelle; un cruasán, o un suizo; el hojaldre de un Wellington; unas empanadillas de bonito; el roscón de Reyes… Todo ello, casero. La causa: los colorantes, conservantes, los E-número y demás: «No me fío nada de la industria alimentaria», asevera. Y claro, preparar unos humildes spaghetti en su casa es echar la tarde. Un tostón.
Últimamente pasa bastantes temporadas en mi casa (que es la vuestra) y… no suelta prenda, pero sé de su desconcierto. Parece haber descubierto un mundo nuevo, mismo que debió sucederle a Núñez de Balboa, allá en Darién, maravillado ante el Pacífico.
Ha caído en que hay un sitio, llamado panadería, donde hacen un pan muy decente. Las pizze de la trattoria local son mucho más que dignas… y te las traen a casa. La bollería de la boulangerie de la esquina es muy, pero que muy honesta. Y así. Hace no mucho, llegados a casa a comer inopinadamente, sin reserva previa, tiré de recursos de última hora y calenté un codillo asado de LIDL y un par de bolsas de ensalada de Mercadona. Le vi luchar consigo mismo, pobriño. Todo él se rebelaba contra la comida preparada, pero ganó su alter ego y ahí estaba venga de mojar pan, empujándose el codillo sumidero abajo.
Todo este rollo viene a cuento del gazpacho con manzana, de que se hablaba aquí hace un par de crónicas. Sí que está rico, ¿verdad? Mi amiga Lola me lo descubrió hace no mucho y yo ya no perdono. Pero hago trampa, y a este paso me vais dejar de leer, porque uso un brik del gazpacho Hacendado (ya sabéis, Mercadona). Añádanse dos manzanas grannies o verde doncella, un chorro de aceite virgen extra, media cucharadita de sal, bátase el todo e… imbatible (con perdón por el calambur). Haced la prueba, si no. Hasta a mi amigo le pareció excelente para ser de este lado del Guadiana.
Pero de nuevo he hecho trampa, porque no he tenido corazón para contarle que es de brik. Me le da un infarto al pobre, tras el codillo…