Entendiendo a Afganistán (I)
El coronel y analista geopolítico Pedro Baños desentraña las claves del conflicto entre las fuerzas de seguridad y los talibanes en Afganistán
El coronel y analista geopolítico Pedro Baños desentraña las claves del conflicto entre las fuerzas de seguridad y los talibanes en Afganistán
Entender lo que está sucediendo en Afganistán no es fácil para un occidental, acostumbrado a un estilo de vida y unos valores muy diferentes.
Unas veces, por la dificultad que supone ponerse en el lugar de personas de culturas que en poco o nada se parecen a la nuestra. En otras ocasiones, no escasas, simplemente porque tendemos a simplificar los acontecimientos, ignorando aspectos clave y quedándonos con lo superficial, con lo que nuestra percepción de la realidad resulta falseada.
Por ello, lo que en verdad acontece nos puede sorprender, e incluso indignar, pues es muy posible que no coincida con lo teníamos por cierto, o lo que nos habían hecho creer.
Así, aunque ahora se nos esté trasladando una imagen idílica del depuesto gobierno afgano, lo que había entre bambalinas seguramente no nos va a agradar. Cierto es que la llegada de los talibanes al poder no augura nada bueno para el futuro del país. Pero no todo era de color de rosa. Y esto es trascendental conocerlo para comprender el rápido desmoronamiento de la estructura gubernamental.
Corrupción
Para empezar, en el gobierno afgano era endémico un alto grado de corrupción. En los indicadores internacionales, es habitual que Afganistán esté entre los tres países más corruptos del mundo. Los ejemplos son abundantísimos. Cabe citar que el exvicepresidente Ahmed Zia Massoud –hermano de Ahmed Shah Massoud, quien fuera líder de la Alianza del Norte- fue acusado, cuando dejó el cargo, de haberse llevado a Dubái 52 millones de dólares en metálico (su sueldo oficial era de unos pocos cientos de dólares al mes), donde residió en una fastuosa mansión en Palm Jumeirah y se paseaba en un Rolls-Royce.
Una corrupción tan extendida a todos los niveles que un gobernador de una provincia se estima que gastaba más de 300.000 dólares anualmente para pagar sobornos. Así mismo, en Afganistán era posible comprar mediante sobornos prácticamente a cualquier funcionario, documento oficial o cargo público (incluyendo en la policía). Por ello, los afganos, siendo conscientes de este elevado grado de corrupción, lo único que pedían era que el cargo público fuera al menos eficaz en sus cometidos.
La lucha contra esta lacra es muy complicada, comenzando por su detección, pues el dinero de los sobornos se envía mediante la hawala, un procedimiento específico del ámbito islámico que hace indetectable el movimiento de dinero, y que es usado habitualmente no solo por criminales, sino también por políticos o personas corrientes.
Esta situación tiene un gran coste, pues, al estar acusado el gobierno de corrupción generalizada, en no pocas ocasiones los afganos han mirado a los talibanes como garantes de una honestidad de la que carecían las estructuras gubernamentales. Y, pero aún, han optado por los talibanes a la hora de que imperara cierta ley y orden en las ciudades y los campos.
Democracia
Aunque nos han hecho creer que en Afganistán había cuajado la democracia, no es totalmente cierto. Para empezar, los afganos no votan, en su inmensa mayoría, a un programa o partido político, sino que lo hacen al líder de su tribu que se presente a algún cargo.
Por otro lado, y si bien la democracia es una flor maravillosa, para prender en un determinado lugar se deben dar las condiciones precisas, unas características previas sin las cuales los esfuerzos, por muchos que sean, van a caer el terreno baldío. Y sin la menor duda, intentar pasar de un país que, quitando las grandes ciudades, vive casi en la Edad Media, a una democracia de corte occidental es una total y absoluta quimera, abocada al fracaso. Como así ha sucedido.
Tráfico de drogas
En Afganistán se produce el 90% del opio mundial. El opio se procesa para transformarlo en la muy adictiva heroína.
Desde Afganistán se reparte a todos los rincones del mundo, a través de estados fronterizos, como Irán y Pakistán. Pasando por Asia Central llega a Rusia, y desde ahí a Europa. Así mismo, pasa desde Turkmenistán a Turquía.
Al menos el 10% de los beneficios totales -estimados en miles de millones de dólares- procedentes del cultivo de la adormidera han ido a parar a los talibanes. Las cifras son tan elevadas que permiten corromper a los guardias fronterizos.
Desde 2001, momento de la invasión, la producción no ha dejado de aumentar. Cuando las fuerzas internacionales intentaron hacer mayores esfuerzos para erradicar los cultivos, lo único que consiguieron fue que los locales afectados se posicionaran del lado de los talibanes.
Las fuerzas afganas
Para evitar las bajas de las tropas extranjeras, cuya incidencia en la opinión pública de sus países es tan grande, se potenció un gigantesco ejército afgano, con unos 300.000 efectivos, totalmente desproporcionado para el tamaño del país, y sobre todo para sus capacidades económicas. Bien es cierto que ha estado subvencionado desde el exterior. De hecho, se consideraba que salía rentable, ya que mantener a un miembro de las fuerzas afganas costaba entre 10 y 100 veces menos que un soldado occidental (estimado hasta en un millón de dólares). Además, con la “ventaja” de que a nadie parecía importarle las bajas afganas; tanto poco que ni siquiera había datos fiables al respecto.
Por otro lado, se cometió el error de integrar mayoritariamente a tayikos en las fuerzas armadas, lo mismo que en los servicios de inteligencia, por lo que desde el primer momento fueron vistos por muchos pastunes como adversarios.
No hay que olvidar que los abandonos de los miembros de las fuerzas afganas eran constantes. Unas veces, de forma temporal para atender a las cosechas. Otras, puras deserciones con armas y bagajes a los talibanes, que les pagaban mejor o simplemente les ofrecían un teléfono móvil. En algunas unidades los abandonos llegaron al 90%, sobre todo en las zonas más conflictivas.
En el marco de esa corrupción generalizada, han sido muchas las sospechas de que las propias fuerzas de seguridad afganas han sido las autoras de numerosos casos de extorsión y secuestro, tanto de afganos como de extranjeros o personal de ONG.
Los medios de comunicación
Aunque se ha publicitado el aumento del número de medios de comunicación en el país desde 2001 como uno de los grandes logros alcanzados por la comunidad internacional, lo cierto es que han dejado mucho que desear.
Bien es cierto que durante la época talibán tan sólo existía Radio Sharia y unas pocas publicaciones religiosas gubernamentales, pero los logros reales no han sido, ni mucho menos, los deseables.
Para empezar, la radio y la televisión gubernamental –sostenidas con dinero extranjero- no pudieron contrarrestar eficazmente la estrategia comunicativa de los talibanes, que han seguido teniendo una enorme influencia entre los afganos. Los onerosos programas producidos con medios occidentales eran considerados por una amplia mayoría de afganos como alejados de sus necesidades reales y muy poco creíbles.
Así mismo, buena parte de los medios estaban controlados por grupos tribales o políticos tan solo preocupados por los intereses de los suyos. Por ello, no puede hablarse de que existiera una prensa que se pudiera considerar como independiente y objetiva.
Ahora, con la llegada de los talibanes al poder, aunque se les permitiera seguir trabajando, la mayoría de los medios serán insostenibles sin la ayuda extranjera.
La discriminación sufrida por los cristianos
Los cristianos que viven en Afganistán, estimados en varios miles, no han dejado de elevar su voz por la discriminación y persecución a la que se han visto permanentemente sometidos.
En un país donde no existe ni una sola iglesia, la Constitución prohibía taxativamente la conversión desde el islam a cualquier otra religión bajo pena de muerte y la Iglesia Evangélica estaba prohibida.
Los misioneros, reales o sospechosos de serlo, han sido asesinados sin miramientos, tras todo tipo de vejaciones.
El despuesto gobierno nada avanzó en este terreno, a pesar de haber transcurrido 20 años desde la caída del extremista régimen talibán. Considerando que los cristianos son un pequeño grupo, que la Constitución está basada en los principios islámicos y en la falta de exigencia de respeto por parte de la comunidad internacional, el gobierno nada hizo por la libertad de la práctica religiosa.