El pueblo sevillano donde Kiko Rivera se refugia en su divorcio: es famoso por sus tortas de anís
Desde el comienzo de su relación, el matrimonio se estableció en una localidad muy cerca de la capital hispalense

Kiko Rivera e Irene Rosales, en una imagen de las redes sociales.
Kiko Rivera e Irene Rosales han puesto fin a su matrimonio después de más de nueve años juntos. Fue la revista Semana la que adelantó la noticia, que fue confirmada, más tarde, por los propios protagonistas. Ambos han confirmado que el fin de su relación se ha producido en buenos términos y que su único deseo es el de estar juntos —como familia— por sus dos hijas; Ana y Carlota. Lo cierto es que, en todos estos años, se ha hablado mucho de posibles crisis, una situación que ninguno de los dos llegó a confirmar. Sea como fuere, su matrimonio se ha enfriado y cada uno ha decidido tomar caminos por separado. Tanto es así que ha sido el propio Kiko Rivera quien ha abandonado el domicilio familiar y se ha marchado a muy poca distancia, ya que su idea es seguir estando pendiente de su exmujer y de sus dos hijas.
Hace un par de años, el matrimonio decidió mudarse de la casa en la que habían residido durante los primeros años de su relación. Tras esto, hicieron las maletas y se marcharon a otra vivienda, a muy pocos metros, donde han vivido varios momentos complicados. Y es que los padres de Irene Rosales murieron casi a la vez, lo que hizo que la creadora de contenido se sumiera en una profunda tristeza. Por su parte, el DJ también ha tenido que hacer frente a la nula relación que mantiene con su madre, Isabel Pantoja, y con su hermana, Isa Pi, quien ha sido madre recientemente. Todo esto ha hecho que la situación actual de Kiko sea especialmente delicada, ya que no cuenta con el apoyo de su familia para ninguno de sus pasos.
Kiko Rivera e Irene Rosales han vivido su matrimonio en Castilleja de la Cuesta
«Es Kiko el que abandona el domicilio pero no se quiere ir demasiado lejos. Quiere vivir cerca de sus hijas y ocuparse de ellas en el día a día», confirmó el periodista Pepe del Real en la tarde de ayer en Telecinco. Y es que, desde hace un tiempo, Kiko, Irene y sus hijas residían en el municipio sevillano de Castilleja de la Cuesta. Esta localidad se encuentra a unos 6 kilómetros de la capita hispalense, en plena comarca del Aljarafe, sobre la penillanura oeste del Guadalquivir, a 96 m de altitud. Es un municipio pequeño, con apenas 2,14 km² de superficie. El pueblo tiene varios lugares reconocidos como la Plaza de Santiago, un punto central del casco antiguo, conserva restos de un antiguo castillo árabe y la Iglesia de Santiago, que destaca con arcos de medio punto construidos por la Orden de Santiago. Otro de los puntos importantes es la calle Convento y la calle Ayuntamiento, donde se encuadra un antiguo convento de San Francisco del siglo XVII, hoy sede municipal, y vivienda el Ayuntamiento.
También, Castilleja de la Cuesta tiene varias haciendas históricas como la Hacienda Santa Barbara, lo que es una antigua almarza y hoy es un espacio municipal. Por su parte, la Hacienda Sagrada Familia se convirtió, hace tiempo, en la Casa de la Cultura y en un museo, que datan del siglo XVI. La localidad, además, cuenta con una arquitectura religiosa como la Parroquia de la Inmaculada Concepcion y la Iglesia de Santiago Apóstol del siglo XIV. Por su parte, la Ermita de Nuestra Señora de Guía es posiblemente el edificio religioso más antiguo del municipio. El Palacio de los Duques de Montpensier es neomudéjar del siglo XVI fue verano y residencia de los Duques de Montpensier. Aquí murió Hernán Cortés en 1547; hoy es colegio «Las Irlandesas», pero parte del edificio se utiliza como museo en su memoria. La Casa de Salinas es un ejemplo del estilo renacentista con elementos mudéjares, destacada por su portada y patio.
Una localidad marcada por sus tortas de anís y por su Semana Santa

El mirador del Aljarafe y los jardines del Marqués están situados sobre los antiguos jardines de la Hacienda Sagrada Familia, fueron espacios ajardinados con mandarinos traídos del Palacio de San Telmo. Hoy incluyen biblioteca municipal, galerías de arte y espacios culturales. Sin duda alguna, una de las señas de identidad de la localidad son las tortas de aceite, un dulce insignia de Castilleja, con tradición desde el siglo XIX. Son reconocidas en la provincia y más allá por su calidad e historia. También, es famosa la elaboración de alfombras en el taller Baldomero Negrón, activo desde principios del siglo XX, cuyas piezas vistieron el Palacio Real y el Hotel Alfonso XIII. La Semana Santa, especialmente el Domingo de Resurrección, es Fiesta de Interés Turístico Nacional desde 1999. Procesiones tradicionales e intensas forman parte esencial de la cultura local.
Si hablamos de su vida actual y la población, en 2024, es de aproximadamente 17.153 habitantes, similar a años recientes, con un movimiento demográfico muy estable. Gracias a su proximidad a Sevilla, Castilleja se ha convertido en una «ciudad dormitorio». La presencia del centro comercial Ikea-Aire Sur y nuevas urbanizaciones como Nueva Sevilla han marcado su expansión moderna. Además, la localidad está bien conectada por la autovía A-49 y autobuses desde Sevilla (Plaza de Armas), también mediante transporte público metropolitano. El Castilleja CF ha ganado notoriedad tras ascender a Tercera RFEF. Una curiosa comparación mediática lo posicionó por encima del Auckland City, generando euforia en el pueblo y posibles patrocinios.
Como decíamos, una de las señas de identidad de la localidad son las tortas de Inés Rosales. Su historia comenzó en Castilleja de la Cuesta (Sevilla) en 1910, cuando Inés Rosales Cabello, una mujer de familia humilde, empezó a elaborar en casa una receta tradicional de tortas de aceite que se transmitía de generación en generación en los hogares andaluces. Eran unas tortas hechas a mano, con aceite de oliva virgen extra, anís y azúcar, que recordaban a dulces árabes muy arraigados en la repostería sevillana. Inés decidió vender las tortas en el mercado de Sevilla. Para ello, contrató a mujeres conocidas como torteras o señoras de la cesta, que las llevaban en cestas cubiertas con paños y las ofrecían por la ciudad. El producto tuvo tanto éxito que, en muy poco tiempo, pasó de ser una receta casera a convertirse en un icono de la repostería andaluza.

La fama se extendió por toda Sevilla y después por el resto de España. En los años 30 y 40, ya se vendían en estaciones de tren, lo que facilitó que viajeros y comerciantes las llevaran a otros lugares. Así, la empresa fue creciendo sin dejar de lado el proceso artesanal: las tortas se siguen haciendo a mano, una a una, lo que se convirtió en seña de identidad. Hoy, más de un siglo después, Inés Rosales S.A.U. sigue siendo una empresa de referencia, con presencia en más de 30 países. Es más, todavía mantienen la receta original y el método artesanal, aunque ha introducido nuevos sabores y presentaciones. Y lo más importante es que las tortas siguen siendo símbolo de patrimonio cultural y gastronómico de Andalucía.