María, la hija adoptiva de Arguiñano, de sus hermanos: «Son mi familia; trabajamos igual»
Aunque nació en Argentina, a los 18 años se trasladó hasta Zarauz, donde se formó en la escuela de hostelería del chef

María Torres, en una imagen de sus redes sociales.
Karlos Arguiñano tiene siete hijos. Y en cada uno de ellos ha encontrado a la persona ideal para desarrollar las distintas funciones que hay que llevar a cabo en el restaurante familiar de Zarauz. Eneko, el mayor, es el jefe de sala del establecimiento donde supervisa la atención al cliente y la gestión del servicio. Por su parte, Zigor se encarga de cocinar la mayoría de platos y Martín realiza todas las funciones que tienen que ver con el hotel-restaurante. Joseba y Txarli están un poco más alejados del negocio familiar, ya que se dedican, respectivamente, a su propia panadería-pastelería y al mundo audiovisual. Amaia, la pequeña, trabaja en la bodega familiar.
Quien también tiene un papel muy importante es María, quien, como ya contamos en THE OBJECTIVE, fue adoptada por Arguiñano y su mujer, Luisi, hace muchos años. La joven llegó hasta Zarauz hace más de dos décadas y pronto se adaptó perfectamente. Ahora, es una de las piezas claves del restaurante y trabaja codo con codo con Zigor, colaborando en la preparación de dulces y postres. María y Karlos se conocieron cuando el chef se marchó hasta Argentina para grabar un programa de televisión. Allí la propia María ya dio buena cuenta de que una de sus pasiones era la cocina. Por eso, Arguiñano le ofreció la oportunidad de trasladarse hasta el País Vasco, donde se formó en su escuela de hostelería.
María Torres está totalmente integrada en la familia Arguiñano

«Formada en la escuela de cocina Aiala y posteriormente especializada en repostería de la mano de dos grandes mentores como Eva y Joseba Arguiñano. Dirige junto a Zigor la cocina del restaurante supervisando cada pase y comanda y es un apoyo fundamental en la elaboración de la carta y menús aportando su saber hacer y toque personal en la oferta del restaurante», explican en la página web del restaurante. Además, desde que llegó de Argentina de la mano de Arguiñano, «él ha sido su gran referente compartiendo también sus valores y marcando una cocina de temporada donde prima la materia prima y la dedicación». Además, María está muy unida a sus seis hermanos, con quienes no se pierde un plan familiar.
Es más, en una entrevista, la propia María confesó que todos ellos son «su familia». «Son mis padres adoptivos, mis hermanos, trabajamos de igual a igual. ¿Dónde podría estar mejor?», expresó, dando buena cuenta de la total conexión que hay entre ellos. Un aspecto que también han resaltado sus hermanos, confirmando que María es «una más» y que son «siete hermanos». Sí que es cierto que, a diferencia de sus padres y tal y como hacen algunos de sus hermanos, la mujer ha preferido mantenerse en un segundo plano del foco mediático, pero igual de dedicado a la calidad en la cocina. Su formación ha sido en la práctica continua en el restaurante familiar, aprendiendo tanto de su padre como de sus hermanos, aunque siempre aportando un toque especial y especializado en los distintos platos.
«Son mis padres adoptivos, mis hermanos, trabajamos de igual a igual. ¿Dónde podría estar mejor?»
María nació en Argentina a mediados de los años 70. Karlos Arguiñano la conoció en los programas de televisión que grababa en ese país a finales de los 90, donde ella ayudaba en la mise en place. Su pasión por la cocina llamó la atención del chef, quien, junto con su esposa María Luisa, la adoptó oficialmente y la llevó a vivir a España. Tras llegar a nuestro país, con apenas 18 años, cursó sus estudios de hostelería en la Escuela Aiala, fundada por su padre en Zarauz. Allí se especializó en repostería bajo la tutela de mentores como Eva y Joseba Arguiñano. En todo este tiempo, María se ha integrado perfectamente en la familia. Es más, ella misma ha sido madre hasta en una ocasión, como ha compartido a través de sus redes sociales.
Las dos acuden, como una tradición, a los almuerzos que se celebran en el caserío familiar en Zarauz. Joseba Arguiñano describe estos almuerzos como «un gustazo»: el padre hace la compra o trae marisco, uno lleva el pan o una tarta, otro prepara la vinagreta o el horno… ¡una cocina colectiva en acción!. Además, en esas reuniones se mezcla charla, risas, música… incluso se canta juntos. Es una tradición que creció con los niños y ahora es aún más festiva gracias a la energía de los nietos. Según Karlos, «en casa, los domingos nos juntamos veinte», reflejando lo natural y acogedor que resulta este ritual familiar.
En Navidad, además de la comida tradicional —como caldo de gallina, ensaladilla rusa, langostinos, capón asado, pimientos asados y postres típicos— comparten un momento muy especial; una jornada de plantar árboles en lugar de intercambiar regalos. Cada familia planta un árbol, y actualmente ya tienen más de 200 creciendo en su terreno familiar, una actividad que emocionan tanto a mayores como a pequeños. Al igual que sus hermanos, María también participa en estas actividades, cocinando, conversando y disfrutando igual que el resto.