The Objective
Crónicas disfrutonas

El mejor gintonic… es el que no sabe a gintonic

«Extraño ¿verdad? usar la cucurbitácea: un aroma muy sutil pero inconfundiblemente inglés»

El mejor gintonic… es el que no sabe a gintonic

Un gintonic. | Eve Edelheit (Zuma Press)

No soy muy amante del Gintonic. Entre mis innumerables carencias, junto a mi intolerancia con las femmes savantes y –parejo a Machado– con los pedantones al paño, está mi poca afición por la tónica. Sí, la he probado mucho, como decía el anuncio, porque entre mis amigos hay mayoría de querendones del combinado y uno trata de no perderse nada, o casi nada. Si todos lo piden será por algo, me he dicho en alguna ocasión. 

Me viene a la mente una boda, hace unos pocos años, donde en lugar de sentarnos proponían diferentes «puestos», como pequeños restaurantes, que recreaban otros tantos ambientes. Había uno de fritura andaluza, otro de comida italiana, otro de gyozas, sushis y sashimis, otro de arroces, varios carritos de criadores de ibérico que cortaban sin parar, uno de Gintonics, un mago de la venencia ante barriles de fino y oloroso… divertido, sin duda: desde luego, más que sentarse a la mesa al lado de una señora muy emperejilada que no conoce uno y que, a pesar de tus esfuerzos, limita su   conversación a poco más que ‘sí’, ‘no’, ‘bueno’, ‘va hecha una facha’ y ‘como digo yo’.

En uno de los garitos, una pitonisa (guapa era, la puñetera, y joven) leía el tarot, o lo que fuera. Y mientras a mi acompañante le decía que iba a hacer de inmediato el consabido viaje (ése que todos los lectores de cartas, sin excepción, anuncian) no pude evitar una risita, torpemente enmascarada con una tosecilla. Aquello fue imperdonable, lo sé. Me miró como si yo fuera un cubo de basura, extrañadísima de que yo aún no lo supiera. Una mirada como un taladro, peor incluso que la que, en el colegio, don Juan José (a) El Búho, me dispensó cuando me pilló asaltando su mesa en busca de su caja de caramelos. Vamos, que me fui corriendo al carrito del Gintonic para curar mi maltrecho ego con un estimulante. 

Oficiaba un joven manús y tenía una señora cola, que hacía pensar en algo que merecía la pena. Y la mereció, sí, siquiera por ver la seriedad con la que obraba el mozo. Y por disfrutar de las barbaridades con que una vieja gloria flamenca, enjuta, renegría, pequeña y vivaracha, encandilaba de risa a la fila entera. Cuando me llegó el turno me sorprendió la enorme variedad que se me ofrecía: al aroma de jengibre, con té «Earl Grey», a la mejorana, al estragón, al jazmín… Ya no recuerdo. Sí que pedí el mío con jengibre. Frotó a conciencia el borde de la copa, grande y panzuda, con limón, el interior con el jengibre (o al revés) lo llenó de agua con hielo, lo vació tirando todo, volvió a poner hielo, sirvió la ginebra (no recuerdo cuál) y la guinda fue el vertido de la tónica, con una larga cuchara de tallo en espiral. Muy despacio fue dejando que la tónica resbalara dando vueltas cuchara abajo y explicó algo así como que «no rompía la tensión superficial de las burbujas», de modo que quedaba «el punto perfecto de gas». Su cara de concentración era un poema: me recordó la de Jerry Lewis en una comedia en que encarnaba al sumo sacerdote de una religión remota durante la preparación del ara para el sacrificio. Me marché con mi Gintonic todo orgulloso porque, a pesar de que mis costillas flotantes se resintieron con la tensión, fui capaz de contener la risa. El brebaje… era un Gintonic. Y debo de ser un zote como catador, porque la tensión superficial de las burbujas me pareció la de siempre.

La receta la conocemos todos. Hay quien gusta de frotar el borde del vaso con una corteza de limón, como el sumo oficiante de la boda, para luego introducirlo en él (o no), o añadir una rodaja del cítrico. El resto es cuánta tónica poner y eso ya se sabe: el gusto de cada cual. El uso de la cuchara en espiral… bueno, seguro que siempre habrá alguien que se lo crea y se epate.

De todos los que he probado, hay uno que sobresale, en mi humilde opinión. Ginebra Hendrick’s, que está aromada al pepino, con tónica Fever Tree (muy superior a la Schweppes, me parece a mí). Lo probé por primera vez de la mano de Estanis Carenzo, dueño y cocinero del primer Sudestada (y desaparecido, como el segundo), donde mi llorado amigo Fernando Point nos llevó. Claro, se adorna el cóctel con una rodaja de pepino. Extraño ¿verdad? usar la cucurbitácea: un aroma muy sutil pero inconfundiblemente inglés, no olvidemos el cóctel PIMM’S (que llegará) o el estupendo sándwich de pepino que vendía el desaparecido de España (y añorado) Marks & Spencer. 

Claro que… lo que pasa es que el Gintonic de Hendrick’s y Fever Tree ¡no sabe a Gintonic!

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