Las cumbres entre EE.UU. y Rusia, de la confrontación al humor absurdo
Repasamos algunos de los encuentros más destacados entre ambas potencias antes de la reunión entre Putin y Biden
Repasamos algunos de los encuentros más destacados entre ambas potencias antes de la reunión entre Putin y Biden
Las cumbres entre los presidentes de EE.UU. y Rusia suelen estar llenas de drama. Son ocasiones que definen la historia y que esconden acaloradas discusiones, pero también momentos de humor absurdo que dejan ver la humanidad de los líderes más poderosos del mundo.
El esperado encuentro entre el presidente de EE.UU., Joe Biden, y su homólogo ruso, Vladímir Putin, ya genera una gran expectación, y se espera que traiga consigo todo tipo de anécdotas, como ha ocurrido en todas las anteriores ocasiones que han reunido a los líderes de ambas potencias.
Estas son las cinco cumbres que por su naturaleza, seria o cómica, definieron la relación entre Washington y Moscú:
La falta de preparación de Kennedy
Una de las primeras cumbres para el recuerdo fue la que mantuvieron durante dos días en Viena en 1961 un inexperto John F. Kennedy, recién elegido presidente de EE.UU., y el que fuera dirigente de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, un político experimentado capaz de detectar debilidad.
Narraciones posteriores sobre lo ocurrido confirmaron que la reunión no fue nada bien.
En público, Kennedy aseguró que la cumbre fue «sobria» y «sin amenazas ni ultimátums; pero, en privado, el mandatario dijo a un periodista de ‘The New York Times’ que Kruschev «le había dado una paliza». «Fue el peor momento de mi vida. Fue salvaje», reconoció el estadounidense.
Dos meses después del encuentro, Khrushchev dio luz verde a Berlín del Este para construir el Muro de Berlín; y un año después envió misiles nucleares a Cuba, lo que desató una enorme crisis y puso al mundo al borde del holocausto nuclear.
Clinton y Yeltsin, borracho buscando una pizza
En contraste, uno de los momentos más cómicos se produjo durante el primer encuentro en 1994 entre el presidente estadounidense Bill Clinton y el presidente ruso Borís Yeltsin, a quien la afición por la bebida le jugó una mala pasada.
Una noche, el servicio secreto encontró al líder ruso solo, borracho y en ropa interior en la Avenida Pensilvania cerca de la Blair House, la residencia en la que suelen quedarse los líderes mundiales cuando están de visita y que se ubica frente a la Casa Blanca.
Decidido, Yeltsin había salido de la residencia para pedir un taxi e ir a buscar una pizza, cuenta el periodista Taylor Branch en su libro ‘Las grabaciones de Bill Clinton’, basado en entrevistas con el estadounidense.
Bush y el «alma» de Putin
La entrada en escena de Putin hace 20 años acabó con esas imágenes amables, aunque dio pie a otras situaciones rocambolescas, como la ocurrida con el entonces recién elegido presidente de EE.UU., George W. Bush, en 2001 en Eslovenia.
Tras la cumbre, Bush dijo a la prensa que había sido capaz de mirar a los ojos a Putin y entender su «alma». «Es un hombre profundamente comprometido con su país y con la defensa de sus intereses», se aventuró a decir.
Enseguida las relaciones se amargaron y a Bush le llovieron las críticas por haberse comportado de manera ingenua, casi inocente, con un exespía de la KGB.
Obama, Putin y una espiral de reproches
Sin embargo, sería el sucesor de Bush, Barack Obama, quien acabaría manteniendo una relación más fría con Putin.
Al principio de su mandato, Obama intentó reparar las relaciones con el Kremlin, sobre todo en el periodo en el que Dmitri Medvédev ocupó la Presidencia de Rusia, entre 2008 y 2012; pero la anexión rusa de Crimea en 2014 trucó cualquier esperanza de cambio y desembocó en la imposición de duras sanciones contra Moscú.
Esas tensiones quedaron perfectamente reflejadas en la última reunión formal entre Obama y Putin en 2016 durante la cumbre del G20 en Hangzhou. El encuentro duró 90 minutos y ninguno esbozó siquiera una sonrisa, tal y como capturaron los fotógrafos.
Trump, Putin y una traductora como testigo
La última cumbre para el recuerdo fue la que protagonizaron en 2018 Putin y Donald Trump, quien había sido elegido presidente de EE.UU. hacía dos años y estaba siendo investigado por la problemática relación de algunos miembros de su campaña electoral con sectores rusos.
Pese a esas sospechas, para sorpresa de muchos, los dos líderes se quedaron a solas con sus traductores en un momento de la cumbre. Los asesores tuvieron que esperar fuera.
Como resultado, la traductora estadounidense Marina Gross saltó a un inesperado estrellato en las semanas siguientes y tuvo que comparecer para dar explicaciones a los demócratas del Congreso, que temían que Trump hubiera llegado a algún trato oscuro con Putin.